¿Dónde está mi niño?
“Me quitaron a mi pequeño, la comadrona decía que algo estaba mal, pero te juramos que escuchamos como lloraba, y se le veía bastante sano”
Hoy por primera vez tengo una entrevista conjunta, en este caso con un matrimonio que lleva casado más de 44 años ambos rondan más de 60 años de edad, ella parece una mujer mucho más joven, lleva un vestido de flores, el pelo corto con un fleco y un pequeño collar con una pequeña cruz, mientras que él tiene gafas, pelo corto —al estilo militar—, vaquero y camisa de botones.
Nos encontramos en la plaza de Europa de Puerto de la Cruz, la maresía impregna nuestros cuerpos y aún con mascarilla somos capaces de aspirar su aroma tan característico, ella está tranquila y así lo refleja su mirada, pero él no tanto, lo noto por como aprieta su mano y mira a nuestro alrededor por el temor de que algún conocido lo reconozca.
Subimos a la parte alta de la plaza de Europa y nos sentamos en unos de los muros, se miran ambos a los ojos, él con temor, y ella infundiéndole un valor que parece faltarle, de repente él cambia, se relaja, y veo como sus ojos pasan de expresar una gran ansiedad y temor a una casi plena tranquilidad.
Ambos suspiran a la misma vez y todos soltamos una carcajada que provoca que el ambiente se relaje, él se levanta y mira al horizonte, ella me mira y comienza hablar.
Llevo casada con mi esposo más de 44 años, y emparejados llevamos casi 50 años, todavía recuerdo cuando se acercó a mí mientras salía de la pequeña tienda del pueblo, estaba sudando y eso que no hacía más de 10 grados, tenía un clavel blanco en sus manos y una cajita de caramelos, se quedó mirándome y con un hilo de voz me pidió que le acompañara a dar un paseo por la plaza.
Recuerdo que me quedé parada y que le dije con una voz aún más baja que sí; cómo le iba a decir al joven más deseado del pueblo “que no”; una de las vecinas se quedó boquiabierta y es que ella no dejaba de pavonearse delante de él, dice mientras ríe.
A partir de ese paseo fuimos inseparables; cada día nos veíamos y pasamos todas las tardes y domingos juntos. Al cabo de un mes nos presentamos oficialmente a nuestras familias como prometidos y comenzamos así nuestro compromiso, para que te hagas una idea de la unión que tenemos te puedo confirmar que solo nos hemos separado cuando se tuvo que ir a realizar el servicio militar, lloré como si se fuera a una guerra de verdad. Él la mira en ese instante y me dice que para él fue mucho peor: “los que serían mis compañeros se rieron, pero yo sabía que hubieran dado una mano por tener una mujer tan bella llorando su partida”.
Cuando llegue de la mili, deje mi bolsa en casa de mi madre, le di un beso en la mejilla y le pedí que me acompañara que tenía que hacer una cosa muy importante, ella me miró y se fijó en la cajita que tenía en la mano, lloro de alegría, me beso en la mejilla y me obligo a bañarme, ponerme el uniforme limpio, ella y mi padre también se pusieron sus mejores galas y salimos rumbo a la casa de ella.
Llegamos casi al anochecer. Toque la puerta y cuando su madre abrió, y se fijó en cómo estábamos engalanados, salió corriendo avisarle tanto a ella como al resto de la familia; me arrodille delante de ella y le pedí matrimonio, pego un grito de felicidad, me dijo que “sí”; nos besamos y el padre nos invitó a pasar dentro y celebrarlo bebiendo una copa de vino y comiendo queso.
Al cabo de seis meses llegó el ansiado día, y el que ha sido y será —según me comentan ambos—uno de los mejores días de su vida, pero lo mejor vino al cabo de tres meses después de sus nupcias, cuando descubren que ella está embarazada: la felicidad no cabe ya en las cuatro paredes de su hogar.
El embarazo siguió por la vía normal, todo iba según las palabras de la especialista: “genial”. Durante esos meses, tanto él como el resto de la familia la mimo, cuidaban la alimentación con gran cuidado, no se fumaba dentro de la casa, no le dejaban levantar peso; todas las tardes salía de paseo, y su madre y la suegra hacían las labores de la casa.
Llegó la hora del parto, las contracciones aumentaban en intensidad, raudos y veloces la suben al coche y van al hospital de referencia de su municipio, cuando llegaron tenían asignados a una comadrona, pero la jefa cambió de parecer y decidió atender ella misma a la pareja.
Me sorprendió el interés que generamos en ella, pero todo el mundo me decía que era la mejor. Al cabo de una hora ya estaba totalmente dilatada, ya llegaba su niño al mundo y solo deseaba que terminara de salir, quería ver a la personita que me acompañó durante tantos meses, quería ver a mi príncipe, al que se convertiría en el rey de la casa.
Al final, con un último empujón salió y casi de manera instantánea lloro y vaya si lloro. Creo que me estaba pidiendo ayuda, que sabía que lo robarían. Pedimos a la comadrona que me dejara ver al niño, pero esta dijo con voz fría que había algo mal y salió corriendo con el niño.
“Lloramos los dos, temíamos por la vida de nuestro niño”, dice ella con lágrimas en los ojos. “Jesús, yo conseguí ver el niño y era normal”, me dice él con rabia. Ambos se quedan callados, él se agacha y coge la mano de ella. “Nos robaron al niño”, me afirma ella. Les pregunto que cómo llegan a esa conclusión.
Nos llevaron de vuelta a la habitación y llegó un médico que nos dijo que el pequeño había sufrido durante el parto y que estaba en la sala de cuidados críticos; pedimos verlo, y nos dijo que por ahora era imposible, que necesitábamos descansar y que cualquier cosa nos avisarían.
Al final nos dormimos llorando de miedo, desesperanza y frustración. Al día siguiente llegó ese médico acompañado por la matrona: “Sentimos comunicarles que su niño falleció anoche, muerte súbita”. Nos quedamos helados y casi nos desmayamos, pero él pidió ver el cuerpo del niño tanto la comadrona como el médico se miraron y aquí nos dimos cuenta que ambos estaban mintiendo la mala pécora nos dijo: “No puede ser, ya fue incinerado”. Nos quedamos mirando y le dije: “Pero con que permiso han quemado el cuerpo de mi retoño hasta hacerlo ceniza”, se quedó callada y mirando al suelo. Entonces habló el muy sinvergüenza: “la comadrona se confundió, quiere decir que ya fue enterrado”. Entonces le pedí que nos dijeran en qué lugar estaba enterrado, y ninguno sabía decir.
Con esto ya sabíamos que nos estaban mintiendo, pedimos hablar con el jefe del hospital y que nos dieran todas las explicaciones sobre los que había sucedido con nuestro bebé, llegamos a su despacho y allí volvían a estar los dos monstruos. El jefe del hospital nos dijo que sentían lo que había sucedido y que llevarían a cabo una investigación, salimos del hospital y nos recuperamos en casa.
Llamábamos cada semana para saber qué nuevas noticias existían, siempre nos decían la misma retahíla: “está en proceso de investigación”. Al final consiguieron su objetivo y salimos de nuestro pueblo y nos vinimos a Canarias, exactamente a Tenerife.
Pero jamás pudimos olvidar a nuestro niño, sabemos que está vivo, y solo podemos decirle que le amamos y que no hemos perdido la esperanza de recuperarle. Llevamos décadas investigando a dónde te pudieron llevar, y hemos podido contar con la colaboración de varias asociaciones.
Te amamos hijo, y solo deseamos que nos respondan a una pregunta: ¿Dónde está nuestro niño?
Jesús Socas Trujillo
Si quieres contarle tu historia a Jesús, no dudes en escribirle a jesusocastrujillo@gmail.com