¿Fonsalía o Los Cristianos? No, gracias. Ecología frente al delirio del cemento
En pleno siglo XXI, cuando el planeta clama por un respiro, algunos insisten en repetir viejos errores. El proyecto del puerto de Fonsalía, en Tenerife, no es solo una amenaza ecológica, es el símbolo de un modelo agotado: más cemento, más destrucción, más silencio sobre las verdaderas consecuencias
Fonsalía no es cualquier rincón del litoral. Es Zona de Especial Conservación (ZEC). Forma parte del corredor marino Teno-Rasca, una joya biológica de valor internacional, donde residen y migran 26 especies de cetáceos. Calderones tropicales, delfines, tortugas bobas. Seres sensibles, sociales, que dependen de un mar limpio, tranquilo y libre de ruido.
¿Y qué se les ofrece? Tráfico marítimo intensivo. Contaminación sonora. Riesgo de colisiones. Un ecosistema entero condenado por la avaricia y la ceguera planificadora.
¿El argumento? Descongestionar Los Cristianos. Pero, ¿qué hay detrás? ¿No sería más sensato mejorar las infraestructuras ya existentes, reorganizar rutas, invertir en transporte público insular y marítimo eficiente?
Los Cristianos también está en una zona ambientalmente frágil. Allí tampoco tiene sentido un crecimiento portuario que no atiende ni a la lógica ecológica ni a la humana.
Granadilla es el ejemplo que nadie quiere mirar. Más de 300 millones de euros invertidos. ¿Resultado? Un puerto fantasma. Inoperativo buena parte del año por condiciones de mar. Mal conectado. Y todo eso, a cambio de la destrucción de praderas submarinas protegidas, de hábitats irrecuperables.
¿De verdad quieren repetirlo? ¿Hasta cuándo vamos a financiar ruinas con dinero público?
¿Y los responsables? Porque nadie ha rendido cuentas por el despilfarro de Granadilla. Ni un solo cargo público, ni una empresa adjudicataria, ha asumido consecuencias. ¿Cómo es posible? ¿Dónde están los mecanismos de fiscalización? ¿Quién se enriqueció construyendo un puerto que no funciona, que no sirve y que nunca debió construirse?
Empresas como OHL (de la trama Lezo), grandes constructoras con vínculos políticos, se beneficiaron de los contratos millonarios. ¿Y el interés general? Sepultado bajo toneladas de hormigón. La impunidad ha sido la norma, y la factura, como siempre, la ha pagado la ciudadanía y la naturaleza.
Esto no es progreso. Esto es despilfarro disfrazado de desarrollo. Es desprecio por la biodiversidad. Es colonialismo económico con rostro de infraestructura.
Necesitamos repensar nuestro modelo insular.
No más puertos innecesarios.
No más turismo depredador.
No más decisiones de despacho tomadas de espaldas a la ciencia y a la ciudadanía.
Defendamos Fonsalía.
Defendamos Los Cristianos.
¡Defendamos la vida!
Antonella Aliotti
Feminista Radical y Antirracista
Defensora de la Casa Común
Activista de DDHH y Sociales