Literatura

La cortina

Erase una vez un reino, Estado

soberano y democrático, donde

el aldeano come caviar junto al conde

y son todos felices y bien pagados.

En este reino maravilloso

dormía una maldición soterrada,

y es que los condes, grandes estudiosos,

para probarlo no tenían nada.

Los nervios pudieron a la nobleza

cuando a la fiel princesa de la Fuente,

sin previo aviso y en su propia mesa,

se le juzgó y condenó de repente;

la princesa corrió en busca de ayuda,

y aunque la encontró en una cortesana

(que, para ella, era como una hermana),

no evitó que se le pusiera en duda.

Así tuvo ella que huir al exilio,

dejando sus posesiones vacías

solo bajo tutoría y auxilio

del venerable santo San Matías.

Los barones de la rosa pensaron

ante espectáculo tan bochornoso

en que el rey necesitaba ya un reposo,

y por eso a la mierda lo mandaron.

Eligieron a del Cedro monarca

pero la guerra ya era inevitable,

se hizo con los periódicos la Parca

y por televisión brillaron los sables.

Un abad cruel llamado San Amado

derribó a San Matías. Con sus tierras

obtuvo rentas para hacer la guerra

y ver amenazas por todos los lados,

pero bueno, eso ya es otra historia,

el caso es que como primera acción

ocupó las tierras de San Antón

que en el mapa era cosa decisoria.

Pero él tampoco estaba tan seguro

pues su propia condición de hidalguía

la había expedido el Monarca Arturo,

creado por el viejo rey en su día

para los caballeros más cercanos

a su palacio y su corazón,

solo él sabía de la maldición

que le había impuesto algún mal villano,

pues privilegios desaparecían

hundiendo carteras ministeriales.

Por eso decidió que debería,

para aminorar sus propios males,

reconocer a San Antón nobleza,

dejar que el rey, de viejo, la palmara,

y así salir todos de una pieza,

pero la jugada le salió cara

y todos atacaron a San Antón

cayendo este unos días después,

dejando el reino todo del revés

con puñaladas en el corazón.

Supo atenerse el Señor Samurái

(el alias de su orgullosa coleta)

de inmiscuirse en tales asuntos, pero ¡ay

de quienes no pudieron ver la treta!

Como el caballero de la Rivera,

que ante el ataque de los mercenarios

al rey pintó de rojo el calendario

por creer que aquel día propicio era

para hundir toda su reputación,

hacer que dimitiera al no tener

privilegios y ser su sacro deber

defender la unidad de la nación.

Sin embargo, victorioso, fue a buscar

su título más preciado: marqués

de todo el derecho constitucional,

pero por mucho que buscó, después

del esfuerzo, no lo consiguió encontrar.

Una noble del rey, llamada Isabel,

quiso hacer defensa y exaltación de él

obligando al marqués a rectificar,

trayendo a un viejo mercader,

Turnitan, desde tierras muy lejanas,

para, con su magia, hacer renacer

tierras feudales estables y sanas.

Y hasta aquí llega esta historia. Por ahora,

al menos. ¿Volverán noblezas sabias

a proponer fantásticas mejoras?

¿Sabrán que con malas artes y labia

no podrán confundir la verdad toda?

Todos conocen negocios de Arabia,

en cada feudo, en el reino entero.

Reino de déspotas y reporteros

(reino de cortinas de humo)

Pablo Ramos




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