Del 8M el Día Internacional de la Mujer Trabajadora: de la lucha por la igualdad a una fiesta de disfraces
El 8M se refiere al 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Es una fecha en la que se conmemora la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos, la justicia y la eliminación de la violencia de género. En muchos países, se realizan marchas, protestas y actividades para visibilizar las desigualdades que aún persisten y exigir cambios en la sociedad.
El 8M tiene sus raíces en los movimientos feministas de principios del siglo XX, especialmente en las protestas de trabajadoras por mejores condiciones laborales y el derecho al voto. Hoy en día, sigue siendo una jornada de reivindicación y reflexión a nivel mundial, pero…
El 8M no es una fiesta, sino una jornada de lucha y reivindicación. Sin embargo, el movimiento feminista no es monolítico, y dentro de él conviven distintas corrientes con enfoques y estrategias diferentes.
El feminismo radical, que analiza la opresión de las mujeres desde la raíz del patriarcado y el sistema de sexo-género, ha sido una de las corrientes más influyentes históricamente. No se puede ser feminista sin considerar la interseccionalidad; porque se entiende que la opresión de género no se puede analizar de forma aislada, sino que está entrelazada con otros sistemas de poder, como el racismo y el capitalismo. Un feminismo comprometido debe también ser abolicionista (en el sentido de desmantelar estructuras que explotan los cuerpos y funciones reproductivas de las mujeres) y antirracista. Criticar la comercialización del cuerpo de las mujeres, la «venta de úteros» que se relaciona con la preocupación sobre cómo el mercado puede transformar aspectos intrínsecos del cuerpo y la reproducción en mercancías. Desde esta postura, permitir o normalizar tales prácticas podría perpetuar la explotación y despojar a las mujeres de la autonomía sobre sus propios cuerpos.
Diversidad de enfoques: es importante reconocer que dentro del feminismo existen diversas corrientes y debates. Aunque muchos defienden que para lograr una verdadera igualdad es indispensable luchar contra todas las formas de opresión, otros pueden centrarse en aspectos específicos sin necesariamente adoptar todas estas posturas simultáneamente. La discusión sobre qué implica ser “feminista de verdad” es amplia y compleja, y refleja las distintas experiencias y prioridades de las mujeres en distintos contextos.
El feminismo contemporáneo ha sido cooptado por el neoliberalismo y el mercado, convirtiéndose en un feminismo superficial o «mainstream», donde la lucha estructural queda diluida en mensajes de empoderamiento individual.
Este año el Día de la Mujer Trabajadora coincide con el Carnaval y muchos grupos del movimiento feminista exhortan a las personas a acudir en disfraz, y entre batucada, disfraces y carritos de bebidas alcohólicas me temo se pierda la esencia de la reivindicación de este día. No podemos olvidar los hechos históricos que nos han llevado a hacer nuestro el 8 de marzo.
Recordamos los orígenes, desde el 1857, en plena Revolución Industrial, cuando las trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York salieron a la calle a protestar por las duras condiciones de trabajo. Denunciaban que las mujeres eran sometidas a una precariedad mucho mayor, sus salarios eran menos que la mitad que los de los hombres y sus condiciones muchas veces eran peores. Durante esta manifestación la policía intervino de forma violenta para pararla, así que ésta sentó un primer precedente. El 28 de febrero de 1909 en conmemoración de esta lucha unas 15.000 mujeres acudieron a una marcha que recorrió la ciudad de Nueva York, para pedir una reducción de la jornada laboral, mejores salarios y derecho al voto. Al final del siglo XIX se formó en América un movimiento paralelo el Afrofeminismo que agrupaba a aquellas mujeres negras que consideraban que las mujeres blancas por obtener el sufragio universal se olvidaban de ellas que no podían votar ni por ser mujeres ni por ser afroamericanas.
El 8M es un día para visibilizar y denunciar las desigualdades, la discriminación y la violencia de género que han afectado y siguen afectando a las mujeres en todo el mundo.
Es también un espacio de reivindicación: las movilizaciones y protestas del 8M buscan generar conciencia y presionar para cambios estructurales en la sociedad, recordando que la lucha por la igualdad no ha terminado.
Considerar el 8M simplemente como una fiesta podría restarle el sentido profundo de memoria y activismo que lo caracteriza, diluyendo el mensaje de transformación social y justicia de género.
La pregunta clave es cómo construir un feminismo que realmente desafíe las estructuras de opresión sin caer en divisiones que debiliten la lucha común. Esto es un reto, pero hay estrategias clave para avanzar. Como volver a las raíces políticas del feminismo.
Recordar que el feminismo no es solo una cuestión de identidad, sino un movimiento político que busca la liberación de las mujeres de la opresión patriarcal. Retomar la conciencia de clase y el análisis estructural, evitando caer en el feminismo neoliberal que reduce la lucha a elecciones individuales en contra de las colectivas. Fortalecer la organización y la acción colectiva. Recuperar espacios de debate y formación feminista donde se construyan análisis críticos y estrategias de lucha. Promover la sororidad política: no se trata solo de «llevarse bien», sino de entender que la lucha es colectiva.
Defender un feminismo radical-antirracista sin concesiones, porque el feminismo radical es aquello que identifica al patriarcado como sistema de dominación y no teme nombrarlo. La interseccionalidad ayuda a entender cómo se cruzan opresiones de género, raza, clase, colonialismo, etc., sin diluir la lucha feminista en generalidades.
Denunciar las cooptaciones del feminismo y cuestionar el feminismo «mainstream» y sexoplanista que convierte el 8M en un espectáculo sin contenido político; no podemos caer en las actitudes ultraderechista en contra de la ciencia y siempre en contra de las mujeres. Y lo digo con coraje, porque las nuestras que lo aclaman vienen atacadas por parte de todo el sistema capitalista, machista sea de la derecha que de la izquierda progresista. Negar el sexo biológico afecta negativamente a las mujeres porque diluye las diferencias materiales y estructurales que han llevado a su opresión histórica.
El sexoplanismo nos lleva a consecuencias clave como:
1. Borrado de la realidad femenina: Si se niega que existen diferencias biológicas entre hombres y mujeres, se dificulta reconocer que las mujeres han sido discriminadas precisamente por su sexo biológico (embarazo, menstruación, menopausia, etc.).
2. Impacto en los derechos y espacios de las mujeres: En algunos casos, la redefinición del sexo ha permitido que personas nacidas biológicamente hombres accedan a espacios femeninos como baños, cárceles y deportes. Esto puede poner en riesgo la seguridad y oportunidades de las mujeres.
3. Desventajas en el deporte: Las diferencias biológicas, como la testosterona y la estructura ósea, hacen que los hombres tengan ventajas en competencias deportivas. Si las categorías femeninas incluyen a personas con biología masculina, se perjudica la equidad.
4. Acceso a recursos y estadísticas: Políticas y programas que benefician a las mujeres pueden volverse ineficaces si el concepto de mujer se vuelve subjetivo. Esto puede dificultar la lucha contra la violencia de género y la recolección de datos precisos.
En resumen, reconocer el sexo biológico no es discriminar, sino aceptar una realidad que ha sido clave en la lucha por los derechos de las mujeres y un hecho científico: ¡la Tierra no es plana!
En esta lucha que a todas nos une es importante rechazar el uso del feminismo por parte de grandes empresas y gobiernos que lo vacían de sentido y contenido para mantener el statu quo. Lidiar con los desacuerdos sin fragmentar el movimiento. ¡Claro que es necesario el debate! pero sin que nos inmovilice. Se puede tener diferencias estratégicas sin debilitar la lucha común. Hay que priorizar el conflicto contra el patriarcado antes que las guerras internas que solo benefician al sistema mismo.
Construir alternativas fuera del capitalismo y el patriarcado es de primaria importancia. No basta con criticar el sistema, hay que construir espacios de autogestión, redes de apoyo mutuo y proyectos feministas autónomos.
El desafío es enorme, pero si el feminismo sigue enfocado en su misión principal—acabar con la opresión de las mujeres— puede mantenerse fuerte y efectivo.
Antonella Aliotti
Feminista Radical y Antirracista
Activista en DDHH y Sociales