No soy poeta
Está bien, lo reconozco,
no soy poeta.
No aparezco en las publicaciones
de generaciones posmodernas
de rimas ausentes y frases incompletas.
Soy incapaz de escribir sin rimar
al menos un verso de cada tres,
me nace el ritmo, me confieso trasnochado,
caducado, tan fuera de fecha para el hoy
como la lógica ausente de escribir con un porqué,
decir algo cuanto menos
que le rinda a la vida una esperanza,
objeto de cambio,
revolución escondida en cada letra,
grito encubierto en la metáfora,
giro literario cautivo
de un recuerdo en el ayer.
Es cierto.
Si es viejo ha de estar equivocado,
¿qué pudieron conocer poetas encerradas
en el blanco y negro de sus notas a papel?
soñadoras inconscientes de estructura anquilosada.
No enaltezco mis amores nocturnos
una y mil veces vividos
en los puertos a los que arribo mi vela,
compilación de mujeres inventadas
sostén de orgullo para macho envilecido,
fardo de hormonas que sacian
una vida vacía de quereres verdaderos,
alimento para el capital
del mercado de los cuerpos.
No, no soy poeta de estos.
Editoriales sedientas de referentes confesos
a la religión del amo.
Asumen la poesía como producto de saldo.
Pelillos en su leche
Ser molesto, irritante,
irremediablemente lascivo,
boca que desentona, atónita
la mirada al fin de sus caras inertes,
cuerpos zombificados que arrastran los pies
al paso, toque militar para una sociedad civil
que aguarda en correcta fila su turno.
Echar pelillos en su leche,
ser la mosca en el bocado matutino,
lechuga podrida en la ensalada, tomate
a punto exacto de acritud, ala de cucaracha
crujiente en la acidez del jugo de piña
que refresca, en su gaznate,
nuestra hambre de nada.
No morir por molestar,
por no conceder el gusto de proclamarnos rendidas,
por acabar con su sueño a pierna suelta perdida,
por amargarles la fiesta,
por cambiar compás y el paso en su baile proxeneta,
por desentonar la orquesta
y arruinarles la función.
Retén de pájaros
Yo quise bajarme,
saltar en marcha del vagón de esta vida rota.
Decir basta, decir ya no más,
saberme rama que flota en el agua tibia
de la sencillez callada,
árbol en la mar cautivo,
retén de pájaros que navegan
hacia la nada altiva,
la nada todopoderosa
de quien se sabe perdido
sin preocuparse de encontrarse.
Yo quise ser sin más
el aire en la cara de la muchacha temprana,
del niño que se sueña pirata
en las islas sin tesoros a mano,
tan sólo por el hecho de buscar,
del placer de saberse explorador
del vacío que aún vigila nuestro paso.
Yo quise ser gaviota,
volar las playas de mi pueblo cansado.
Ver desde arriba, intocable
los siglos de desdenes y lealtades,
la miseria agradecida,
endémica mueca en pleitesía
que se rinde a sin favores
de los ladrones del alma
del alisio sin dueño.
Yo quise ser sin más
para poder callar o hablarme según mis ganas,
según las rabia que me abrume
o el amor que me altere en la mañana.
Ser desapercibido por fin
o morirme de no estar donde me toca,
en las barras de los bares de mi barrio
gente antigua con suicidios cotidianos
Y un pasado que les niega
El derecho a desertar.
En las voces que susurran los destinos,
En la gana que aún desdeña la guadaña,
en la inercia que nos hace regresar.
José Miguel Martín Muñoz