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Senegal: un país a la deriva

El país aparentaba ser estable, durante décadas todo parecía salud orgánica pero un día ese mismo país implosionó, como esos cuerpos aparentemente sanos a los que inopinadamente se les diagnostica una metástasis. En la carretera que une Sally con Dakar, un número importante de baobabs se alinean a ambos lados de la vía, y aun en el horizonte cercano, semejantes a los gigantes de Brobdingnang, aquel país ficticio al que arribó Gulliver en sus aventuras viajeras. Los baobabs testimonian con su presencia que estás en África y que esos singulares árboles, cuyas ramas se parecen a brazos convertidos en muñones, no forman parte de un país imaginario salido de la cabeza de un deán de la catedral de San Patricio, sino de uno bien real que se desangra en una permanente migración de sus generaciones más jóvenes, que se aventuran en una travesía incierta, problemática y, a menudo, mortal. Los baobabs son poderosos y generosos en sus dones materiales y espirituales, totémicos para los pueblos de África. Frente a ellos, el moderno pabellón “Dakar Arena”, construido con capital chino en esa misma carretera, parece ajeno e impropio del lugar, amortizado a la manera china, con derechos de explotación pesquera sobre las ricas aguas del litoral del país, antaño feraces en peces y ahora esquilmadas por gigantescos buques factorías que dejan un saldo negativo: infraestructuras de dudosa utilidad frente al saqueo de la despensa del país. Así las cosas, Senegal se desploma frente a las potencias, antaño Francia y hoy China. A ello hay que añadir la reciente represión política que ha generado disturbios y protestas en todo el país, a lo que se ha respondido con el encarcelamiento de opositores, un gobierno que se atornilla en el poder y que pocos quieren y la tentación permanente del Golpe de Estado por el presidente Maky Sall, tal y como ha ocurrido recientemente en varios países del África Occidental (Burkina Faso, Mali, Gabón, Níger, Guinea, Chad) que intentaba aplazar las elecciones.

Las nuevas generaciones buscan las oportunidades perdidas de África, aquellas que quedaron sepultadas por la esclavitud, con la isla de Gorée como lugar de embarque de este infame negocio, el colonialismo explotador, y después de la independencia la conversión en un país exportador de determinados cultivos (cacahuetes, pescado ,algodón… ) en el bazar global del mundo capitalista, donde cada nación tiene asignada su producción, y en caso de elaborar productos más complejos, entonces los aranceles impuestos por los países industrializados impiden sacar beneficios porque, para industria y tecnología, ya están Europa, Estados Unidos, Japón y ahora China, que ha roto como un caballo todas las riendas que la sujetaban a lomos de 1500 millones de habitantes, de consumidores para que se entienda. Por otra parte, sus cultivos tradicionales, aquellos que les proporcionaban soberanía alimentaria (malanga, sorgo, arroz, frutas, tubérculos, verduras, etc.) han desaparecido bajo el manto de los monocultivos para la exportación.

Visten maravillosamente bien los senegaleses y senegalesas. Sus coloridos y elegantes trajes tradicionales les confieren una elegancia que, a mi juicio, no se encuentra en las mecas del diseño y la moda occidental, como París, Milán o Nueva York. Es un espectáculo ver caminar a la gente, con prestancia y donosura, por los paseos de Dakar, Saint Louis o cualquier otra ciudad o pueblo de Senegal, resplandecientes bajo los trajes de vivos colores. Ese mismo colorido de naranjas, verdes, rojos y amarillos, decoran los cayucos y las pateras con los que se arrojan al mar, como si también los colores les confirieran el empuje y la fuerza necesaria para arribar a la vieja y gris Europa, no en vano son los colores de la enseña nacional.

Pero en las calles de La Laguna, se ven en estos días a decenas de jóvenes senegaleses con chándal, la mirada perdida y abandonados a un porvenir incierto. Tal vez estén empezando a entender que en el país de las oportunidades, esas calles que aparecen llenas de sugerentes escaparates en las redes sociales, metafóricamente empedradas en oro como pensaban los irlandeses que estaban las calles en América antes de su emigración masiva para después comprobar que no estaban ni siquiera empedradas y, para colmo, las tienen que empedrar ellos. Las cerca de 40000 personas que el año pasado llegaron a Canarias por la ruta infernal del Atlántico, o las 6000 que han llegado en lo que va de año 2024, probablemente no saben que el 35% de la población canaria está en riesgo de pobreza y exclusión, o sí lo saben, pero lo toman como una etapa más en su itinerario con salida en un país que se desmorona social, política y económicamente, y llegada a una meta incierta.

Se van por falta de recursos, porque al presidente poeta Leópold Sedar Senghor que inició el camino de la independencia, no lo sustituyó un presidente filósofo, como pensaba Platón en la primera utopía (“La República”), sino una casta de políticos que servían más a la antigua metrópolis y a las élites corruptas nativas, que a su propio pueblo, a eso lo llamaron “estabilidad”. El presidente Sall ha intentado por múltiples vías impedir unas elecciones limpias y transparentes, encarcelando primero y quitando de la carrera presidencial después a su principal competidor (Ousmane Sonko) y, posteriormente, tomó la decisión de posponer las elecciones.

El penúltimo capítulo es que el Consejo Constitucional ha declarado nula la decisión del actual presidente de posponer las elecciones pero no ha puesto una fecha para celebrarlas, con lo cual todo queda una vez más abierto al trapicheo político, a los intereses espurios, a la parálisis y al bloqueo. Mientras tantos, miles de jóvenes senegaleses, que deberían ser el futuro del país, pueblan las ciudades de Europa buscándose la vida como pueden.

 

Gerardo Rodríguez

miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC

 

Cabecera: Imagen de DEZALB en Pixabay

 

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