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Karl Marx nos habla sobre las manifestaciones “pacíficas” de la derecha reaccionaria

Las imágenes que nos llegan de la manifestación del domingo en Barcelona. Imágenes que han impactado a muchos medios de comunicación internacionales, nos traen a la memoria un fragmento de La Guerra Civil en Francia de Karl Marx; un fragmento en el que Marx describe con detalle una de esas manifestaciones “pacíficas” de la reacción.

Bajo la capa cobarde de una manifestación pacífica, estas bandas, pertrechadas secretamente con armas de matones, se pusieron en orden de marcha (…)

En La Guerra Civil en Francia, Marx recrea, de una forma brillante y apasionada, la resistencia de una ciudad, el París de la Commune de 1871. Y ese París revolucionario del XIX es, ahora -lo quiera o no la izquierda española-, la Barcelona revolucionaria del siglo XXI, donde se ha pasado de la lucha por la independencia a una lucha -en esencia- por los derechos civiles, y, en estos momentos, a una lucha abiertamente antifascista. La causa soberanista se llena de un sentido que centra todas las energías y posibilidades emancipadoras del momento histórico, como momento revolucionario. Ahora, el independentismo catalán ya no es solo una oportunidad, ahora es la única oportunidad. Cataluña es la voz de la auténtica mayoría silenciosa que enmudece en esa prisión de naciones que es España.   

La toma de Barcelona por una parte de la peor chusma reaccionaria; la movilización de importantes sectores obreros organizados, y la inminente declaración de independencia, todo esto y mucho más, bosquejan un escenario muy diferente al que vende la vieja izquierda española del PCE y sus subproductos (IU, Podemos, etc.).

La vieja izquierda española anclada en la equidistancia más absurda, ha terminado por darle la vuelta a la célebre frase del derechista José Calvo Sotelo, aquel que prefería “antes una España roja que una España rota”; esa izquierda inmovilista y timorata parece preferir hoy “antes una España reaccionaria que una España rota”.

A la espera de lo que pase mañana en Barcelona, con la posible Declaración de Independencia, el fascismo se enseñorea en Valencia; resuena el Cara al Sol, como sempiterno himno del nacionalismo español, y se continúa escribiendo un execrable capítulo de esa larga historia de la infamia. La izquierda -mientras tanto- se hinca de rodillas y espera… No entienden que la derecha reaccionaria española no quiere ni necesita parlar absolutamente nada, puesto que su razón es -y ha quedado demostrado- la fuerza y el monopolio absoluto de la violencia.

El 22 de marzo, se puso en marcha desde los barrios de los ricos un tropel exaltado de personas distinguidas…

El 22 de marzo, se puso en marcha desde los barrios de los ricos un tropel exaltado de personas distinguidas, llevando en sus filas a todos los elegantes petimetres y a su cabeza a los contertulios más conocidos del Imperio: los Heeckeren, Coëtlogon, Henrí de Pene, etc. Bajo la capa cobarde de una manifestación pacífica, estas bandas, pertrechadas secretamente con armas de matones, se pusieron en orden de marcha, maltrataron y desarmaron a las patrullas y a los puestos de la Guardia Nacional que encontraban a su paso y, al desembocar desde la rue de la Paix en la plaza Vendôme, a los gritos de «¡Abajo el Comité Central! ¡Abajo los asesinos! ¡Viva la Asamblea Nacional!», intentaron romper el cordón de puestos de guardia y tomar por sorpresa el cuartel general de la Guardia Nacional. Como contestación a sus tiros de pistola, fueron dadas las sommationes regulares (equivalente francés del Riot Act inglés) y, como resultasen inútiles, el general de la Guardia Nacional dio la orden de fuego. Bastó una descarga para poner en fuga precipitada a aquellos estúpidos mequetrefes que esperaban que la simple exhibición de su «respetabilidad» ejercería sobre la Revolución de París el mismo efecto que los trompetazos de Josué sobre las murallas de Jericó. Al huir, dejaron tras ellos dos guardias nacionales muertos, nueve gravemente heridos (entre ellos un miembro del Comité Central) y todo el escenario de su hazaña sembrado de revólveres, puñales y bastones de estoque, como evidencias del carácter «inerme» de su manifestación «pacífica». 

Karl Marx (1871), La Guerra Civil en Francia 

 

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