Literatura

Hermanamiento Polígono de Jinamar con Padre Anchieta

En 1995 aparece Coalición Canaria (CC) en el espectro político del Archipiélago. En La Laguna, CC revalida como el partido más votado que antes fue Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC), pero bajó de un 41,97% al 35,57%. A partir de entonces, la gestión de la concejalía de Cultura del ayuntamiento lagunero la lleva Benito Cabrera, que ya era un personaje destacado en la música canaria, sobre todo en la ciudad que le reconocía como fundador de la Agrupación Folclórica Universitaria (AFU).

Durante el periodo 1995-1999 muchos habitantes de esta tierra sufrimos cierto desconcierto político. No estaba claro si de verdad este era un régimen democrático y, en todo caso, cuál era el alcance de dicha democracia; la reconversión de las Agrupaciones Independientes en CC no les daba otro nivel de nacionalismo, aunque así se argumentara entre los recién llegados de ICAN, por ejemplo; desaparecieron otras organizaciones nacionalistas, como Izegzawen; y muchas figuras públicas se institucionalizaron cuando empezaron a trabajar para ayuntamientos, como fue el caso de Benito Cabrera, Rogelio Botanz, o nosotros mismos.

Nosotros, los del Juego del palo de Las Mercedes, ya éramos conocidos radicales en cuanto a ideología, además de excelentes practicantes de la modalidad. Así que, aunque empezamos a trabajar con el ayuntamiento lagunero en el área de cultura, mantuvimos siempre nuestra forma ideología. ¿Qué si eso es posible? Estoy convencido de que sí, lo principal es no permitir que se establezca una dependencia de la institución.

En el año 1997, los que se suponían “nacionalistas”, al frente de CC, se lanzaron a celebrar el 500 aniversario de la ciudad de La Laguna; como hicieron en el 96 con Santa Cruz de Tenerife, ignorando que donde se instalaron los invasores ya había un asentamiento humano anterior y con mucha más antigüedad que la celebrada por los pro-colonialistas.

En el 96 participamos en el Festival Sabandeño. Jugamos al palo en un escenario grande montado para la ocasión en la Plaza del Cristo. En el 97 ya acumulaba el ayuntamiento con nosotros la deuda del pasado año y no estábamos muy por la labor de seguir trabajando gratis; pero, cuando anunciaron lo de la celebración del aniversario del asentamiento de los europeos en Aguere, no dudamos en asistir si nos llamaban con camisas de mago que tuviesen en la espalda grabada la palabra “independencia”. Calculábamos que el grabado estuviese tapado por el chaleco de mago, del que nos despojaríamos cuando fuésemos dueños del escenario. Pero ese año no nos llamaron para el Festival Sabandeño; como si se olieran algo. Así que el ayuntamiento y nosotros mantuvimos una distancia razonable hasta el 99.

Benito Cabrera nos avisó un día antes. Era “muy importante”, “no tengo sino una fanfarria” aseguró; “¿de qué te quejas?, si le pagaran a la gente lo acordado no te pasaría eso” pensé yo; pero me plegué a mi parte más diplomática. Lo cierto es que, tras una primera valoración, eso del hermanamiento nos caía bien; sobre todo cuando éramos conscientes de nuestro estrecho contacto con la gente del garrote de Telde y negarnos parecía fallarles a ellos. “Vale, pero cuando estemos con la exhibición que no toque la fanfarria”.

A la mañana siguiente llegamos puntuales al lugar donde se iban a desarrollar los actos. Era en una plaza interior del Polígono Padre Anchieta, justo por encima de la asociación de vecinos “Las Madres”. Pero tampoco fuimos los primeros. En seguida vimos el panorama. Se trataba de un acto de precampaña de Coalición Canaria y nos pretendían utilizar. Era de miopes no habernos dado cuenta antes.

Esperamos a que llegaran las guaguas que traían a la gente desde el muelle. Ya empezaban a llegar los políticos y yo tampoco perdí el tiempo. No había megafonía, tenía que ser una cosa rápida y se trataba de echar unas puntitas cuando la fanfarria trajera a la gente, tocando su música.

Las guaguas tardaron lo suyo en desembarcar en la acera a la muchedumbre. En ese momento supimos que eran quinientas personas, trasladados en vehículos de sesenta plazas. Por fin, llegaron las nueve guaguas. Pararon a lo largo de la acera que sube, en dirección a San Benito; cuando estuvieron todos los trajeron hacia nosotros con la música festiva de aquella fanfarria. Me sonaba terrible; música endemoniadamente mal terminada.

Nos dijeron que fuésemos rápidos; que todos aquellos políticos, del ayuntamiento cabildo y parlamento que teníamos a la vista, esperaban para reunirlos en el salón de actos de la asociación y darles su charlita. Pero no estábamos dispuestos a aquella utilización inocente; por eso decidí que aquello iba a tener su coste.

En la última guagua que llegó, asomaba una gran bandera canaria sieteestrellada. Al observarlo consulté con Enrique, el mayor del grupo de Juego del palo, que respondió “lo que tú creas, Pedro”. Él también se mostraba ofendido ante el intento de utilización de CC.

Así que, cuando llegaron hasta nosotros, sin sonido amplificador de ningún tipo, se me ocurrió pedir silencio a aquellos cientos de personas hasta conseguirlo. Entonces me dirigí al grupo de forma atrevida. Les di la bienvenida como vecino de La Laguna y les pedí disculpas por las prisas, aludiendo a una “agenda política” que nosotros no compartíamos, pero que marcaba nuestras vidas. Y sin más demora les brindé aquella “breve exhibición de Juego del palo canario, según se entiende en Las Mercedes – La Laguna”.

Jugamos con aquella furia, destreza, velocidad, notable picardía y compañerismo que nos caracterizaba; una pareja tras otra, y, en menos de quince minutos tomé de nuevo la palabra. Esta vez les dije que nos alegraba ser protagonistas de su acto de hermanamiento, aunque “pareciera un poco absurdo hermanar canarios con canarios”. Les ofrecí, como presente, el palo con el que yo mismo estaba jugando “para que el grupo se llevase un buen recuerdo de aquel pequeño viaje”, pero “que nos íbamos a saltar cualquier tipo de protocolo y queríamos que lo recibiera, en nombre del grupo, la persona que tenía el símbolo de unión de las siete islas en las manos” señalando al joven que llevaba aquella bandera de canarias grandísima. Tuvieron que animarlo a dirigirse hacia nosotros, pues al principio no parecía querer prestarse; imaginé que fruto de inesperada vergüenza, pero al final se puso al lado nuestro y le entregué mi palo. A cambio, él me ofreció la bandera y yo se la pasé a Enrique que era más alto y él la tomó por el mástil. La alzó al tiempo que se alzaban los palos, arropada por los gritos de “Viva Canarias” que se mezclaban con unos pocos que increpaban “Viva Canarias Libre”.

Poco a poco, la gente se movía para ser engullidos por la puerta de la asociación donde entraban como corderos avisados de lo de la charlita política. Todos menos unos pocos que se retrasaban para felicitarnos, entre ellos el joven de la bandera. Le dije

– Creí que no ibas a recoger el palo, mano. – Sonriendo.

– Claro –afirmó él- es que yo no soy realmente del grupo; yo fui a recibirlos al muelle. Soy de Tenerife, de la barriada.

Aquello motivó fuertes carcajadas entre nosotros, en las que participaron el joven abanderado y alguno más de los que nos rodeaban entonces. Concluimos en que si lo hubiéramos planeado no nos habría salido tan bien, “seguro…”.

El ayuntamiento nunca liquidó su deuda con nosotros. Ni no nos llamó otra vez, por suerte.

 
 
 

Pedro M. González Cánovas

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