La gordofobia en tiempos de celebración
Sara Hernández, portavoz de Drago Canarias en La Palma No tengo muy buena memoria, pero hay recuerdos que tengo grabados a fuego, y tristemente no son de los que te arrancan una sonrisa. Recuerdo nítidamente la primera vez que me llamaron “foca” a gritos. Fue el hermano pequeño de un compañero de clase a la salida del colegio, cuando tenía diez años. Con esa edad también recuerdo estar sentada en la consulta de mi médico de familia, explicándome mi primera dieta. Recuerdo los atracones de bolsas de golosinas de cien pesetas a la vuelta de la escuela de música en el portal de casa. Recuerdo al profesor de violín llamándome “niña bollicao”. Recuerdo la felicidad de “al fin verme guapa” cuando me quedé en 55 kilos tras una horrible neumonía a los quince. Recuerdo el “me diste vergüenza ajena al verte en el escenario” cuando presenté mi proyecto de fin de carrera pesando 73 kilos a los veinticinco. Recuerdo ir poco después al médico por una amigdalitis y salir llorando de la consulta porque me dijo que necesitaba bajar 20 kilos. Al día siguiente me embarqué en una dieta durísima que me destrozó la salud y me generó una terrible relación con la comida que arrastré hasta hace poco, pero… ¡hay que ver lo guapa que estaba con 13 kg menos! De los 10 a los 35 años no viví un solo día sin sentir culpa al comer determinados alimentos o cantidades, no dejé de juzgar mi cuerpo, apenas me miré al espejo, y no paré de pensar en que mi vida sólo iría bien si adelgazaba. Una vida en standby, una vida sin autoestima, una vida de restricción y culpabilidad. Una vida llena de violencias, tanto externas, como interiorizadas. Tanto familiares como institucionales. A eso es a lo que nos empuja la gordofobia. A pesar de lo que muchas personas puedan pensar, no es solo un problema de autoestima o una cuestión de estigmatización individual, la gordofobia es un sistema de opresión profundamente arraigado en la sociedad que establece qué cuerpos son dignos de existir sin juicio. Desde los comentarios bien intencionados “por nuestra salud” sobre dietas, hasta la exclusión de personas gordas de espacios públicos y oportunidades laborales, pasando por malas —o incluso negligentes— atenciones médicas, este sistema actúa como una herramienta de control y exclusión. Esta gordofobia estructural impacta en la salud mental de quien la sufre, y generalmente desencadena trastornos de la conducta alimentaria —TCA— como respuesta a la presión social por ajustarse a un imposible “cuerpo ideal”. Además, no afecta a todas las personas de la misma manera. Las mujeres gordas —como hemos comprobado estos días con la polémica de la cómica Lalachus y las campanadas— enfrentan la doble carga de estigmatización por su peso y por no ajustarse a los ideales patriarcales de feminidad. Una persona racializada y gorda sufre la doble carga de ser juzgada bajo un ideal de belleza blanco y delgado, y también bajo estereotipos racistas que la asocian con falta de autocontrol. Las personas con discapacidad, por su parte, enfrentan barreras aún mayores debido a la combinación de capacitismo y gordofobia, lo que limita su acceso a espacios públicos, servicios de salud y empleo. Estas múltiples opresiones no actúan de manera aislada, sino que se entrelazan, agravando el impacto sobre quienes se encuentran en los márgenes. Reconocer estas intersecciones es clave a la hora de luchar contra la gordofobia, y así garantizar que las soluciones propuestas no reproduzcan otras formas de exclusión. La Navidad es una época especialmente compleja para las personas que sufren esta estigmatización de los cuerpos gordos o que enfrentan algún TCA. Reuniones familiares donde abundan los comentarios sobre el peso o la apariencia, o donde en los propósitos de año nuevo nunca faltan las alusiones a las dietas o a compensar los excesos de las fiestas. Encuentros donde, a la vez que todo gira en torno a la comida y está aceptado e incluso se ensalza el comer hasta no poder más, las personas gordas están sometidas a una vigilancia constante y a comentarios culpabilizadores si comen lo que a vista de otros es “demasiado”. Por ello, quería traer este tema en estas fechas, porque puede ser un buen momento para que empecemos a reflexionar acerca de los impactos tan fuertes que tiene este sistema de opresión. Combatir la gordofobia requiere un cambio profundo, no solo en nuestras actitudes individuales, sino en las estructuras sociales que la perpetúan. Como plantea la filósofa y activista Magdalena Piñeyro en su libro Stop Gordofobia, no es cuestión de simplemente aceptar todos los cuerpos, sino de desmontar un sistema que utiliza el miedo a engordar como herramienta de control. Esto implica no solo cuestionar los estándares de belleza que priorizan un único tipo de cuerpo como válido, sino reflexionar sobre el impacto de la tan extendida y aceptada “cultura de la dieta”, e interiorizar que la salud no se puede reducir a un número en la báscula. Al igual que decimos desde los feminismos cuando hablamos del derecho al aborto: el cuerpo es un territorio político, y las decisiones sobre él deben pertenecer únicamente a quien lo habita. Sin embargo, para conseguirlo necesitamos crear espacios seguros donde las personas podamos existir sin miedo a ser juzgadas, y donde la diversidad corporal no sea sólo tolerada, sino celebrada. Esto implica reflexionar, educarnos, desaprender prejuicios y ser conscientes de cómo nuestras palabras y actos contribuyen a mantener esta opresión. Si este artículo te ha servido para darte cuenta de actitudes o pensamientos gordófobos, aprovecha estas fechas para estar alerta e intentar identificarlos y reducirlos. Reconocer los privilegios que algunas personas disfrutan relacionados con su cuerpo y observar cómo afectan en comportamientos hacia las demás no es tarea fácil, pero es tarea de todas. Y si eres tú quien sufre la gordofobia, te abrazo. No es una época fácil. En mi experiencia, y si puede servirte de algo, mi salvación comenzó al encontrar espacios de activismo gordo —aunque fueran virtuales— con otras compañeras que estaban enfrentando las mismas violencias, como el podcast de Beatriz Cepeda y Enrique Aparicio, ¿Puedo hablar!, o el de Cristina de Tena y Lara Gil, Nadie hablará de nosotras. También leer a activistas como Magda o crear mis propios espacios seguros con amigas para poder compartir sin ser juzgadas. Aún no canto victoria porque todavía siguen viniendo pensamientos intrusivos, pero hoy doy gracias porque puedo decir que hace unos años que no me subo a una báscula. Por fin siento que el peso no me define. Ya no como con culpa, ya no hay alimentos prohibidos, ya no restrinjo, ya no compenso. Y esto ha sido gracias a un camino nada fácil de aprender a mirarme y tratarme con cariño y ternura, a un proceso de construcción de autoestima que nació al escuchar a otras poniendo palabras a mi sufrimiento. Nunca olvidemos el poder transformador de los espacios colectivos. Conectemos, hablemos, alcemos la voz, señalemos al opresor y sanemos. Juntas. Sara Hernández, portavoz de Drago Canarias en La Palma
Gracias, Sara. Gracias por poner palabras a unos sentimientos y unas realidades que pocas entienden. Gracias por tu generosidad al compartir emociones y pensamientos propios que no son ajenos a muchas de nosotras.
Tal cual comentas, he pasado algunas de esas situaciones. Ya no me gustan las Fiestas. Voy esperando el comentario «bien intensionado», y los «consejos no solicitados». Por mas que he pedido de mil maneras que no me interesan las opiniones ajenas sobre mi persona, siempre se repiten. No les importa. Son sordos a mis palabras. Y Generan en mi el efecto contrario, ya que no me escuchan yo tampoco…