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Cuento de verano

JUNIO

El sereno de la noche templa mi espíritu agotado de habitar un cuerpo exhausto de bailes, de ahogar las penas cantando a pleno pulmón y de sobrepensar todas aquellas conversaciones que nunca se dieron, que nunca se darán; la luna, mientras, ilumina mi perfil vencido, afilado y desgastado por el día insuperable, repleto de todo lo que quería hacer, relleno de encuentros para el desencuentro; pleno de la serenidad de lo inmanente, del abrazo eterno y de la incandescencia de la luz que recibí. Renazco y regreso, y vuelvo a regresar y a renacer; y la sábana de plata que deja tu reflejo sobre el mar; y la veredita que se pierde sinuosa en la montaña cuando te escondes tras ella para irte, para eternamente regresar. Ayer, al irme, me alongaba para verte tan tú, ¡Luna! impertérrita, fiable, confiada; hoy al volver, te encuentro, ¡Luna!, impertérrita, fiable, confiada, apoyada sobre la loma. Y me alegro.

JULIO

El aire fresco de la mañana entró sigiloso, pero ligero, por la ventana abierta envuelta en cortinas transparentes y frágiles, que a modo de cernidera, no dejaban entrar a los molestos mosquitos veraniegos; este aire nuevo y novelero, rozó mi mejilla derecha, y pude percibir cómo los poros de mi piel se despertaban a su paso y cómo invadía, al entrar por las estancias olfativas, mis sentimientos y pensamientos.

Este aire susurrante, me acariciaba con frescura y me invitaba a prepararme para ir a la escuela, me traía olor a lápiz recién afilado y a goma desgastada, a libro recién comprado, a libreta por estrenar, y a esa sensación agridulce y ambivalente de querer empezar; y a la de no querer salir de la cama, de querer taparme con las sábanas y de que la vida y el aire estimulante pasasen de largo; abrí los ojos en busca de algún testimonio delator del calendario para salir de esa ensoñación confusa y pasajera… y encontré sobre la cómoda, los vestigios de la noche de terraza y verbena; de bailes y carcajadas; de salitre y luna; el aire de septiembre descarado, inoportuno y desafiante, se había colado por mi ventana en pleno julio y por unos segundos, me llevó con él.

AGOSTO

La brisa del mar ensalitra mis pestañas y  hace caer mi mirada sobre mis pies descalzos, mis muslos desnudos y mi corazón lleno de olas; hay vida dentro y fuera; desbordada, me busco en un precipicio de dudas y en un abismo de amor; y me descuelgo; y me dejo caer; y en ocasiones, me lanzo y aguanto el aire, y buceo, y entro y salgo levantando callaos, picándome con los erizos y saboreando la espuma testaruda que me salpica y me inunda y me rebosa; y no encuentro el borde de mí; y no existen límites en los vaivenes marinos que se confunden con mis brazos, con mi regazo, con los musgos traspasados de burgados, con las rocas mojadas  de cangrejos y con la arena erizada de luz; y me encuentro disipada en  los inacabables besos del sol que iridiscentes se propagan, y se multiplican, y se dispersan, y son absorbidos; y que en lo profundo de mí, se atenúan.

 

Rosa Elena Pérez Ledesma

 

Un comentario en «Cuento de verano»

  • ¡Pues…maravillosa prosa poética de Rosy! La simbología del Mar, de la Luna y del Sol me hicieron oler el salitre de los recuerdos olvidados.

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