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Amazigh

Caminaba delante de mí con paso lento pero seguro. Esa forma de caminar, llamaba mi atención. Sentía curiosidad por saber a dónde quería llegar. Don -le grité- pero no contestó. Más tarde le silbé y esta vez sí que se giró. Me sonrió y dijo: “pajarito ¿a quién cantas? Dulce es tu cantar y a mí me gusta disfrutar. Alza tu vuelo y nutre a la eternidad”. Con estas palabras tan dulces y sabias, decidí alzar mi vuelo para llegar a su lado. Tomé su mano entre las mías, mire su cara con una nueva sonrisa y me introduje en su interior atravesando sus ojos profundos de color miel.

Un gran dolor atravesó en ese mismo instante mi alma. Sentí en cada célula de mi cuerpo el sufrimiento. Las lágrimas brotaban borrando mi rostro. Mi cuerpo quedó paralizado, como si estuviese cargado de cadenas y éstas impidieran mi libre movimiento. El pajarito sentía que estaba encerrado en una minúscula jaula, ya ni siquiera podía extender sus alas para comprobar que todavía formaban parte de él. Por un momento perdí mis fuerzas, olvidé mis sueños, quise borrar mis conocimientos y renunciar a mis experiencias. Quería dormir y no acordarme de quién era. No sabría decirte ahora mismo, por cuánto tiempo permanecí en ese estado de inconsciencia. Me sentí engañada, traicionada y humillada por aquel hombre.

¿Qué vistes? ¿Qué sentiste? -escuché que preguntaba-. No entendía. Ya no estaba dentro de él. Estaba en el interior de una cueva, acostada sobre unas pieles. Me ofreció de beber una agüita de hierbas que jamás había probado. Tu vuelo fue maravilloso – me comentó- pero cuando entraste en la primera capa de profundidad, sentiste miedo y por esta razón, acabaste agotada. Te enfermaste. Te traje aquí porque ya estas iniciada y debes acabar tu iniciación en cuanto vuelvas a creer en ti, en mí y en el origen divino de los dos. En ese momento yo no quería hablar. Así que él salió de la cueva y me dejó sola.

Pasados unos días o semanas, aquel hombre regresó. Yo estaba sentada por fuera de la cueva. Lo vi cuando se acercaba. Bajaba por el barranco ayudado por su lanza. Sonrió al verme y le devolví el saludo con otra sonrisa. Me sentía segura y me alegraba de que apareciera nuevamente. Tenía que agradecerle que me hubiera cuidado cuando me encontraba mal, que me dejara descansar allí sin ser molestada y con todo lo que necesitaba. Cuando se sentó a mi lado me preguntó: ¿Quieres hablar ya?

En ese instante no pude frenar mis palabras cargadas de emociones. Le conté que aquel día cuando me introduje en su cuerpo había sentido dolor, tristeza, miedo y represión. Le dije que no quería terminar el viaje que había comenzado el día que le conocí porque no quería experimentar nada de lo que él ya había padecido. Con una carcajada escandalosa interrumpió mi discurso y dijo:

Pobre. Prefieres negar esas emociones antes que reconocerlas y darle la oportunidad de que te enseñen el camino que tienes que seguir. Aquel día no entraste en mi interior. Llegaste al tuyo a través de mis ojos. Mira en ellos nuevamente. Dime de quién es la cara que reflejan. ¿Es la mía o la tuya? Ellos son un espejo. En mis ojos ves tu reflejo. ¿Dolor, miedo, sufrimiento, lagrimas, cadenas? ¿De quién era el cuerpo que lo padeció? ¿Fue el mío o el tuyo? Pajarillo, aquel día fueron tus alas las que no podían extenderse, pero las mías me ayudaron a llegar hasta aquí contigo. Mis alas rompieron la jaula hace años. Mis alas disfrutan con el aire que las acaricia. Ha llegado el momento de que mires otra vez a través de mis ojos y pases esa primera capa de oscuridad. Llega a lo profundo y encuentra lo que quieres descubrir. No te obligué a seguirme. No te obligué a quedarte y sabes que puedes irte en cualquier momento”.

Una vez más, volví a quedarme sin palabras. Se marchó esta vez sin despedirse.

A la mañana siguiente me desperté con el sonido del bucio. Magec aparecía tímidamente y de igual forma, yo le pedía protección y bendición:

Tanemir uhana gek Magek enehana benijime harba enaguapa acha abesan”[1]

Gracias poderoso sol por salir un día más para alumbrar la noche.

Seguidamente empecé a escuchar el tambor. Su sonido poco a poco fue rozando mi cuerpo y sin darme cuenta acepté su invitación de baile. Mis pies comenzaron a sentir que formaban parte de la tierra, mi cuerpo se movía sintiendo el ritmo del corazón de nuestra madre y por mi boca salía el canto que ella nos enseñó. Entendí las palabras del día anterior. Es mi cuerpo el que siente, soy yo la que niega y rechaza. El dolor de Tindaya lo niego si no asumo que su destrucción es también mi destrucción. Me vacían. Me profanan. Me venden. Niego el llanto de la madre tierra y mi propio llanto si miro a otro lado cuando sus hijos e hijas, mis hermanos y hermanas, son torturados, son expulsados o arrinconados en su tierra, llevando una vida de esclavos. Cuando les miro a los ojos, me veo a mí misma. Entonces debo decidir: ¿Quiero aceptar la condición de esclava o vivir orgullosa de ser amazigh?

La brisa acaricia mi cara, me envuelve en su abrazo fresco y el susurro de su arrorró calma mi desesperación. Desperté y ya no puedo dormir más. Mis alas están alzadas y mi amor se expande con mi vuelo. Las divinidades imazighen aparecieron para recordarme que soy libre. Que mi linaje está bendecido por las mismas que nos mostraron la eternidad de nuestras vidas y de esta tierra. Sus volcanes, barrancos, acantilados, palmeras, dragos, lagunas secas, cardones, tabaibas, baifos, tizones, guirres y el cantar en pareja del pinzón azul llenan de recuerdos y sabiduría mi alma. Son eternos si no acabamos con ellos al tiempo que acabamos con nosotros mismos. El dolor de mi corazón cuando niego su voz me dobla en dos. Yo soy y no quiero ser otra. Amo de esta manera y no quiero amar de otra. Sueño con correr otra vez desnuda y celebrar con el fuego que estoy viva. Que soy libre y que no tengo que luchar contra nadie. De mi pueblo aprendí a ser agradecida y a dar la bienvenida. Y ahora recuerdo también las palabras del mensajero:

En los ojos del niño está tu inocencia, él te la trae de vuelta. En los ojos de tu enamorado está tu amor, míralo y entrégalo para que crezca. En los ojos de tu madre, está la ternura que nació contigo. En la floración del tajinaste está tu renacer. En el canto ancestral se descubre tu unión con lo eterno, escúchalo, cántalo y enséñalo. Tú sabes que eres libre, que la ocupación del territorio no acabó con tu ser. Coge el hueso de tu abuelo, levántalo y agradece a su espíritu todo el conocimiento y sabiduría que transmitió por medio de los genes que compartes y regalarás a la eternidad. Dile que celebre contigo las victorias que consigas, pues éstas serán victorias de ellos, de ellas y de sus futuros descendientes. Llenarán de riquezas el espíritu que hoy se sabe libre para actuar y no para darse por vencido. Descendiente de un pueblo alzado eres”.

Soy libre y puedo hablar. Asumo las consecuencias. Soy de origen AMAZIGH. Grito INDEPENDENCIA. No entiendo la esclavitud. No apoyo ninguna guerra. Tindaya forma parte de mí y de ti si entiendes el origen divino de esta tierra. La huelga de hambre la lleva a cabo él y ella, mi hermano y mi hermana, el tuyo y la tuya si bebiste por el mismo gánigo. Somos eternos. Sigamos alzados. Exijamos RESPETO. Entre todos y todas UNAMOS LAS FUERZAS y mostremos nuestro ORGULLOSO AMOR por esta tierra y por el espíritu libre que vive aún en la gente que la puebla.

Gracias alzados y alzadas

Gracias a D. Pedro Hernández “Viterio”

Gracias a todas nuestras abuelas y abuelos

Banessa Bethencourt Mesa

D. Pedro Hernández “Viterio”. Oración de los antiguos canarios para dar las gracias al Sol por las mañanas. Recogida por D. Fernando Hernández González (Crónicas del Guirre. Tras las huella oral de los antiguos)   

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