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El regreso de los bárbaros

No levanta cabeza la cuna de la civilización occidental. Ese rincón donde nació el logos, el pensamiento racional, para explicar la realidad que nos rodea y a nosotros mismos, dejando atrás cualquier atisbo de remitirnos a dioses o héroes mitológicos para ello. Sin embargo, esa parte del mundo que un día fue faro iluminador, creador de la filosofía, la democracia, la tragedia o las olimpiadas entre otras cosas, languidece anémica desde hace demasiado tiempo aunque, de cuando en cuando, despierta con alguna pésima noticia, como el socavamiento de su soberanía e independencia como país debido a la intervención de su economía por la “troika”, ya olvidada en nuestra desmemoriada sociedad, como olvidados encontramos las ruinas de sus viejos templos paganos entre el polvo de los caminos.

El Estado griego fue, desde su fundación en 1830 tras una cruenta Guerra de Independencia contra el Imperio Otomano, un pariente pobre de Europa. En esa guerra participó y murió Lord Byron, llevando el romanticismo al olivar mediterráneo. La larga enemistad greco-turca, que tenía ya un largo serial de capítulos desde la conquista de Constantinopla por los turcos y la caída del Imperio Bizantino, está para siempre en el horizonte de las dos naciones, como un hecho objetivo que tiene su símbolo más cristalino en el muro que separa las comunidades griega y turca en Chipre.

La cultura griega, ya sea en la época de esplendor de sus polis en el siglo V a. C., ya sea en la época imperial de Alejandro Magno, que un día salió de su reducido territorio macedonio y comenzó a conquistar para no detenerse nunca ni regresar jamás, ya sea porque luego Roma fue una extensión de Atenas y Bizancio se asentó en sus urdimbres, ya sea por la recuperación de su espíritu durante el Renacimiento o por su aportación a la Modernidad, nunca ha dejado de ser un pilar fundamental sobre el que edificar una sociedad humanista, democrática y crítica, de lo mejor que Occidente ha legado al mundo. “La filosofía occidental es una nota a pie de página de un libro de Platón”, decía Whitehead.

Pero el país ya no se reconoce en esas conquistas fundacionales, simplemente ha pasado mucho tiempo y no son ese pueblo elegido, panta rei decía Heráclito. “Todo cambia”. Algunos de sus mejores creadores han elaborado toda una crónica de su devenir contemporáneo, como el retrato la descomposición moral de la Dictadura de los Coroneles hecha por Constantin Costa-Gavras o el cadáver insepulto que es el país en la serie de novelas de Petros Márkaris, protagonizadas por el comisario Costas Jaritos, donde se dan cita la pobreza, el trato de inmigración, la corrupción, las pésimas políticas, el hundimiento moral de toda una generación, el individualismo pequeño burgués, la traición a un pueblo de 10 millones de habitantes que albergaba la esperanza de ser los modernos 300 espartanos de Leónidas.

El enorme ciclo de movilizaciones, huelgas y concentraciones que galvanizaron a los griegos frente a la intervención de su economía por la Comisión Europea, el FMI y el Banco Mundial, son hoy un débil recuerdo de lo que fue un país unido frente a la adversidad y de un gobierno que, en el inicio del conflicto, hizo frente a los poderes fácticos globales. Pero la derrota sin paliativos y la asunción de Alexis Tsipras de las políticas de austeridad y recortes impuestas, condujeron al desierto que describe Márkaris en su reciente novela Ética para inversores (2021), cuando analiza el ambiente que se palpa en la calle durante una concentración: “No somos muchos. Calculo que, como máximo, cien personas escasas. En mis tiempos de juventud el Partido nos habrá pedido explicaciones por el fracaso de la movilización. Pero hoy en día, cuando a una decena de personas reunidas en una calle o en una plaza cualquiera ya se le considera una concentración de protesta, nosotros, siendo un centenar, contamos como una muchedumbre”. Cuando traicionas las expectativas de la ciudadanía, esta responde con desapego, desinterés y acaba optando por las posiciones más populistas e insolidarias.

Después de aquello, ese hundimiento económico, social y moral se ha acentuado hasta convertir Gracia en una caricatura. Las medidas de austeridad llevadas a cabo con la intervención de la economía y su correlato de privatizaciones, supusieron una degradación de sus infraestructuras que propiciaron el accidente ferroviario de febrero de 2023, el mayor de la historia griega, que costó la vida a 57 personas, casi todas estudiantes. Poco después, en junio, ganó las elecciones el partido que estaba en el gobierno, el conservador “Nueva Democracia”, con una mayoría aplastante dejando a la izquierda de “Syriza” apenas con el 18% de los votos. La abdicación de la izquierda más transformadora de sus promesas y la entrega del país a los “hombres de negro”, incumpliendo sus compromisos y asumiendo las políticas más impopulares e injustas durante la crisis financiera de 2008-2016, dictaron la sentencia al ostracismo de la izquierda griega por muchos años y el desafecto de las clases trabajadoras. Es lo que tiene la falta de valor político: asistirás a tu propio funeral. Tsipras ya es un hermoso y joven cadáver en vías de descomposición total y definitiva. En estos momentos, “Syriza” ya ha elegido un nuevo líder en primarias: Stefanos Kasselakis, del ala liberal y menos izquierdista del partido.

Pero lo ocurrido este verano supera incluso todas las distopías imaginables. Los devastadores incendios que asolaron Grecia nos trajeron la imagen, vergonzante e incompatible con algo que podamos llamar civilización, de la caza de inmigrantes por células ultraderechistas a los que acusaban de ser los causantes de los incendios, de ser los pirómanos, a los que ultrajaban sin justicia y sin compasión, encerrándolos sin más consideraciones legales ni éticas. Incendios que, por otro lado, se estaban produciendo en distintas partes del mundo debido al cambio climático, las olas de calor y la sequía. Así ocurría en Hawái, Túnez, Argelia, Canadá, Tenerife o La Palma. Es el capitalismo, un sistema económico hostil a la vida, en la fase de extinción masiva que nos ha tocado vivir y padecer.

Lo trágico es que el gobierno griego asume estas tesis y se convierte en cómplice ideológico de los secuestradores racistas, mientras la UE calla y otorga. Las ideas de “Amanecer Dorado” están en el actual gobierno griego y los “bárbaros”, como llamaban los antiguos a los incivilizados, a los extranjeros que no conocían el refinamiento de una cultura basada en la palabra, pisan tierra griega, son griegos. El actual gobierno griego de Kyriakos Mitsotakis aprobará en breve una reforma laboral que conculca los derechos más elementales de los trabajadores/as, conquistados durante décadas de lucha sindical y obrera, una reforma que avala entre otras cosas, una jornada laboral de 78 horas semanales, seis días a la semana, y con la que se puede despedir sin indemnización y sin motivo. Es el ideario ultraliberal que lleva a un régimen de servidumbre y semiesclavitud para poder vivir, o para decirlo mejor, sobrevivir.

En los inicios del pensamiento racional como vía de explicación del origen del mundo circundante, Empédocles creía que todas las cosas estaban compuestas de cuatro elementos naturales: agua, aire, tierra y fuego. Estos elementos constituyen la parte material de los cuerpos que observamos, pero para dotarlos de dinamismo y movilidad, estos elementos están atravesados por dos fuerzas cósmicas, no materiales: el Amor, que tiende a unir y el Odio que tiende a dispersar. Cuando el Amor y el Odio, fuerzas tan necesarias como antagónicas, están en equilibrio, entonces hay armonía y el mundo aparece como lo conocemos ahora, una totalidad con sus individualidades. Pero si una de esas dos fuerzas motoras se expande, entonces la armonía desaparece. Si es el Amor, todo tiende a amalgamarse de manera indefinida perdiendo la individualidad, al ser una fuerza centrípeta suprime el “modo” de existencia, en el sentido de Spinoza. En cambio, si la que triunfa es el Odio, la dispersión de esta fuerza centrífuga pronostica el sacrificio último que es la destrucción. Si viviera el colapso planetario de nuestro mundo contemporáneo, Empédocles creería que el momento del Odio, de la ruptura extrema y la destrucción ha llegado. Yo también lo creo y los datos y los hechos lo acreditan. La tierra se desertiza, el aire se torna sofocante, el agua se evapora, y el fuego que fue un elemento civilizador por el que Prometeo se sacrificó, se venga de aquel secuestro.

El próximo verano volveremos a ver la devastación de los grandes incendios al mismo tiempo que los veraneantes venidos del norte colapsan Santorini y los inmigrantes duermen, sin techo ni protección, en Lesbos y los bárbaros saldrán de cacería. El Odio reinará hasta la extinción final, tal y como pronosticó aquel presocrático, médico, político y orador que fue Empédocles.

Epicuro, que nació en Samos, sostenía que la felicidad residía en el placer, un placer bien calibrado que podemos encontrar en las cosas más simples de la vida, en un atardecer, en la conversación con los amigos, en un poema, en la rosa. También nos dejó dicho que la filosofía era un “tetrafármaco”, ya que ayuda a curar los miedos ancestrales de la humanidad: el miedo a la muerte, el miedo al dolor, el miedo al futuro, el miedo a los dioses. A tenor de lo que ocurre en Grecia, el miedo se ha hecho sistémico y mucha filosofía se necesita para ahuyentarlo. El miedo que pasó aquel hombre que hace unos días fue arrojado por la borda de un barco griego por no tener billete, el miedo a secas del que sabe que va a morir.

Una vida por un puñado de euros, es el regreso de la barbarie.

  

                                       Gerardo Rodríguez

 miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC

 

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