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De Anaga al Cielo (II): corazones de Anaga

Diario de guerra de la Plataforma Contra el Radar de Anaga  (Fragmento de “Un radar en las cumbres de Anaga”) Anterior:  De Anaga al Cielo I

Una señora de 83 años, Georgina, alzó la voz entre los vecinos para manifestar “¡Qué vuelvan a poner la cruz de Taborno!” a lo que las más de ochenta personas allí reunidas respondieron con un fuerte aplauso.

Llevábamos horas con aquella reunión, sin embargo, por encima del agotamiento físico e intelectual, teníamos muy despiertos los corazones: la instalación de un Radar militar en pleno centro de aquel espacio natural tan querido por sus habitantes, mantenía encendido un fuego dentro de cada asistente que sólo la suspensión de la cruenta obra y la reparación del terreno afectado (6000 metro cuadrados) podría extinguir.

Los habitantes de la Isla y del archipiélago, habían presenciado un atentado tras otro contra el territorio, esgrimiendo un supuesto “progreso”. Pero cada vez estábamos más convencidos de que la fuerza del pueblo era la única oposición posible a la aberrante política de aquellas incompetentes instituciones.

Se palpaba una notable diferencia entre los que componíamos aquella asamblea. Por un lado, estábamos los componentes de varias organizaciones políticas, todas se suponían de izquierda; por otro unos vecinos que, más que apolíticos, eran personas con una desarrollada aprensión por lo que se representaba entonces como política. Desde mi organización, sinceramente, los entendíamos. Nosotros apostábamos por cambiar aquella política representativa por otra participativa, donde el pueblo tuviese voz continuamente.

Los vecinos, parecían agradecidos de tener gentes con formación política entre los presentes. Nosotros, literalmente babeábamos al ver cómo auténticos campesinos estaban sensibilizados y alzados en armas contra aquel atentado. Como siempre, las mujeres eran quienes se exponían más valientemente, encabezando aquel movimiento ciudadano y demostrando continuamente un abierto compromiso.

Esos eran los momentos buenos de aquel movimiento social. Después vendrían las crueles descalificaciones de los políticos en el poder, que se valían de la prensa para ello; las amenazas directas llevadas hasta los corazones de los hogares de Anaga, a cargo de la misma policía que nosotros pagábamos, actuando como mensajeros uniformados del poder establecido y el Capital; y no sé cuántas artimañas más de un sucio juego que posiblemente acostumbraban en la Polis, pero que en las cumbres canarias eran incomprensibles.

Anaga estaba dispuesta para entablar otra dura batalla. Contra un enemigo que se alimentaba económicamente de nosotros mismos; que ya estaba organizado; que disponía de infinidad de recursos y no tenía escrúpulos para utilizar cualquiera de ellos. Sin embargo, nosotros contábamos con la honradez, la razón, y la sencillez abierta y valiente del carácter propio de nuestra gente, que mil batallas se encargaron de forjar.

Fue la juventud de la Plataforma Ciudadana que se constituyó ese día la que, desde un primer momento, pretendió entablar una batalla abierta. Había un nutrido grupo que expuso su intención de acampar a la entrada del lugar donde se pretendía plantar aquella grotesca instalación. Nos costó contenerlos, porque-por un lado- parecía una propuesta razonable. Sin embargo, no nos parecía ni buen momento ni el mejor lugar a otros.

Marcamos un campo de batalla donde priorizamos agotar la vía institucional; al tiempo, teníamos que trasladar la información que manejábamos a la población y darle oportunidad de manifestar su oposición al proyecto, exponiendo al público una campaña de recogida de firmas de personas que se oponían rotundamente a la instalación. Ni siquiera imaginábamos la grandeza del enemigo al que nos enfrentábamos y las rastreras acciones que llevaría a cabo contra nosotros.

Sembraron discordia entre los vecinos, de mano de una concejala de zona, una tal Hilda. Un personaje nefasto y diabólico; que destacaba por mucha falsedad y gran incultura, pero capaz de burlarse continuamente de sus semejantes, amparada en un cargo oficial que seguramente se le otorgó por satisfacer algún oscuro favor. Vamos, era evidente que no lo había adquirido porque tuviera preparación. De todas formas, no se podía esperar otra cosa de la formación política que representaba. No sé cuántas veces me pregunté ¿cuántos de los nuestros habría votado a aquel grupo de caciques y sus esbirros? ¿Cuántas veces se habrían arrepentido?

Además de eso, entendimos por qué nunca hubo unidad en las reivindicaciones ecologistas canarias. Demasiado protagonismo. Nos vimos enfrentados con muchos grupos que, además de no nombrar nuestra lucha para nada cuando lo necesitamos, solapaban los acontecimientos con todas sus fuerzas, alineándose con el poder que debiera ser enemigo común. ¿Acaso nadie se preguntó, quién hizo correr el rumor de que se habían iniciado las obras en Granadilla -siendo falso- el mismo día que empezaron a desmontar en Anaga? Así son las cosas en esta tierra.

Pero fue antes de eso, una vez presentados un aluvión de escritos y agotada la vía institucional, cuando decidimos meternos en la boca del lobo con la sana intención de hacerlo vomitar. Con otras palabras, acamparíamos delante del Cabildo insular hasta que éste se manifestara en contra de que se dañase un espacio natural protegido. Por supuesto, esgrimiendo simultáneamente nuestros argumentos y haciéndole la labor a la institución, al presentarle otras alternativas. Simplemente: Penoso.

Pero la acampada fue una gran experiencia. Durante aquel plazo de más de tres semanas, acampados en plena urbe, frente al Cabildo, fuimos referente de lucha social a nivel del archipiélago. Aunque muchos de nosotros no éramos entonces conscientes de ello y, tal vez, alguno no lo fuera nunca.

Una gran responsabilidad caía sobre nosotros. Al archipiélago le hacía falta desperezarse socialmente, y solo acontecimientos como ese lo conseguirían.

 

Pedro M. González Cánovas

De Anaga al cielo (I)

 

Un comentario en «De Anaga al Cielo (II): corazones de Anaga»

  • La tal Hilda Lopez Romana fue presidenta de la.FALA, el brazo político de. ATI en Anaga. Hubo más, recuerda a Victoriano Izquierdo asesor de Cerolo y presidente de una Asociación de Vecinos, que nos organizó una reunión con el concejal de medioambiente del PP arropado por casi todas las asociacioned de vecinos de Anaga que, unas afines y otras por miedo a que no se hicieran obras en sus barrios, asistieron, aunque eso sí, ninguna dijo nada, la reunión fue un toma y daca entre el concejal y la Plataforma contra el Radar. Lo único que dijo una de ellas, ante la insistencia del tal Victoriano, fue que nadie les había informado de nada…. En fin, aunque.el radar este ahí, Pedro, tenemos que admitir qye estuvimos en un tris de conseguirlo, a pesar de nueztra inexperiencia contra alguien tan poderoso, adquirimos experiencia practica y quizá lo más valioso, el convencimiento intimo de que sí, es posible derrotar a nuestro enemigo, que es muy poderoso pero no invencible, de que puede ser un tigre de papel

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