La diferencia y la desigualdad
Hay muchas personas que piensan que los seres humanos no son iguales y que, en un continuo de grados, normalizan la desigualdad en sus acciones. No me refiero sólo a ese mediático 1% que poseería o controlaría todo, ni a ese 10% que apuntala al anterior a través de estructuras económicas y de coerción, sino a ese porcentaje, aún mayor, que compra en las urnas modelos de convivencia (¿o de supervivencia?) que perpetúan y propagan ese pensamiento.
Parece, no obstante, que, tal y como ha acontecido la historia, nos encontramos con una constante cuyo origen se pierde en el principio de los tiempos (ese donde las sociedades igualitarias quedan relegadas, hoy, a un exotismo académico), y que permanece, a través de los siglos, en variantes organizacionales escasamente diferenciadas, piramidales de base variable, y, de arriba abajo, eminentemente violentas.
Cuando las personas no nacen ni se construyen (íntegra-mente) en la igualdad, la terminan olvidando (des-memoria), asimilan su opuesto (no-negación) y renuncian a su cuestionamiento (no-crítica). No necesitamos mucho más que abrir cualquier libro de secundaria o de bachillerato para intuir que se pretende reducir la línea del tiempo de la historia a una cuestión de crecer en «razón», «modernidad» y «sensatez», construcciones que obvian, premeditadamente, la condición humana.
Considerar que los otros no son iguales significa asignarles, arbitrariamente, distintos potenciales de desarrollo (productivismo, especialización, desarrollismo, darwinismo social), distintas necesidades (deshumanización, cosificación, animalización), y, finalmente, distintos derechos (democratismo, ciudadanismo, aporofobia, exclusión social), mediante la estigmatización de la diferencia.
La diferencia es discreta, aleatoria e indeterminada. La diferencia es tan natural, e inocente, que no se percibe si no es a través de un artificio para fabricar miedo. Las violencias institucional y económica moldean a través de los medios la percepción popular de la diferencia. Se construyen diferencias (el negocio está en la separación), se reprimen (mordaza, odio, judicialización),… o se mercantilizan a través de la desigualdad, que es un gradiente (la dirección de la máxima variación, transferencia, expolio,…).
No han faltado intentos de «racionalizar» la diferencia, y por extensión la desigualdad, como podemos observar en la lectura de dos repulsivos artículos de M.Rajoy en el Faro de Vigo ([1], [2]), en los que, más de tres décadas después, podemos reconocer el argumentario falaz, no sólo de una estructura de gobierno corrupta y servil que se desmorona en un alud de casos aislados sino de un electorado cobarde que trata de justificar intelectualmente su propio miedo.
Mientras el (ultra-)derechismo rancio y mohoso se regocija en las diferencias del linaje (herencia, raza, nación, religión), una variante más modernista del mismo pensamiento (neo)liberal lo hace en la adaptación al concepto de éxito vigente: tú eres el único responsable de tu éxito o de tu fracaso, pusilánime de mierda [3]. El individuo, como empresario de sí mismo, asume (todo) el riesgo de (todas) sus decisiones mediante su actitud.
Tampoco se dejan de construir diferencias en torno al conocimiento, precisamente cuando el acceso al mismo no es libre (y debería,…). Esto es del gusto de un abanico de hipócritas que se despliegan a la sombra del progresismo, del regeneracionismo y la equidistancia. Un tono de la sombra es morado, más inclinado a la meritocracia; el otro es naranja, más orientado a la sensatez. Ambas sombras comparten el mismo toldo y compiten por el justo medio.
La igualdad y la libertad se realimentan. Cualquier opción debe pasar por la emancipación. Sin libertad no hay igualdad, y viceversa. Necesitamos poco para que no se apropien de estas dos palabras, para que ni las mercantilicen ni las electoralicen: basta vincularlas con respeto, con colectivo, con apoyo mutuo, con cooperación, con sustentabilidad, con justicia… Todos estos conceptos están conectados entre sí. Cualquier apropiación aislada de alguno de ellos sólo tiene el fin de separar.
Alejandro Floría Cortés
[1] Igualdad humana y modelos de sociedad. M.Rajoy (Faro de Vigo 04/03/83)
[2] La envidia igualitaria. M.Rajoy (Faro de Vigo 24/07/84)
[3] Tú eres el único responsable de tu éxito o de tu fracaso, pusilánime de mierda. A. Floría
«Sin libertad no hay igualdad, y viceversa.» Tu afirmación es falsa o al menos sólo cierta bajo una interpretación muy específica y aislada de las palabras, ¿Libertad para quién, en qué contexto, bajo qué criterios, respecto a qué prioridades? ¿Igualdad entre quienes, hasta donde, en qué sentido, en qué contexto, bajo qué condiciones, a qué costo? En realidad tu afirmación tiene un nivel de validez similar a la afirmación: «La igualdad es incompatible con la libertad» tan incompatible como es la busqueda del beneficio propio con la busqueda del beneficio de otro.