El aire fresco de la mañana entró sigiloso, pero ligero, por la ventana abierta envuelta en cortinas transparentes y frágiles, que a modo de cernidera, no dejaban entrar a los molestos mosquitos veraniegos; este aire nuevo y novelero, rozó mi mejilla derecha, y pude percibir cómo los poros de mi piel se despertaban a su paso y cómo invadía, al entrar por las estancias olfativas, mis sentimientos y pensamientos…
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