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Construir un pueblo con tesón y corazón. A Jaime Saénz in memoriam

Él fue una de esas personas que me hizo de padre.

Padre de Solidaridad Canaria.

Padre de la ruta de Bentejui.

Por él supe que mi nombre era por mi madre.

Fayna la chica, me llamaba.

Artesano y creador de realidades sacadas de los sueños colectivos de un pueblo.

Mi infancia y mi adolescencia están ligados indisolublemente a Jaime.

Él me salvó de caer en picado por el Cañaón del Hierro cuando era una enana intrépida sin miedo a la muerte y bajaba, deslizándome, por el barranco, gritando – Mira, ¡¡es un tobogán!! Igual de loca ahora que entonces. El me cogió en el aire, mientras yo reía a carcajadas, luego no entendía por qué puso fin a mi gran hazaña, a mi aventura, aventurera siempre, como él.

Jaime me explicó que existen dos tipos de tabaibas, la dulce y la amarga, sacándome de la boca la de látex cáustico, alguien tenía que salvar, a esa chinija temeraria, de sí misma y de su curiosidad. Me explicó que del látex de la tabaiba dulce se fabrica un chicle, y que ese sí se puede masticar.

El primer año que mis pies la recorrían, llegando al final de la ruta, el segundo día, después de haber subido el Bentaiga, acariciado el Roque Nublo, dormido al calor de la hoguera abrazados por las historias de nuestros ancestros, después de bajar el Cañaón del Hierro y justo antes de llegar a Rosiana, allí, había una ladera repleta de Artemisia thuscula, de incienso canario, me enamoré de ella, de su forma, de su olor, de su vitalidad. Él me dijo qué planta era aquella, él sembró la semilla de la etnobotánica en mí.

Trajo a compañeros amazigh del atlas en lucha. Uno de ellos me dijo, una noche, señalando al fuego, lo que significa mi nombre. Fay: La luz del fuego. Fayna: La que tiene luz. La resplandeciente.

Aprendí salto del pastor en esas tardes de actividades y charlas en los llanos de la pez que él organizaba, con olor a pinar, con olor a resina.

Cada año volvíamos y cada año era única la experiencia.

Me enseño que para caminar en el pinar hay que ir de lado, porque la pinocha resbala.

Y para la subida del Nublo, que hay que subir como una vieja si se quiere llegar como una niña.

No puedo evitar acordarme de Pina y de Teno. Tanto amor. Tanto, tanto amor. Solo quería lo mejor para su tierra, para sus gentes. Honesto, sincero, sereno y perseverante. De inmenso corazón, valiente, hermoso y con una ilusión inagotable.

Una persona de las que regalan y siembran belleza a su paso.

Fue como un padre para mí. Fuerte y vital hasta el final, como el incienso.

Te quiero mucho, Jaime, y no me dará esta vida para agradecer todo lo que me enseñaste, con palabras y con ejemplo, y no nos dará la vida para agradecerte, como pueblo, tu hermosa labor.

Buen viaje y que los ancestros te acompañen, compañero y maestro.

Descanse en paz Jaime Saenz Peñate.

 

Fayna Brenes Quevedo

 

 

 

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