Opinión

El populismo y los expertos: dura paradoja  

Volvemos al populismo, el concepto de moda en el argot político de los últimos tiempos. Y es que los populistas aparecen por todas partes, como una plaga: populistas de izquierdas, de derechas, la amenaza populista, cuidado con los populismos, se oye, se vocifera, se asusta. Una llamada antipopulista que viene sobre todo de las élites políticas acomodadas y de la población que las sustenta. Bien, pero, ¿qué es realmente el populismo? He buceado un poco en busca del origen del término, y por lo que leo se trata de una palabra usada inicialmente para definir a movimientos políticos que ponían el foco de su acción en la voluntad y las necesidades de las clases populares, que con posterioridad pasó a tomar otro cariz con un claro sentido de animadversión a una clase gobernante que monopoliza el poder y las decisiones que al pueblo conciernen. 

Si ponemos en relación el término con lo que sucede en España, es normal que se le de bombo y se hable de ello, pues si de algo adolece nuestra democracia es precisamente de eso, de demos, de pueblo. Los ciudadanos no contamos más que para legitimar la farsa de cada cuatro años, cada 6 meses últimamente en nuestro país. Para el resto están los expertos, los que saben de este asunto tan complicado que es la política, esto es, Rajoy y sus colegas. Ahora bien, ¿qué nos están diciendo nuestras élites políticas, nuestra casta política, cuando usan el término populista de manera despectiva al referirse a los nuevos partidos de izquierdas -o de derechas- que pretenden escuchar y ayudar al pueblo, a las clases sociales más desfavorecidas? En mi opinión nos dicen algo así como: «ciudadanos de España, ustedes son tontos, déjennos a nosotros los expertos que sabemos de qué va esto, y no se quejen ni pidan más de lo que pueden, las cosas son así.» Dicho de manera menos coloquial, lo que nos vienen a mostrar y de lo que nos alertan es que en un mundo montado con unas reglas de juego determinadas -las del capitalismo salvaje-, aterra escuchar a alguien que quiere cambiar las reglas, no es posible, no hay manera, no sabremos, no sabemos jugar con otras reglas, será el caos, el acabose, un desastre.  

En cierto modo resulta una paradoja que en un país que se dice democrático (demos = pueblo; cracia = gobierno), nuestras élites políticas y económicas aludan constantemente al término populismo de manera despectiva. ¿En qué nivel están dejando la voluntad y las necesidades del pueblo? A tal extremo de desconfianza y miedo a la voz del pueblo, a la participación y a la democracia están llegando los de nuestra casta política que ya hasta en el PSOE empiezan a renegar de las primarias, y todos en general temen a las consultas y los referendums, hasta el punto de llegar a decir como escuché el otro día a un contertulio: «los referendums los carga el diablo». Cierto, es una paradoja, aunque ya no es nueva ni nos es extraña, no desde que el 15M acuñó la frase: «¡lo llaman democracia y no lo es!» El sistema ya hace tiempo que se quitó la careta, a pocos despiertos engaña. Otra cuestión es saber cuántos estamos despiertos y cuantos anestesiados, dormidos o entontecidos, aunque este tema daría para otro artículo que no me ocupa aquí. 

Hoy estoy hablando del populismo y sus contradicciones, y hoy el diablo del populismo en España es sin duda Pablo Iglesias y todos los que van con él. El miedo a lo desconocido, a lo indefinido, a lo que es nuevo y nunca se probó, es algo connatural al ser humano, animal de costumbres. Lo desequilibrado de la balanza mediática a favor de los antipopulistas ponen el resto para que la persona más temida en nuestro país sea hoy el chico de la coleta. Tal vez por eso, por mi acentuada tendencia a ponerme del lado de los que menos pueden, hace unas semanas que me apunté a Podemos para participar desde dentro e intentar mejorar las cosas. Y es ahí donde encuentro la más dura paradoja. Pues también en Podemos, en el escenario donde el populismo toma su acepción más limpia, donde se supone que se escucha de verdad a la gente y a sus necesidades, aparece una suerte de antipopulismo elitista con una clase de expertos que no escuchan ni atienden lo que sale desde la base, y me quedo totalmente descorazonado. Es así, créanme: en Podemos, en Canarias al menos por lo que estoy viendo, se habla de la importancia de los Círculos, de empoderamiento de la  ciudadanía, de asamblearismo, de ir de abajo hacia arriba, de escuchar a la gente, y lo que en verdad se hace es reproducir la brecha abismal de nuestra sociedad entre ciudadanía y clase política, donde la ciudadanía vienen a ser los militantes de base que trabajan y participan en los círculos, convertidos en meros pegacarteles, y la clase política, los expertos, vienen a ser los dirigentes, los cargos electos, los cargos orgánicos, los diputados, los consejeros, que llevan su propia agenda, sus propios ritmos, sus propios intereses, y poco se les ve y nada escuchan o participan de las bases de Podemos y los problemas y necesidades de la ciudadanía que desde abajo llegan. Y así me empieza a sonar otra vez la misma frase con distinto destinatario, una frase que dice algo así como: «miembros de los Círculos de Podemos en Canarias, ustedes son tontos, déjennos a nosotros los expertos que sabemos de qué va esto, y no se quejen ni pidan más de lo que pueden, las cosas son así.»

Ciertamente, es un poco lamentable. Aunque nadie me dijo que iba a ser fácil. Por suerte, el partido está en fase de reorganización, con un poco de voluntad y un mucho de humildad, confianza y sentido común es posible que esta desconexión entre las bases y las élites se pueda cambiar, y en el futuro Podemos pueda ser una cosa diferente que funciona de manera abierta, inclusiva, alegre y participativa. Así que sigo aquí de momento, a ver de qué somos capaces, a ver hasta donde nos dejan. 

 

 

 

Eloy Cuadra, escritor, activista social y miembro del Círculo Podemos en Santa Cruz de Tenerife.  

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