La niña buena
Era solo media mañana. Demasiada luz, demasiada gente en la calle… demasiado escándalo hizo la policía y ahora toda la vecindad estaba fuera con intención de enterarse de todos los detalles. Ya la increpaban y hasta le escupían; todo le resultaba lejano, como un sueño. Estaba ensimismada y apenas le molestaba tener las manos esposadas en la espalda; el coche de policía era el más oportuno refugio.
De pequeña la violó varias veces. El hijo del vecino, el chiquito ejemplar siete años mayor que ella; un ejemplar “de toda la confianza” para sus padres y los de él: los vecinos del piso de arriba.
Sabía que sus padres odiaban a ese tipo de personas. Cada vez que en las noticias hablaban de algo similar se entristecían y se llenaban de rabia en voz alta. Todos los mayores que conocía, cuando opinaban sobre esos temas, se escandalizaban.
Calló todo aquello por no incomodar. La daba miedo perturbar la tranquilidad familiar. Pero la niña que cambió por dentro, poco a poco, lo fue haciendo también por fuera. Ella misma se consideraba más madura que los chicos y chicas de su edad. Y, sin darse casi cuenta, adquirió hábitos de mujer en plena pubertad.
Dejó los estudios muy temprano y se encargó de la casa de sus padres. Parecía haber encontrado su lugar en la vida, pero a la vista de todos era una chica muy profunda, demasiado, tan introvertida que podía aparentar tener algún retraso. Era una niña buena…
Desde el principio de aquella, su primera relación seria, los padres mostraron un claro desagrado con el chico. Decían que él no tenía futuro, sin trabajo, sin estudios… con tan solo carencias y dificultades sociales. No solo era la apariencia del muchacho, es que era así. Vivía de trapichear y algún cancamito en la construcción. Nunca había cotizado ni lo haría. Y tenía muy mal carácter.
No se sabe si fue ella o él quién provocó aquella relación. Lo cierto es que siempre se mostró comprensiva, tolerante… lo mimaba e intercedía por él. Lo había tomado en propiedad. Le daba seguridad tenerlo, a cambio de que él la tuviera a ella. Para él, siempre fue una chica buena.
Cuando empezaron a vivir juntos todo se torció. No sabía aplacar el estrés que a él le causaba el peso del hogar, estaba fuera de quicio y no todo era por lo que se metía, ni tanto alcohol; ni la austeridad que pasaban y los largos silencios de ella… y tanta soledad. Aun así, cada vez que él llegaba borracho y drogado a casa ella lo recibía con una sonrisa. Sin duda, era muy buena.
Ahora, que había reconocido que lo había empujado por la terraza de aquel octavo piso, solo para defenderse de sus agresiones físicas, todo el mundo la consideraba una asesina. La vecindad, la policía, y hasta su propia familia la rechazaban. ¿Era mala? La consideraban lo peor cuando, en realidad, ella seguía siendo la misma de siempre.
Empezó a plantearse si nunca debió intentar ser una niña tan buena…
Pedro M. González Cánovas