Literatura

Clases «Particulares» 

Ana Maltequier llevaba ocho años ejerciendo como profesora de literatura canadiense en las universidades que le tocaba recorrer, fuesen americanas o europeas, pero siempre evitaba salir de su zona de confort para quedarse en estos territorios porque creía que todas las demás zonas practicarían las ideas misóginas más desarrolladas y convincentes para una sociedad ignorante. Moverse tanto evitaba que tuviese pareja, pero no le preocupaba demasiado. 

Por muchos relatos y poemas que leyese, siempre eran los canadienses los que le resultaban los más curiosos por su profundidad, oscuridad y depresión. Llegó a platearse muchas veces si merecía la pena seguir enseñando lo que más le apasionaba o lo que siempre le había llenado para continuar siendo una guía para los individuos del futuro. 

Estando en Madrid, le tocaba un año de profesora adjunta dando clases de gramática. No era su punto fuerte y hasta tenía que revisar sus apuntes para impartir las clases, pero nada desmotivaba su actitud. 

Como llevaba haciendo desde hacía años, días antes de las primeras clases preparaba sus lecciones para ser repetidas por lo menos tres veces en un día, pero el primer día vio a una alumna que pasaría a ser demasiado interesante. 

De ochenta y tres asistentes, una alumna, Julia Ramírez, le parecía la más atrayente con su interés sonriente. Su proximidad cuando le preguntó sobre las presentaciones al final de la clase y el cómo movía la cadera cuando salió de la clase la impregnaron con deseo. Ana estuvo pensando en ella el resto del día y cada vez que veía un pelo largo y negro deseaba que fuese Julia. No se dio cuenta de que sentía un ardor en las mejillas hasta que se acostó en la cama por la noche. 

Se sintió confusa y se echó las manos a la cara. 

«Enamorarme de una alumna. Dios…», pensó casi como un lamento. 

Pasaron las semanas y las miradas eran más obvias entre Ana y Julia. Tras cada clase, Julia se quedaba para hablar sobre lo que fuese con Ana. Buscaban cualquier tema para hablar, pero con el tiempo se tornaban cada vez más personales, llegando al punto de contarse chistes negros. 

Julia fue a una tutoría una mañana, pero esta vez muy nerviosa. Tenía pensado dirigir la relación profesora-alumna a otro nivel. Tocó la puerta y entró. Ana apartó su portátil y sonrió ampliamente. 

-Hola, Ana. Hoy tengo un chiste nuevo. 

-¿Ah, sí? ¡Cuenta! 

-¿Cómo castiga una madre a su hija ciega? Cambiándole los muebles de lugar. 

Se rieron y Julia se acercó con nervios en las manos, juntándolas y apretándolas contra sí 

-Mira, Ana, no quiero… digo, quiero… aj. Estoy enamorada… 

La profesora se levantó y mientras agarró las delicadas manos de Julia y besó sus finos labios. Se miraron a los ojos unos segundos para asegurarse ambas de que estaba pasando de verdad todo aquello y siguieron besándose con más pasión aun. 

Julia siempre mantuvo notas altas y tras el cuatrimestre se llevó una matrícula de honor, no por estar con Ana en secreto sino porque a veces le pedía ayuda sobre la materia después de los orgasmos que se daban. 

Cuando acabó el cuatrimestre y ya no impartiría más clases a Julia, se relajaron en el secretismo y salían a pasear juntas de la mano, se sentaban y charlaban en los bancos de la ciudad. Fueron realmente felices durante estos meses. 

Mientras tomaban un café bajo los verdes colores de marzo, junto con caricias y el beso ocasional, un alumno vio a las enamoradas. Sabía que Julia tuvo una matrícula de honor y la escena bajo ojos cínicos daba una explicación. Su celo vino de que a él no le dieron la matrícula cuando sacó un nueve con cinco y le daba igual la verdadera explicación; que otros cinco alumnos sacaron más que él y que Julia sacó un diez, y bien merecido. Ana era orgullosa con el conocimiento y jamás favorecería a alguien en término de notas y, en los casos de suspensos, incluso si sacase un cuatro con nueve, el supuesto alumno se quedaría en el suspenso si no ha visto el esfuerzo necesario para ofrecer esa última décima. 

Alejandro, el alumno resentido, fue al rectorado y denunció el favoritismo. 

Convocaron a Ana y a Julia a explicarse, pero estos casos siempre van a mal. 

-Señorita Ana-, empezó el portavoz de la junta-. ¿Es cierto que mantiene una relación sexual con una alumna suya? 

-¿Sexual? Yo la quiero, y si creen que la favorecí, claro que lo hice, pero nunca en el término profesional. Pueden ver su trayectoria, su examen y preguntar a cualquier alumno mío. 

-¿Sabe que uno de sus alumnos denuncio este caso? 

Ana se quedó sin palabras y, con el puño cerrado, aguantó la rabia y desesperación mientras la suspendían para ejercer en la universidad, pero mantuvieron la matrícula de honor de Julia y la próxima vez sería expulsada. 

-¡Esto es injusto!- gritó Julia en la comparecencia. 

-¡No, señorita…! Esto es un escándalo. 

Julia, con lágrimas, se preguntaba si había arruinado la carrera de su amor, pero de seguro que no iba a abandonar a Ana. 

En casa de Ana, se mantuvieron abrazadas y cubiertas por una manta. La angustia oprimía y ambas se culpaban de todo el asunto. 

-Deberías marcharte, Julia. 

-No, no me iré-, dijo agarrando la decaída cabeza de Ana-. Te quiero. Y que digan lo que quieran, saldremos de esta. 

-La que está en problemas soy yo, no tú. 

-Deja de mentir, estamos juntas en esto. 

Sonrieron y pegaron sus cabezas para quedar dormidas, mejilla contra mejilla.

Elvis Stepanenko

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