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La Candelaria de Adeje III

 

En El Socorro.

Tras su retorno, los dominicos procuraron ampliar la cobertura legal que les amparaba en la posesión del santuario. A su favor contaban con la cesión del obispo Cabeza de Vaca, las donaciones del Cabildo, y las dos Reales Cedulas expedidas por Carlos V. En marzo de 1542 consiguieron del Papa Paulo III una Bula que ratificaba los derechos adquiridos. Solo quedaba un cabo suelto.

La cesión original recogía ciertas condiciones, y salvaguardaba algunos de los antiguos derechos de la parroquia de La Concepción. En 1543, Alonso Ruiz de Virués, a la sazón obispo de Canarias, se presentó en el santuario de Candelaria. La visita que pretendía no llegó a realizarse, pues el prior dominico le negó la entrada alegando que carecía de jurisdicción sobre el monasterio y la imagen. El conflicto parecía abocado a perpetuarse. Sin embargo, en esta ocasión hubo negociaciones, y al año siguiente se llegó a un acuerdo: El Obispo, en su nombre y en el de sus sucesores, reconocía a la Orden la completa posesión del santuario de Candelaria, a cambio, los frailes cedían la cueva de San Blas al clero de La Concepción. La parroquia del valle de Güímar volvió a instalarse en la gruta.

El acuerdo fue ratificado por el capítulo provincial dominico el 6 de junio de 1545. La Orden había conseguido todas las licencias y beneplácitos imaginables…, por lo que sorprende que trece años después (1558), el obispo Diego de Deza intentara una nueva visita “a las bravas”. Desde cualquier punto de vista, la legalidad estaba del lado de los dominicos, por lo que este obispo fue también rechazado.

Al parecer los frailes estaban prevenidos, pues días antes el vicario dominico fray Tomás de Molina otorgó un poder a sus cofrades de Candelaria en el cual se decía que: «… por cuanto a nuestra noticia es venido que el Señor obispo don Diego Deza, obispo de estas islas de Canaria, y otras personas eclesiásticas quieren inquietar y quitar de la posesión en que está la dicha Orden y frailes de ella de la Casa y monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria de esta isla de Tenerife”1 . ¿Pretendía realmente el Obispo arrebatarles el santuario?

El asunto es curioso, pues restituir el monasterio y la imagen a la jurisdicción diocesana supondría iniciar un larguísimo proceso en diversas instancias, del cual no existe información alguna. En cualquier caso, no podría lograrse con una simple visita. Quizá la explicación esté relacionada con un hecho que llamó la atención a Alejandro Cioranescu cuando escribió la introducción a la obra de Alonso de Espinosa. El libro III de la misma lleva por título De la conquista de la isla de Tenerife y de lo sucedido en ella hasta el año de 1558. Y efectivamente, el relato cronológico termina con el intento de visita del obispo Deza.

Cioranescu escribe: “Es curioso observar que…esta parte del libro no vaya más allá del año de 1558…cuya fecha no es, sin embargo, un hito importante en la historia de Tenerife o de su santa Patrona”

Poco después de la pérdida de su influencia en Candelaria, los agustinos de La Laguna fundaron sendos asentamientos en Tegueste y Güímar (1530-40). Ambos fueron puestos bajo la advocación de la Virgen del Socorro, dando lugar a los topónimos que hoy conocemos.

Desde comienzos del S. XIV, la orden agustina fue la principal impulsora del culto a Nuestra Señora del Socorro. Originario de Sicilia, la iconografía primitiva representaba una virgen con niño portando en su mano derecha una estaca o garrote para defender a los fieles, especialmente a los más pequeños, de las asechanzas del maligno. La devoción penetró por el levante español haciéndose muy popular en Valencia, pasando más tarde a América. En 1499 recibió un gran impulso cuando un mercader de nombre desconocido trasladó a Roma un ícono cretense al que se le atribuían propiedades milagrosas. La pintura tomó la advocación de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, y fue depositada en la iglesia de San Mateo del Vaticano, regentada por los agustinos.

Por lo que no es de extrañar que los ermitaños de La Laguna pusieran bajo su protección los dos nuevos enclaves. Sin embargo, llama la atención que mientras que la fundación teguestera fue administrada directamente, El Socorro de Güímar se cedió a la parroquia de la Concepción, tal como se desprende del inventario realizado por el beneficiado Gozón en 1539. Y decimos que se cedió, porque la ermita estaba en tierras agustinas, provenientes del mencionado traspaso de Gonzalo Mexías. Por esta u otras circunstancias, lo cierta es que apenas existe información del S. XVI relacionada con este enclave.

Alonso de Espinosa escribe que  «por memoria deste aparecimiento, pusieron después los cristianos una cruz que hoy está en pie, y un poco adelante fundaron una pequeña ermita, que llamaron del Socorro». Cipriano de Arribas y Sánchez afirma que tal construcción tuvo lugar en 1510, aunque no conocemos ningún documento o testimonio que lo corrobore. El primer dato seguro de la existencia de una ermita en el lugar es el mencionado inventario de 1539.

En 1558 estaba al cuidado de un “ermitaño” llamado Alejos Pérez, que falleció en Icod al año siguiente. En su testamento dejó una cantidad considerable para la ermita, y nombró albacea a Alonso Rodríguez, vecino de Güímar. A pesar de ello, la fundación entró en decadencia y fue abandonada hasta 1577, fecha en la que Francisco Hernández de Sepúlveda, titulado «mayordomo de la casa y ermita de Ntra. Sra. del Socorro», aparece gestionado limosnas de diversos vecinos y la herencia de Alejos Pérez. El montante era de 7150 maravedíes, con los que se acometieron obras de ampliación y reforma.

Pero el proyecto no tuvo continuidad, y tras la muerte de Hernández en 1583, la ermita fue de nuevo abandonada. A comienzos del XVII, su estado era ruinoso. En 1643 se reinicia el culto, con la creación de la cofradía de Nuestra Señora del Socorro, que reedificó el templo, entronizó la actual imagen de la Virgen, fijó la fecha de las fiestas y organizó las romerías.

Por nuestra parte añadimos lo siguiente. En 1534 un Alejo Pérez, portugués, aparece como aperador (empleado) de Cristóbal de Valcárcel (yerno de Pedro de Lugo y presumible miembro de la cofradía de La Candelaria)2. Por las mismas fechas Juan Pérez de Virués, (segundo de Pedro de Lugo en dicha cofradía), ejercía el cargo de Mayordomo de la iglesia de La Concepción3. Esto podría esclarecer la estrategia seguida por los agustinos. En lugar de la administración directa, como en el caso de Tegueste, optaron por dejar el enclave bajo la tutela la parroquia de La Concepción, mientras que la cofradía de La Candelaria se ocupaba de la gestión y mantenimiento de la ermita.

Por los llamados Pleitos de los Naturales sabemos que los dominicos de Candelaria, además de la talla homónima, poseían otra llamada Nuestra Señora de Agosto4, es decir una Virgen de la Asunción. De donde se infiere que dichos frailes no celebraban la fiesta veraniega de la Candelaria. Todas las referencias festivas que conocemos del XVI aluden a la Purificación del 2 de febrero.

Por la mencionada colección de documentos publicada por Lorenzo Santana, nos enteramos que en 1545, los frailes dominicos impidieron a la cofradía de La Candelaria de los agustinos participar en las celebraciones del día de la Virgen, y realizar su tradicional ofrenda de cera.

En los protocolos del escribano del valle de Güímar, Sancho de Urtate se recogen en fecha tan tardía como 1573-4 diversas mandas testamentarias para el pago de misas a la Virgen del Socorro en la cueva de San Blas, ya que entonces la ermita de Chimisay estaba en ruinas.

A tenor de lo anterior, proponemos la siguiente reconstrucción de los hechos. En torno a 1534, tras la donación del Cabildo, los agustinos asumieron que las posibilidades de recuperar su influencia en el santuario de Candelaria eran escasas. En 1526 habían ganado el pleito entablado con el Cabildo e ingenio de Güímar por la posesión de las tierras de Gonzalo Mexías, por lo que se consideraban dueños de la playa y barranco de Chimisay-Chinguaro, paraje donde la tradición situaba la aparición de la Virgen. Un enclave al menos tan emblemático para el culto candelario como la cueva de San Blas. Fuese sobre los restos de alguna construcción anterior, o edificio de nueva planta, lo cierto es que levantaron una ermita que estaba abierta al culto antes de 1539. Es de suponer que desde el principio atrajo a grupos de fieles descontentos con la gestión dominica del complejo de Candelaria.

Las funciones religiosas no debieron ser muy frecuentes, y probablemente fueron presididas por un icono o pintura similar a la que hoy puede verse en el enclave homónimo de Tegueste. En 1544 la Orden de Predicadores llegó a un acuerdo con el Obispo Virués, y las últimas esperanzas de los agustinos y el clero de La Concepción debieron disiparse. Al año siguiente la cofradía de La Candelaria fue excluida de las celebraciones del santuario.

Alrededor de esta fecha, los inquilinos de la ermita del Socorro se “radicalizaron”. En primer término apoyando las reclamaciones de los guanches de Candelaria, que temían que la Santa Imagen les fuese arrebatada…, y poco después jugando una baza inesperada.

La cofradía poseía desde su fundación una imagen de esta advocación en su capilla del claustro del convento agustino de La Laguna. Se trataba de una talla de buena factura y de considerable prestigio. Una talla que, como veremos, incorporaba en cierto modo la advocación de la nueva ermita. La festividad de la Virgen del Perpetuo Socorro se celebraba el 27 de junio, pocos días después del solsticio de verano…, momento propicio para una buena romería.

Así, la cofradía de La Candelaria comenzó a llevar su imagen al lugar del Socorro. Oficialmente se trataría de una celebración regular de una de las advocaciones más queridas por los agustinos, pero a nadie se le escapaba que las intenciones eran otras. En la década 1545-1555 un vigoroso culto paralelo al de Candelaria se instaló en la ermita de Chimisay. Un culto reivindicativo, centrado en las romerías, y concebido para competir con el santuario vecino. Rasgos que más de cuatro siglos después parecen seguir intactos. De la importancia del mismo dan fe las mandas testamentarias de los vecinos del valle de Güímar, que dos décadas más tarde recordaban a una ya inexistente Virgen del Socorro.

Una situación como la descrita debió de crear tensiones. En 1548 el gobernador López de Cepeda anuncia una visita a la ermita de Candelaria5, y nombra teniente que ha de permanecer en La Laguna, indicio de una prolongada estancia que no creemos se debiera exclusivamente a motivos devocionales. Dos cultos. Dos imágenes enfrentadas en una lucha de legitimidades…, en una relación que en nuestra opinión ha sido mal interpretada, pues creemos que la talla que visitaba El Socorro a hombros de los cofrades de La Candelaria fue la que cuarenta años más tarde vio y describió el dominico Alonso de Espinosa.

Cuando a comienzos del S XX Rodríguez Moure envió al padre Fita Colomé el material para que intentase datar la Santa Imagen, además de las conclusiones mencionadas, recibió una posible interpretación de las letras que figuraban en el collar de la talla: ETIEPESEPMERI. Según Fita constituyen un anagrama perfecto (no falta ni sobra ninguna letra) del texto “Sepi et eripe me”, invocación de la letanía mariana Turris ebúrnea (torre de marfil), basada en El Cantar de los cantares 8 ,4., cuya traducción es protégeme y rescátame.

Aunque la procedencia de la cita es dudosa6, la interpretación nos parece de interés, pues menciona explícitamente los atributos devocionales de la Virgen del Socorro. Así, la talla incorporaría una alusión explicita a la advocación de la ermita, y justificaría su presencia en el lugar. De estar en lo cierto, explicaría dos circunstancias ya señaladas. La actual talla de la Virgen del Socorro (1634), además de letras dispersas en la falda, luce en el pecho (no tiene collar) un versículo del Cantar de los cantares, lo cual puede interpretarse como una alusión o recordatorio de los atributos de la imagen que con anterioridad ocupó su lugar. Tambien en cierto modo justificaría la antigua tradición que afirma la preeminencia de esta talla sobre su vecina, pues efectivamente, abría sido venerada en El Socorro antes de ser instalada en el santuario de Candelaria. Abundaremos en ello.

Por último, mencionar una pintura que pude ser entendida como una velada reivindicación del origen agustino de la talla descrita por Espinosa. Se trata de una Vera imagen de la Virgen de Candelaria, encargada en la gran ciudad de Cuzco (Perú) en 1744 por un devoto anónimo. Dada a conocer por Mesa y Gisbert, y publicada por Amador Marrero7, muestra una Candelaria al estilo cuzqueño, y bajo ella, a San Agustín y Santa Mónica, los dos referentes más señeros de la orden de los ermitaños. Pero quizá lo más notable sea la exacta colocación y precisa reproducción de las famosas letras, las cuales identifican la talla sin género de dudas, por lo que es posible que se trate de algo más que una mera síntesis de las devociones más queridas del anónimo devoto.

Candelaria Cuzqueña con S. Agustín y Stª Mónica

En 1558, Alejos Pérez, el último ermitaño del Socorro, se retira a Icod. El enclave queda abandonado y el culto se extingue. En el mismo año, el obispo Deza intenta una infructuosa visita al santuario de propósito incierto. Por su parte, Alonso de Espinosa interrumpe abruptamente su relato en esta precisa fecha. Para intentar arrojar algo de luz sobre el asunto, creemos que es necesario retomar el varias veces mencionado pleito de los agustinos por la posesión de sus tierras del valle de Güímar.

El litigio fue largo y complejo. En 1503 Alonso de Lugo otorgó una serie de datas a Gonzalo Mexía de Figueroa, sobrino de la por entonces su mujer Beatriz de Bobadilla. Entre ellas se incluían 6 fanegas de sequero en La Orotava, 100 fanegas en Tacoronte y una extensa posesión de límites imprecisos en el valle Güímar. Tras la muerte de su tía en 1504, parece haber caído en desgracia, pues al año siguiente, El Adelantado adjudicó sus tierras de La Orotava a Pedro de Lugo8, lo cual no fue óbice para que en 1509, Mexía las cediese a los agustinos de La Laguna, junto con las tierras de Tacoronte y la posesión de Güímar9. Los frailes interpretaron esta última data en el sentido más amplio posible, haciéndola coincidir a groso modo con los límites del actual municipio de Arafo, incluyendo el lugar de El Socorro (hoy Güímar). En 1521, los agustinos, por motivos desconocidos, no habían tomado posesión de manera oficial de las tierras, pero arrendaban parte de ellas a Jácome de Carminates y Juan de León10. Junto con el ingenio azucarero, eran los grandes propietarios del valle de Güímar.

El ingenio había ido a parar a manos del licenciado Francisco de Vargas, influyente tesorero de su majestad, quien tenía a Juan Albertos Guiraldín como administrador. Al año siguiente (1522), Guiraldín consiguió que El Adelantado revocase el traspaso que Gonzalo Mexía había hecho a los agustinos, adjudicando las tierras al ingenio tanto cuanto fuere su voluntad e tengáis cargo defender sin que nadie entienda en ellas”11. Aprovechando formula tan ambigua, los agustinos incoaron pleito ante Juan de Troya, canónigo de la catedral de Las Palmas12, y todo indica que lo ganaron, pues en 1526 tomaban posesión reglada de las tierras13. A partir de 1530, los frailes dominicos con sus propiedades en torno al santuario de Candelaria, se convirtieron en la tercera fuerza viva del Valle de Güímar. Pocos después comenzaron el culto en la ermita de El Socorro.

Al parecer, la situación se mantuvo más o menos estable hasta 1547, fecha en la que tomó posesión del ingenio de Güímar Fradrique de Vargas, nieto de Francisco de Vargas, el tesorero real que nunca llegó a pisar la isla14. La situación económica de la hacienda era de delicada, y Fradrique se ahogaba en deudas heredadas, lo que le llevó a solicitar de Carlos V autorización para vender alguna de sus propiedades ligadas en mayorazgo.

En 1552 se formalizó lo que Oswaldo Brito llamó venta fingida, a un consorcio formado por Bartolomé Joven, García de Vergara, Diego Suarez y el coronel Fabián Viña. Se trataba de una sofisticada operación financiera de carácter especulativo, pues los compradores no tenían intención de explotar el ingenio, sino de traspasarlo a un comprador solvente. Y este se materializó en la persona de Pedro de Alarcón, teórico regidor de Ayamonte y real de La Palma, personaje un tanto enigmático que había estado ligado Alonso de Lugo y sus descendientes en la trata de azúcar.

Las negociaciones para la venta comenzaron en 1552, y fueron largas y complejas, pues Alarcón no tomó posesión del ingenio hasta agosto 1556. De lo sucedido a continuación, se deduce que una de las condiciones previas exigidas por el comprador fue que se hiciese efectiva la totalidad de la Gran data del valle, es decir, que los límites del ingenio se extendiesen desde Candelaria hasta las laderas de Agache, y desde la cumbre hasta el mar. Esto suponía la expulsión de los agustinos, amén de otros propietarios. Al consorcio vendedor de los Joven, Vergara y Viña se les planteo una difícil papeleta, pues lo exigido por Alarcón suponía iniciar un largo e incierto proceso que pospondría la venta sine die. La única salida era la negociación. Así comenzó un juego a tres bandas, pues presumiblemente los dominicos de Candelaria se incorporaron a la trata. Es probable que el muñidor del acuerdo fuese Bartolomé Joven, quien ejercía de escribano del Cabildo, estaba en buenas relaciones con los agustinos (cuñado de Jácome de Carminates y miembro de la cofradía de La Sangre), y era parte interesada en la venta.

Escudo. Antiguo convento de San Agustín. La Laguna

La posición de los agustinos era delicada, pues si en 1526 habían ganado el pleito que les confirmó en sus posesiones, en buena parte fue debió a que el litigio se tramitó ante un tribunal eclesiástico. Si el caso fuese reabierto ante la jurisdicción civil…, el resultado podría ser bien distinto. Se arriesgaban a perder todo el legado de Gonzalo Mexía, y se enfrentaban a personajes muy poderosos…, por lo que creemos que se avinieron a negociar.

Los dominicos por su parte, comprendieron que era una buena oportunidad para introducir dos de sus pretensiones más inmediatas: suprimir el culto de El Socorro, y la cofradía que lo sustentaba, lo cual facilitaría la creación de una propia. A cambio, desistirían del traslado de la Santa Imagen a otro lugar de la isla, y quizá esgrimieron algún otro tipo de cesión que desconocemos. Creemos que el acuerdo se cerró en 1555 o 56, pues en esta última fecha los agustinos tomaron posesión (después de 47 años) de las 100 fanegas de Tacoronte que Mexía les había traspasado15.

El resultado fue que el ingenio de Güímar consiguió la continuidad territorial desde Candelaria hasta Agache, y la venta se pudo hacer efectiva. Los ermitaños agustinos perdieron las tierras bajas del valle de Anabingo, incluido el lugar de El Socorro, pero conservaron las mejores y más productivas de la zona de Arafo. Accedieron a las mencionadas de Tacoronte, y puede que recibieran una compensación económica, pues en 1555 encontramos a Fray Pedro Grimón, hombre fuerte de la Orden, visitando la gran posesión que los duques de Medina Sidonia tenían en Abona, y que en breve iba ser puesta en venta16. Los dominicos por su parte, asumieron de facto el monopolio del culto, y fundaron su cofradía de La Candelaria, que algunos años después ya recibía numerosas limosna de la península y las Indias… Pero de nuevo quedó un cabo suelto.

Si estamos en lo cierto, la cofradía de La Candelaria de los agustinos cesó sus actividades hacia 1555-58, aunque oficialmente no fue disuelta hasta 1573. La pregunta es obvia… ¿qué fue de la imagen de su propiedad? Hay noticias de que en los siglos siguientes, tanto en la antigua como en la nueva iglesia de los ermitaños de La Laguna, hubo un altar y una talla de esta advocación. Ya en el S. XX, Rodríguez Moure y Cioranescu examinaron la imagen que allí se exhibía, coincidiendo en que carecía de valor artístico, por lo que nos parece improbable que se tratase de la mencionada a comienzos del XVI17.

La respuesta más sencilla es que los agustinos traspasaron o vendieron la talla a los dominicos. Visto en perspectiva, no resultaría extraordinario que tras conseguir el monopolio del culto a la patrona, los dominicos estuviesen interesados en la imagen…, siempre y cuando fuese muy similar (facsímil) a la que tenían en Candelaria. Las ventajas eran evidentes. En numerosas ocasiones la talla hubo de ser trasladada a La Laguna, y más tarde a Güímar, por temor a ataques de piratas moros, franceses o ingleses. El peligro era real, pues no era infrecuente que destruyesen o secuestrasen imágenes para negociar rescates. En caso de pérdida, podrían presentar una segunda talla que previsoramente habían ocultado, y que sería proclamada como autentica u original. Téngase en cuenta que desde hacía años, la imagen se vestía y coronaba, por lo que solamente quedaban a la vista el rostro, las manos y el niño, generalmente vestido.

La talla de los agustinos debió llegar a la isla alrededor de 1520, con Pedro de Lugo al frente de la cofradía, y probablemente procedente de Sanlúcar de Barrameda, ciudad en la que el sobrino del Adelantado había nacido, casado, y ejercido de regidor y alcalde mayor. Por lo que las imágenes que poseían dominicos y agustinos tenían el mismo origen, y presumiblemente similar factura y dimensiones. El interés de la Orden de Predicadores estaba justificado.

Así, fuese por cesión, venta, o por otros medios, creemos que en torno a 1558 la talla de la cofradía de La Candelaria, que había ejercido de Virgen del Socorro, pasó a poder de los dominicos. Esto justificaría la posición de fray Alonso de Espinosa, que opto por el silencio, ante el dilema de servir a la verdad a los intereses de su Orden.

Hay indicios de que partir de esta fecha los frailes alternaba discretamente las imágenes en las presentaciones públicas, con miras a que en caso de pérdida pudiesen “autentificar” cualquiera de las dos. Se trataría por tanto de una extraordinaria peripecia, pues una misma imagen habría ejercido sucesivamente de patrona de la cofradía de La Candelaria en el convento agustino, de circunstancial virgen de El Socorro, y de co-titular en el santuario de Candelaria.

La mencionada alternancia de tallas debió dar lugar a trabajos de pintura y barnizado de los que, como veremos, hay indicios, los cuales probablemente dieron pábulo a uno de los milagros recogidos por Espinosa: la Santa Imagen cambiaba de color. En torno a 1600, Antonio de Viana discrepaba de Fray Alonso al afirmar que el cabello de la talla estaba dividido en cinco ramales (como la de Adeje), y no en los seis que contó el dominico.

Visto de esta manera, la frustrada visita del obispo Deza adquiere otro cariz. En 1558 las relaciones entre la orden dominica y el cabildo catedral de Las Palmas pasaban por su peor momento. El 16 de agosto acordaban «Que por haber sido descomedidos los frailes de Santo Domingo con el Señor Obispo, con su Vicario general y con el Cabildo no se les permita jamás predicar en presencia del Cabildo»18. Si realmente se produjeron, es seguro que tanto el cambio de manos de la imagen, como las subsiguientes alternancias se realizaron con la mayor discreción. Pero no es descartable que llegasen rumores al obispado. Por lo que el autentico objetivo de la visita del obispo Deza bien pudo ser comprobar si efectivamente los dominicos tenían en Candelaria dos “imágenes originales”, lo cual constituiría motivo de escándalo suficiente como para promover la recuperación del santuario.

Hacía 1562 la Orden de Predicadores manejaban con comodidad el culto candelario. En este año tuvo lugar la primera visita oficial de la Santa Imagen a La Laguna, requerida por el Cabildo para realizar rogativas por la falta de lluvias. Según las crónicas, fue un éxito, pues al poco de llegar a la capital se registraron grandes chubascos. La Candelaria se afianzaba como patrona indiscutible de la isla, y los dominicos como sus eficaces gestores… Pero no todos olvidaban.

 

 

Fernando Herráiz Sánchez

lagunaoculta@hotmail.com

1 Santana Rodríguez, Lorenzo. El Museo Canario.LXI. 2006. Pg. 219

2 Protocolos de Hernán González. 1534-1535. Documento 803.

3 Protocolos de Hernán González. 1536-11537. Pg. 48.

4 Bethencourt Alfonso, Juan. Historia del Pueblo Guanche. Tomo III. Págs. 323-400. Docu. nº9

5 Acuerdos del Cabildo VII. FRC XXXVIII. Pg. 194.

6 Creemos que más correcto sería identificar su origen en los Salmos 59:1/70:4-6/ 141:1,./ 142:9-10 en la numeración de La Vulgata

7 Amador Marreo, Pablo. Vestida de Sol. Pg. 86.

8 Serra Ráfols, Elías. Las datas de Tenerife. Doc. nº 487-2.

9 Asentada el 31 de julio de 1509 por Antón Vallejo. Citada por Octavio Rodríguez Delgado en Historia Religiosa de Arafo .Pg. 50. Ayuntamiento de Arafo. 1995

10 Protocolos Justiniani. Doc. nº 2312.

11 Moreno Fuentes, Francisca. Libro primero de Datas por testimonio. Pg. 278.

12 Protocolos Alonso Gutiérrez. 1522-1525. Docs. nº 101 y 1503.

13 AHPT. Conventos. 747. Folio 65r

14 Este periodo se puede seguir en detalle en Brito González, Oswaldo. Argenta de Franchis Págs. 59-91. Taller de Historia.

15 Ver nota 12.

16 Fondo Canario Medina Sidonia. SXVI-XVII. Nº16-1555

17 Esta talla se salvó del incendio de 1964. Por el momento no hemos podido localizarla.

18 Santana Rodríguez, Lorenzo. El Museo Canario.LXI. 2006. Pg. 220.

 

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