Literatura

Torre de Babel

15 de julio de 1995. Llegamos al campamento. Después de varias horas de vuelo y un largo trayecto en guagua, divisé nuestra nueva casa de vacaciones.

La explanada estaba cubierta de gravilla. Para protegernos del sol, un toldo de plástico verde. Las duchas eran palets sobre tierra con un tubo gris improvisado. Ya lo sabíamos. Pero… ¿para qué necesitas dormir en nubes de algodón con quince años? No te las da nadie, las pones tú. 

Había ganas de fiesta, de explorar caras y descubrir risas. Éramos cientos. Nos mezclamos en grupos para el trabajo diario.

Esos días el aire me olió a mestizaje, a tierra empapada que chispeaba costumbres por conocer y millones de preguntas por contestar. En mi torre de Babel se creó un nuevo diccionario, con palabras por descifrar y gestos que agradecer. Sin Oriente ni Occidente, ni viejo o nuevo mundo: sólo personas, sólo jóvenes hablando, cantando y compartiendo vida.

Muchas noches, cuando veo las noticias, deseo que la Tierra se zarandee de un gran salto y nos obligue a reunirnos de nuevo allí, 21 años atrás. Quizás podríamos, entonces, volver a ser unos chiquillos y solucionar, con el lenguaje de la ilusión, lo que no se consigue en palacios huecos ni trincheras agonizantes.

Lupe Pérez

 

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