Literatura

Nosotros no fuimos

Dicen que corría el año 1996, cuando Miguel Ángel Hernández hizo llegar un estudio histórico sobre la fiesta de la librea al ayuntamiento de Tegueste. Al menos nadie dice lo contrario de eso, aunque su trabajo sí que ha sido muy cuestionado y discutido por historiadores y especialistas, dejando por lo menos claro que no todo está tan mal.

Lo cierto es que viene a ser en 2002 cuando dicho ayuntamiento retoma la celebración que, por aquel entonces, llevaba 62 años en el olvido, justo tras la guerra civil española.

La Librea es una representación popular que surge en el tiempo por la mentalidad defensiva de los habitantes del Archipiélago, debido a los continuos ataques y saqueos a los que hemos sido sometidos, especialmente durante el siglo XVII y consistía en la escenificación de la batalla que se entablaba entre el «Barco» que representaba todo lo malo que nos venía por el mar, como saqueos, piratas y los intentos de conquista, y «El Castillo» que representa la defensa del territorio. Lo que nunca he entendido es porqué se le llama así, pues la definición oficial de la Real Academia cuando cita «librea» alude a «Traje que los príncipes, señores y algunas otras personas o entidades dan a sus criados; por lo común, uniforme y con distintivos» sin que pueda encontrar relación con la versión popular de esta celebración.

Me contaron entonces que en los uniformes de los soldados y su armamento se estaba trabajando desde 1997, reuniendo datos y elaborando unos trajes que no dan fe de las milicias populares, sino de un ejército «protector» que siempre llegó tarde y mal, valiéndose en cada histórica ocasión, del empuje de los habitantes que rechazaron casi todos los intentos de invasión: casi todos.

Fueron aquellas ganas de llevarlo a cabo y el discurso del organizador, con su equipo dispuesto para hacerlo lo mejor posible, lo que nos llevó a darle un sí a aquel acto. Por lo que conformamos un grupo de exhibición de Juego del Palo, adecuado para lo previsto, compuesto por personas de Las Mercedes y Arafo.

Los ensayos empezaron en agosto, aunque habíamos tenido antes alguna reunión con Sergio García que dirigía la organización. Y para ello se desplazarían desde Arafo, Germán y el chino y desde Las Mercedes, Amanda, Nesty, Diego y yo.

Nos estábamos perdiendo la mitad de los mejores valores que había entre nosotros en aquellos momentos, si bien es verdad que se trataba más de una pantomima que de una exhibición, por lo que alegando eso se desmarcaron Mariana y Enrique, de Arafo, y Enrique de Las Mercedes.

Enrique, de Las Mercedes, entonces era un lujo para la larga distancia, dentro del estilo que nosotros practicábamos. Pero también dominaba la distancia media y la corta, obligado por la gente con la que jugaba. Aunque, claro, quien tiene tanta afición y pone tiempo y ganas de su parte, termina absorbiendo del resto hasta completarse. Sin embargo, los largos recorridos que describían sus palos y la potencia que recibían por el camino, daban como resultado un vistoso palo que parecía encontrar buen refugio en la distancia larga, quizás, por la altura de Enrique.

Además, la agilidad de Mariana y Enrique de Arafo; la rapidez y sincronía de movimientos de aquella pareja; con la elegancia de aquellos perfectos palos por debajo a cualquier altura y su desplazamiento circular acostumbrado, también se iban a quedar fuera. La chispa ingeniosa de Mariana, una jugadora que cuando menos lo esperabas era capaz de sacrificar la guardia por sacar una punta certera, o el intenso ritmo que podía aplicarle Enrique, intercambiando series de palos largos, para pasar de repente a una distancia corta, haciéndote saltar para atrás, no iban a dejarse ver públicamente en la librea.

Sin embargo, las tres parejas serían suficiente para la demanda de la organización, ya que lo pretendido era simular una reyerta y que sonaran fuertes los palos. Para eso, la pareja que venía de Arafo, el chino y Germán, se compenetraban perfectamente, sacando palos constantes y rítmicos que, durante los ensayos, presionamos para que sonaran más fuerte.

Por otro lado, la que formaron Nesty y Amanda. El primero un hombretón desde aquel entonces, de compresión fornida y no demasiado alto que cumplía las cuadras religiosamente y había pulido mucho los palos por debajo, de mano del mismísimo Pedro Acosta, con quién tuvo un especial contacto, a lo que se sumaba el especial carácter de Nesty, buena gente donde la haya y lo demuestra con una capacidad de adaptación a sus compañeros de juego que, aunque parece quedar todo entre la otra persona y él, desde fuera siempre lo notamos quienes le conocemos.

Y Amanda, una de las mejores jugadoras que he conocido −si no la mejor−, de las que siempre dio pie para afirmar que palo contra palo, daba lo mismo si lo movía un niño, una niña, un hombre o una mujer. Amanda había dado lecciones de constancia alcanzando una coordinación y rapidez que parecían innatas, pero eran fruto de muchas horas de entrenamiento y permitían que desarrollase esa otra faceta suya que era capaz de «regalarte un palito» si se veía apurada y hasta exigirte vitalidad en el juego y que los palos fuesen verdaderos, ya tanto en la distancia como en los puntos variados que parecía escoger con picardía y, realmente, desarrollaba con total naturalidad y sin maldad, pero si con la experiencia acumulada por una niña que desde pequeña se supo sobreponer, estando a la altura de los mayores, respetando y dándose a respetar. ¡Un amor! que se tuvo que vestir de hombre para cumplir con la organización.

La última pareja, Diego y yo, no teníamos ningún problema. Nosotros estábamos jugando todo el día y toda la noche si nos dejaban. Jugábamos en casa durante horas y sólo parábamos por agotamiento, aprovechando los descansos para jugar un poco más. Nos pulimos muchas horas juntos y éramos capaces de jugar uno con otro casi con los ojos cerrados. Basando nuestro juego en una distancia corta, conseguíamos que estallaran los palos intensamente y estábamos muy acostumbrados a espectáculos donde acabábamos siendo el centro de atención. Al final iba a ser suficiente.

Los ensayos eran largos y cansinos, teníamos que tragarnos las partes en las que no entrábamos y otras donde actuamos como extras sin jugar al palo, el espectáculo duraba más de una hora y los ensayos se alargaban más, como es lógico. Íbamos a ir todos ataviados con trajes de mago, exquisitamente diseñados por Juan de la Cruz que por aquel entonces era renombrado en ese campo.

En varias ocasiones captamos incongruencias históricas, haciendo partícipe de ello a la organización, aunque siempre nos toreaban y justificaban que fuese un ejército uniformado en vez de una milicia, con el trabajo histórico y manual que habían llevado los trajes preparados, o el hecho de que cuando la milicia salvadora −vestida como ellos querían− entraba tras rechazar el barco y lo hiciese mientras sonaba el himno de España, con lo que mostramos total desacuerdo, tan sólo afirmando que la anterior celebración, la de 1940, se había llevado a cabo sin que dicha música existiera. Pero alegaban que no tenían nada más representativo como himno y parecía que nos lo íbamos a tener que tragar.

Lo cierto es que el grupo de juego del palo destacábamos entre las 400 personas que iban a participar. No sólo por nuestro carácter alegre o reivindicativo, sino porque el número para el que habíamos sido requeridos, era una chispa de vida en una recreación que a todas luces se podía hacer larga.

Había una parte basada en los testimonios de Antonio Pereira Pacheco, cuando detalla que se escenificaba la librea tanto en la víspera por la noche como en la procesión del día principal» y los naturales lo hacían en medio de una fiesta que en Canarias asociamos con comer y beber, antes de la llegada de la milicia y los actos eclesiásticos. De tal forma, el escenario era toda la plaza del ayuntamiento, quedando cercado por unas mesas llenas de vino y comida, con nosotros dispersos por ellas, mezclados entre magos y magas que se supone disfrutaban de las fiestas. De repente, en una de ellas, surgía una especie de tensión entre Diego y yo, donde se metían mujeres por medio, hasta que yo volcaba el vaso de Diego sobre él, con agua en vez de vino que debería ser, provocando una auténtica reyerta con palos, iniciada por nosotros dos y ampliada en un momento a otras dos parejas que hacíamos saltar chispas de los palos, hasta que éramos atajados por la multitud, acabando con una escena que en verdad despertó a los presentes y consiguió la satisfacción de organización y participantes, llenándonos de orgullo.

Como teníamos un pequeño hueco, hasta volver a entrar en escena, ahora ataviados con antorchas, cercando a dos lados la plaza, para que entrase aquella milicia oficializada y españolísima, Germán, Nesty y yo aprovechamos para ir a tomar una cerveza y volver rápido. Pero se ve que no fue lo suficientemente rápido, lo que empeoró que nos equivocásemos primero de puerta de entrada y, en lo que tardamos en corregir, acabamos quedándonos sin poder salir con las antorchas en la mano. Ya estaban el resto colocados en sus puestos y nosotros en la puerta.

Aquello apenas se hubiera notado, si no es porque cuando iba a entrar la milicia y tenía que sonar aquella música infernal, saltó una chispa en algún rincón, dejando el espectáculo sin corriente y como única iluminación el fuego de las antorchas que dejaban dos hileras que salían de los laterales del ayuntamiento, en uno de los cuales ahora, en silencio, se añadían tres luces más. Germán, Nesty y yo, no sabíamos si reírnos o echarnos a llorar, lo que no podíamos hacer ya era salir corriendo y menos cuando no habíamos tenido nada que ver con el incidente, lo que si nos repetíamos unos a otros era «a ver como decimos ahora que nosotros no fuimos».

Al final se encontró el fallo técnico, habiendo pasado casi una hora, y agotados aguantamos hasta el final. No se nos comentó nada personal de lo ocurrido, no sé si por interpretar que sobraba o porque el analfabetismo político afecta a las memorias y quizás por eso, Sergio García, nunca nos volvió a llamar.

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