Literatura

Una Virgen

La noche era prometedora, como todos los viernes universitarios que llenaban la calle con gritos juveniles y ebrios. Jose, que se había arreglado con una sonrisa enmarcada, estaba listo para salir y conocer a alguien, en especial a alguna chica que le gustase y que fuese lo suficientemente recíproco como para tener una noche donde habrían más que palabras y risas.

Marta, al igual que Jose, era estudiante de universidad, pero a diferencia de él, ella vivía en una residencia de monjas. Ella también saldría pero ocultaba las ansias de encontrar al chico ideal y las camuflaba con jovialidad.

Ambos salieron con sus respectivos amigos y ambos grupos acabaron en el mismo bar. Unos se conocían y decidieron mezclarse y compartir conversación, pero Marta y Jose acabaron aislándose de ellos y hablaban aparte.

-¿Cómo crees que soy en la cama?- Preguntó Marta.

Curiosamente, a Jose le incomodó la pregunta, a pesar de ver que tendría una buena oportunidad con ella si todo salía bien.

-¿Por qué lo preguntas?

-Es que muchos suponen y tenía curiosidad.

-¿Qué suponen?

-Que soy muy buena.

Una sonrisa perversa se dibujó en la cara de Jose, seguida de carcajadas nerviosas.

Siguieron con la fiesta un rato más hasta que decidieron marcharse juntos. Él la acompañaría a la residencia y volvería solo a casa, o eso creía. Cuando llegaron, Marta logró convencer a la monja de guardia a que se quedase Jose porque sabía que era una buena chica, pero que fuese la última vez. Subieron a su cuarto y siguieron hablando. Jose estaba sumamente extrañado de que le dejase entrar, pero las dudas se le quitaron cuando ella dijo:

-Es que soy virgen.

Jose solo podía maldecirse y al mismo tiempo lamentarse por ella pues le gustaba, pero no quería entrar en una relación sentimental, algo que ella necesitaría. Marta comenzó a contarle cómo esperaba al ideal y de forma subliminal hacía referencia de que Jose lo era, pero él no quería engañarla. Hablaron hasta el amanecer y él volvió a su casa cuando ya no podía hablar más. Marta le propuso quedar esa misma noche de nuevo y él no podía rechazárselo.

Siendo sábado noche, habría más gente aun en la calle, y más despreocupación. Quedaron a las diez en el mismo bar en el que hablaron la noche anterior y Jose llegó puntual pero Marta no apareció hasta las once porque se confundió de hora. Jose, para entonces, estaba enfadado y solo se había quedado para seguir bebiendo cerveza mientras miraba a la gente y escuchaba la música.

Ya eran las cuatro de la mañana e iban a irse.

-¿Me acompañas de nuevo?

-Me siento muy mal. Preferiría volver a casa- dijo Jose secamente. Algo le nublaba la mente.

Se despidieron sin darse dos besos y Marta, triste. Intentaba encajar las piezas. “¿Por qué, si todo fue bien ayer, está así hoy?”, se preguntaba. El camino a su residencia era de al menos media hora, pero si acortabas unos callejones llegaba en veinte, solo que esta vez tardaría mucho más.

En una callejuela, una figura oscura, jadeante, le cortó el paso. Ella se sintió aterrada porque apenas lograba ver el camino. Ella siguió y la figura también, hasta que a dos metros de distancia, la sombra agarró del pelo a Marta, pegó su cara contra la pared y le bajó los pantalones. Ella pudo chillar un grito de ayuda, pero nadie la oiría, y la sombra masculina cobraba forma en su interior mientras con su mano tapaba una boca que ya no gritaba para ser socorrida. Gritaba de dolor y sus lágrimas empezaban a empapar las manos del violador. La escena duró tan solo un minuto, pero fue una eternidad para Marta.

Cuando la sombra acabó, soltó a Marta y la dejó caer al suelo mientras ella lloraba. Él se abrochó los pantalones rápidamente y corrió a través de la callejuela para desaparecer. Tras cinco minutos corriendo, se paró debajo de una farola y se encendió un cigarro aun jadeando.

-Qué he hecho…- dijo Jose.

 

 

 

 

Elvis Stepanenko

 

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