La droga como arma del gobierno contra los jóvenes (continuación)
Tal como indica el título, escribo estas líneas con intención de continuar (o añadir) desde mi condición civil/social (mujer joven) y lugar de procedencia y residencia (soy nacida en Barcelona y residente en Valencia desde hace tres años), con el artículo de Seben Rodríguez, con el mismo título.
Ya hace años de que soy consciente que, lejos de adoptar medidas útiles, necesarias y no tan difíciles de aplicar (si quisiera, claro está), por parte del gobierno del Estado, y por qué no decirlo, a menudo con total conformidad y servilismo por parte de los gobiernos autonómicos, para que los y las jóvenes no estuviésemos en una situación de casi la mitad de nosotrxs en paro, y algunxs incluso sin cobrar prestación alguna, algunxs viéndose obligadxs a emigrar a otros Estados, dentro o fuera de Europa y bien lejos de las casas, las familias, amistades, etc., que les vieron nacer y crecer, lo que hace el/los gobierno/s, de cara a la población joven, es efectivamente, de una u otra manera, “drogarles”, ya sea no tomando ninguna medida en contra de la extrema facilidad que hay para conseguir drogas (ilegales y también legales, como el alcohol), o bien proporcionando, como bien dice Seben, “drogas” alternativas, que distraen la mente, y hacen que no se piense en hasta qué punto vivimos una situación que incluso rebasa la línea de los derechos humanos. Sí: la vivienda digna es uno de ellos, lo dice además una Constitución que tanto parecen defender a uñas y dientes, aunque realmente es sólo de cara a la galería, pues lo único que les importa realmente de ella, es la sacrosanta unidad de España, y que su jefe de Estado y su alrededor mantengan sus privilegios a costa de la miseria de tantos.
Personalmente, y esto lo he vivido exactamente igual en Barcelona que en Valencia, sin diferencia alguna, he visto continuamente el “aturdimiento” o sedación en que parece vivir un porcentaje altísimo de jóvenes, hasta el punto de comentar o simplemente pedir opinión de alguna ley (vieja o nueva), situación sociopolítica en la que hemos caído, o cualquier cosa de índole parecida, y quedarme anonadada escuchando o viendo sus respuestas: mayoritariamente es un “no lo sé”, un “esos temas me aburren” o un “es lo que hay y no va a cambiar por más que queramos”. Es decir, se ha caído en un derrotismo y un meninfotismo (expresión catalana que indica que todo me/nos da igual) absolutos, una nula implicación político-social abrumadora. Hablo de mayorías, claro está. Por suerte hay minorías que sí se implican, pero mirando desde un plano general, son prácticamente imperceptibles.
Parece ser que si no estamos interesadxs en fútbol (sobre todo el mercantilizado, que más que clubes deportivos parecen multinacionales: misma corrupción, sin exceptuar el FCB Barcelona con el cual para nada me identifico), o sobre todo siendo mujer, lo que conocemos como telebasura, y la compra compulsiva, ya sea de ropa, tecnología (porque claro, tener el mismo móvil más de un año es cosa de carcamales, ¿cómo se me puede ocurrir mantenerlo más tiempo? me he preguntado irónicamente más de una vez, sin salir de mi asombro), productos de belleza, etc., como si el mundo fuese a acabarse mañana mismo, quedamos directamente fuerade juego y pasamos a “caer mal”, ser “aguafiestas”, o despertar poco interés en general de cara a las relaciones sociales… Pues bien, haciendo hincapié de la telebasura y la compra compulsiva como potentes drogas de hembra joven, el gobierno campa a sus anchas aprobando leyes que nos pondrán realmente difícil (sino imposible) el cobrar una pensión digna cuando nos jubilemos, o directamente, el cobrar una pensión, sea digna o mísera, nos mantiene en paro a la mitad, imposibilitando/precarizando no solamente el trabajar sino incluso el estudiar. No olvidemos que no hay mayor enemigo de un tirano, que una sociedad preparada, formada, y, por lo tanto, con capacidad de reacción, de respuesta ante la injusticia, inconformista, que simplemente reclama lo que es suyo porque le pertenece, porque así consta en la carta de Derechos Humanos. Y es que no es casualidad que en los últimos años y ante la mera posibilidad de que a la población joven no se nos pudiese engañar tan fácilmente como nuestras anteriores generaciones, la maquinaria gubernamental se ha puesto en marcha, entre otras cosas, encareciendo las matrículas universitarias, como buenos nostálgicos de cierta época pasada, por cierto muy negra, donde únicamente estudiaba una carrera el hijo de alguien que tuviese una posición económico-social prominente. Digo hijos, y no hijos e hijas, porque en aquella época que tanto añora el flamante nuevo y reciente gobierno estatal, la mujer no era apta para estudiar. Como eso no lo pueden cambiar porque el hecho de que las mujeres estudien es uno de los escasos derechos adquiridos que tenemos como sociedad, multiplicar el coste de los estudios superiores pone de nuevo el listón para los estómagos agradecidos, y es que cuanto más poder adquisitivo, menos crítica hacia los/as de arriba, porque quienes menos posesiones tienen, siempre serán más críticos con quienes les explotan, siempre y cuando, claro está, se tenga conocimiento de sus tropelías, cosa que, como comentaba anteriormente, bloquean constantemente el acceso a ese conocimiento, llegando al extremo de que (y no me lo invento, lo he presenciado) es más importante que a tal personaje famoso/a, le haya sido infiel su pareja, que el hecho de que intencionadamente a uno/a mismo/a le estén arrebatando aquello que por derecho les pertenece: un trabajo y una vivienda dignos.
No salgo de la indignación, la perplejidad y la impotencia cuando veo que una persona joven se lamenta de que una amistad suya (o varias) haya tenido que emigrar al extranjero, ignorando por completo que de manera pacífica y organizada, simplemente preocupándonos por lo que importa (pero de verdad), esas migraciones no tendrían por qué producirse. Pero claro, a tal personaje famoso le han sido infiel, y eso indigna, preocupa y ocupa, y mucho. Lástima…