Literatura

Un recuerdo

-Una vez recordé lo que significaba Morgernstern- dijo él tumbado en la cama.

-¿Ah, si?- respondió ella junto al él, sentada al costado, a la altura de su cadera.

-Sí…, yo representaba todo para ti y ahora no significo nada. Lo siento, lo he arruinado.

-¿Acaso crees que me importa?

-¿No debería? Solo intento pedir perdón- dijo él con cara dolida.

-Pedir perdón no vale. Es como ser Hitler y pedir perdón por las muertes que causó.

-¿Me comparas con Hitler?

-Para mí no eres más que un genocida, no de vidas en sí, pero sí de emociones. Me mataste y remataste miles de veces con las incontables noches que me pasaba pensando en lo que hiciste. ¿Perdonarte?

Ni siquiera pienso en ti, eso es peor que no existir.

-Para mí siempre fue lo contrario. Eras mi amor, mi cariño, la caricia que evitaba que diese el paso a la muerte. Tú, en todos los sentidos, me has llevado al deseo de la vida y a la frustración de una muerte que solo acecha mis sueños. Es como si quisiese acabar pero hasta no llegar a un final feliz, no puedo marcharme… Repito, aún recuerdas Morgernstern?

-Lo recuerdo.

-¿Recuerdas la noche, la lluvia y la playa?

-Lo recuerdo.

-Centelleabas entonces sobre mi ser. Eras un astro, una luz irrefrenable, lucero, amor mío… Mejor dejo de hablar, pues empiezo a delirar con falsas fantasías… Soñaré contigo hasta que no pueda soñar, hasta que mi consciencia me recuerde que solo puedo hablar y no obrar como se le exige a un alma virtuosa pero corrompida. ¿Podrás entenderlo?

-Claro que no. ¿Cómo entender algo que es repudiable? Solo te quejas. Solo te lamentas. Solo pides compasión. ¿Cómo sé que no mientes? Pues seguro que mientes. No eres de fiar y jamás lo serás a mis ojos.

-¿No te vale con mi promesa?

-Serías capaz de abandonar hasta esta tierra por tu ceguera. Serías capaz de mutilarte por demostrar algo. Serías capaz de vender tu alma, si no lo fueses, al diablo… No, amor mío, por mucho que te ame, no puedo aceptar tus palabras. Corrompes y arremetes tu farsa contra un mundo que podría ser inocente, pero eres como eres, un fraude, y como fraude perecerás y jamás te daré el deleite de mi perdón. Jamás estarás cerca de llegarme a la suela de los zapatos de lo patético que me resultas.

-Lo he intentado, de veras.

-No quería que intentases. Quería que me tratases como la única sobre esta tierra que era digna de ser amada por alguien como tú, pero fracasaste.

-Cuando quería enmendarlo era ya tarde.

-Ya lo creo. Eres la única persona en la que he confiado, y me traicionaste. ¿Por qué?

-Pensé que moriría si obraba como obré. Por algún motivo, creí morir de pena. Era tan duro fingir y persistir que me avergonzaba admitir que necesitaba ayuda, y tú no podías ayudarme, ni tú ni nadie, y no creas que no intenté decírtelo, solo que no pude directamente.

-¿Por qué, por qué ocultaste tanta penumbra? ¿Es que no podías confiar en mí, o en el cariño que podía darte, en el amor que te daría con tal lealtad que parecería que no existe otro humano sobre la tierra?

-Amor mío, solo ahora, en mi lecho de muerte, puedo confesar. Solo ahora, puedo decir que te amo y que cometí mi suicidio a causa de abandonarte. ¿Valió la pena?

-¿Sobrevivirás? Dime que lo harás y dejaremos todos los males atrás. Viviremos y cantaremos y yo te admiraré mientras tú me admiras a mí. Seremos felices y nos comeremos nuestras emociones hasta que solo quede la desesperación de ese mañana que nos prometemos. ¿Te quedaras?

-Definitivamente no, mi lucero, mi lucero del alba.

Él extingue su último suspiro y, tal como una estrella fugaz, desaparece a la vista de éstos, en este mundo.

 

 

 

 

 

 

Elvis Stepanenko 

 

 

 

 

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