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Que la purpurina no tape la realidad

Ahora que ya han pasado Carnavales podemos hablar con claridad de una realidad que no podemos ocultar, sino todo lo contrario, denunciar y actuar para cambiar.

Yo salí dos días y para mi fueron más que suficientes. Personalmente me canse de tener los pies enterrados en basura, literalmente. Que cada vez que me intentaba mover para bailar, mis pies estaban “atados” a bolsas de plásticos y se oía el sonido de patear botellas de cristal. Tus pies se entierran en basura literalmente, insisto. Me canse del enorme pestazo a meados que hay por todos sitios, de sortear arrojaduras y gente muy joven ayudada por sus amigxs porque no se sostienen, con claras intoxicaciones etílicas (como mínimo). Me canse de cada 10-15 minutos me diera en toda la cara el pestazo a porros, y que la gente estuvieran esnifando droga (no sabría definir cuál con exactitud) al lado mío con una normalidad y descaro asombroso. Me canse de las peleas, de las miradas amenazantes y desafiantes, de los comentarios homófobos, incluso de un intento de agresión homófobo por parte de cuatro quinquis. Me canse de que algún amigo me comentara que su novio se hubiera mostrado agresivo con él, incluso lo hubiera agredido, bajo los efectos del alcohol, y a saber si también de otras drogas. Me canse de la objetivación sexual total y absoluta de las personas, especialmente mujeres y hombres no heterosexuales.

Y lo que afortunadamente no vi, pero sé que pasa en abundancia por conocidos y amigos que trabajan en urgencias y hospitales en esas fechas: comas y personas en estados realmente graves por consumos de alcohol y otras drogas, muchos de ellos menores, agresiones sexuales…

Nos guste o no, esto es carnaval, la otra cara del carnaval, omnipresente, que si queremos podemos mirar hacia otro lado, hacernos el ciego, ocultarlo, pero nunca negarlo, ni dejar de verlo y sentirlo cada vez que bajamos a carnavales. Y lo que nunca debemos hacer es ser cómplice de la destrucción de nuestra fiesta a través de quitarle hierro al asunto.

Llevo saliendo en carnavales desde que soy un niño pequeño. De la mano de mis padres y hermanos, disfrazados, en una fiesta que nos encanta y con la que he vivido desde que tengo memoria. Y luego, a partir de los 12 años, empecé a disfrutar de las fiestas con mis amigos, muchas de las veces de una manera errónea, como todo el mundo. Pero uno va creciendo, va tomando conciencia, va viendo, va pensando por sí mismo, va teniendo una actitud crítica, y desde una postura objetiva y madura es imposible que nos guste lo que vemos, en que se está convirtiendo carnavales, y cada vez a más. Un día una compañera me dijo que carnavales es una gran mierda pintada de purpurina. No permitamos que se convierta en eso. No nos resignemos. No pensemos que movernos entre mierda, apestando a meado, arrojadura y porros, viendo una pelea o agresión cada 20 minutos, consumo de droga entre gente joven y no tan jóvenes, intoxicaciones etílicas de menores, ocultando agresiones sexuales, objetivación sexual de personas es parte intrínseca e inseparable del carnaval.

 Es una gran mierda pintada de purpurina, pero porque carnavales es así”. Pues no. Carnavales no tiene porque ser una mierda. No tiene porque esta apestando. No tiene porque haber víctimas ni agresiones. La o el que ame esta fiesta, no puede seguir haciendo la vista gorda. Un carnaval diferente no solo es posible, sino necesario. Quiero que mis padres puedan seguir disfrutando del carnaval si así lo desean. No quiero preocuparme si mis hermanas y amigas salen una noche o un día. No quiero bailar entre basura, ni ver a vecinos muy jóvenes abrazados a farolas sin saber qué pasará con ellos y su salud.

 Carnaval sí, pero no así.

 

 

 

Seben Rodríguez 

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