Lorzas (I)
José es un joven de la Orotava que me relata en esta primera parte el acoso y parte de los abusos que sufrió durante su infancia y adolescencia simplemente por ser “GORDO”
El sol brilla con fuerza, pero se ve contrastado por una ligera briza fría que impregna cada una de las partes que no llevo cubierta de ropa, voy caminando lentamente por la bella Villa de la Orotava situada en el norte de la isla de Tenerife.
Hoy quedé con un chico joven de 30 años, en nuestra breve entrevista a través del correo he podido percibir una necesidad real de contar su historia quizás sea para cortar los lazos con un pasado que le atormenta o solo el primer paso para seguir avanzando.
Quedamos en una discreta cafetería, me ve y me pregunta, con cierto nerviosismo, que si soy Jesús, le digo que sí y me invita a sentarme en su mesa.
Sin dilación me dice que quiere comenzar a relatar su historia que necesita quitarse unos fantasmas que llevan tiempo atando su vida y envenenando su alma.
Me llamo José, desde pequeño hasta que cumplí los 15 años era gordito por no decir GORDO, me recalca con una rabia inusitada, yo era un pibe normal, me gustaba jugar al fútbol, pero me daba vergüenza dado que cuando corría me saltaban los pechos y eso provocaba no sólo la risa de los chicos de mi edad también lo hacía los mayores incluyendo a la mayoría de la familia.
Cuando iba a comprar ropa me tenían que ir a la ropa de niños mayores que yo y cuando llegué a los 12 ya tenía que ir a la sección de adultos dado que no había tallas para mí, sabes que es ir a comprar ropa y que las dependientas te miren con asco o pena, mientras tu madre te dice casi a gritos que estás ¡¡GORDO!! y crítica de la manera más mordaz y brutal cada cosa que haces.
En clase, las agresiones eran diarias ante la mirada impasible de la mayoría de mis profesores, inclusive algunos cuando me veían llorar me decían que era mi culpa por ser GORDO.
La peor agresión ocurrió después de una clase de educación física cuando todos mis compañeros me rodearon y comenzaron a pegarme con las toallas, a darme golpe en los pechos y tirones de pezones con el siguiente cántico: “LORZAS, LORZAS, LORZAS”. Y ese día no perdí solo la poca dignidad que tenía, también me gane un apodo que me acompañó durante una larga etapa de mi vida: pase de ser José a “LORZAS”.
José me sigue relatando los múltiples sucesos que ha sufrido a lo largo de su vida desde su más tierna infancia hasta la adolescencia.
“Mi familia, mis compañeros y todo mi entorno se convirtió en mi peor enemigo”. Relata que solo contaba con el apoyo de su abuela materna y de su abuelo, recuerda cómo en uno de sus cumpleaños que le celebro su abuela vinieron sus primos y el resto de la familia, llegó su padre con un regalo, eso le extrañó dado que jamás había recibido un regalo de su parte, feliz le dio un abrazo a su padre, este le retiro con asco mientras le decía que no volviera hacerlo y que abriera ese puto regalo, lo abrió y se encontró con un sujetador, esto provoco la risa de su familia menos de su abuelo, abuela y dos de sus tías, corrió hacía el baño y por primera vez intento quitarse la vida tomándose todas las pastillas que su abuela guardaba en el cuarto del baño.
Cuando consiguieron abrir la puerta del baño, se lo encontraron rodeado de pastillas y estaba inconsciente, lo llevaron a urgencias, cuando se despertó estaba rodeado de médicos que le rodearon y le comenzaron a realizar preguntas, salió y durante un tiempo se quedó en casa de su abuela sin ver a sus padres, y cuando lo fueron a ver le dijeron que un juez les había obligado a ceder la custodia a la abuela: “¿Sabes por qué? Solo porque era un GORDO LLORÓN”.
La adolescencia no fue una mejor etapa. “Jesús, reconozco que era vago, que comía mal y mucho. Y que en cierta manera que yo fuera GORDO era culpa mía, en el instituto me seguían llamando el LORZAS”.
Lo peor ocurrió un día que me estaba declarando a una chica ambos nos gustábamos, y mientras le pedía salir, se acercó un grupo y me cogieron por los brazos me arrastraron hasta la mitad del patio y comenzaron a tirarme comida, al grito de “CERDO, CERDO, COME CERDO”, me levanté y me dispuse a correr, me pusieron la zancadilla y caí reventándome la nariz contra el suelo. Me recogió la jefa de estudios, me llevó corriendo a su despacho, llamó a mi abuela, y me dijo que “tenía que cambiar que, quizás, si no fuera tan GORDO, podría tener una vida normal”; cogí la tijera que esa mujer tenía en su mesa, y delante de ella me raje las muñecas, mientras le decía: “ya no te preocupes, no seré más un Gordo”. Después de esto, mi abuela y mi abuelo, entendieron que no podía seguir así: necesitaba la ayuda de un profesional.
Realiza un parón, ambos tenemos los ojos enrojecidos: él por la rabia y el dolor contenido, yo por no poder entender la extrema crueldad con la que le han tratado desde su más tierna infancia.
Me mira y sonríe. Déjenme decirles que tiene una sonrisa espectacular; pasa su mano por su cabeza y se estira. Nos quedamos mirándonos el uno al otro, y me dice que si podemos continuar otro día. “Estoy destrozado y liberado a la vez, deberías dedicarte a esto”, dice mientras suelta una gran carcajada. Pagamos la cuenta y nos citamos para el próximo día.
Jesús Socas Trujillo