La hora de hablar
para Fabio Santoro
Se mostró ante todos y todas desde el principio. Pero no todas las personas la veían. Algunas por ceguera, otras por las prisas, otras por miedo. Algunas personas le miraban pero no entendía qué o quién se mostraba y, con desdén, se marchaban. Otras quedaban quietas sin entender nada pero curiosas y luego, seguían sus pasos sin más. Muchas también quedaban maravilladas por la belleza inusual. Y más tarde, se la cargaban al hombro, sin ninguna resistencia. La colocaban donde les apetecía.
Aquella figura jamás dijo nada. Sólo miraba a su alrededor. No se quejaba. Reía a veces pues, no sabía hasta cuándo durarían todos aquellos adornos, ofrendas y peticiones. Nadie escuchaba su silencio entre tanta adoración. Nadie miraba a sus ojos. No sentían el tímido latido de su inmaculado corazón.
Pasado un tiempo, cuando ya no podían más con el peso de la imagen o cuando aquella imagen decidía desvanecerse, la nada hacia acto de presencia. Se escuchaba entonces, un adiós en el espacio o se vislumbraba una sonrisa en el infinito. Pero siempre aparecía un eco que preguntaba: ¿ves?
En una ocasión ocurrió algo diferente. Apareció ante ella un alma pura que le preguntó: ¿Cuánto tiempo has estado de aquí para allá? ¿Desde cuándo no te quitas el polvo? Mira tú base -le dijo- está dañada.
La imagen que hasta aquel momento no había bajado su mirada a la tierra, observó cómo su base estaba agrietada. Algunas grietas eran profundas, otras superficiales, pero todas, visibles. Aquello provocó que la imagen, siempre dura y estable, por primera vez sintiese como se tambaleaba.
El alma pura le mostró el agua que corría por el río y le dijo: «¡Lávate!» Luego le ayudó a secarse y se ofreció de espejo. ¿Qué ves?- le preguntó-. Nada – contestó a toda prisa y cerrando sus ojos-. El alma insistió: «mira sin miedo. ¿Qué ves?» Y esta vez la imagen más tranquila contestó: «Veo a quien todo lo puede. Veo a quién es y empieza a hacer. Veo al mundo dentro de mí». Ahora, dijo el alma bella: «muy bien. Respira. Ahora podemos seguir».
La imagen ya no era cargada. Le pidió a su compañera que la ayudará a romper aquella base que tenía sus pies atrapados. Y con alegría ambas hicieron añicos aquella pesada piedra. La imagen ahora andaba. Sus pies sentían la tierra, se movían solos y corrían acompañando al viento que cantaba a la libertad.
Pero un día, el alma se fue lejos de la imagen. Y la imagen la extrañaba, pero como pudo se le acercó nuevamente. Esta vez las palabras de la bella alma fueron las que siguen: «no me digas que me echas de menos. No me digas que me amas. Calla. Tiene que ser un secreto»
¿Por qué? preguntó la imagen.
– Sí dices eso- argumento el alma- te pueden hacer daño.
– ¿Quién? -preguntó esta vez asustada la imagen ahora triste.
– Yo no -contestó el alma-. Yo no podría hacerte daño, pero sí podría hacértelo el resto.
– Pero, ¿Quiénes son esos y esas?-seguía preguntando la confusa imagen.
– El resto -insistió el alma bella.
Y fue entonces cuando la imagen dijo: » Pero sí yo te hablo a ti. Sólo a ti. Ahora estoy aquí. Junto a ti. ¿Me ves? Nadie puede hacerme daño. Ya no me cargan. Ya voy sola. Ahora siento la tierra. Ya no estoy callada preguntando a la nada. Ahora hablo. Miro a los ojos. Ahora renací. ¿Qué ocultas?
– Nada- respondió el alma con una sonrisa. Es sólo una respuesta -dijo más tarde.
Ahora la imagen calló y observó. Todo pasó como en un sueño. Y al amanecer afirmó: » Amo. Camino. Estoy viva. Siento. Te veo. Estoy aquí. Escucho tu silencio. Te amo y te agradezco. ¿Para qué callarlo? ¿Para qué ocultarlo? No quiero otra base de miedos. Nada puede conmigo. Llegué hasta aquí. El polvo que cubría mis ojos y mi corazón desapareció con tu ayuda. ¿Crees que ahora viendo tanta belleza y viviendo este amor voy a volver a temer? ¿Crees que voy a crear con una verdad mentiras? ¿Qué ser podrá evitar lo inevitable? ¿Ves debilidad en mí? Alma bella, yo canto, bailo, río, vuelo y salto sin miedo. Ya no soy más una imagen ciega, ni sorda ni muda, tampoco inmóvil como un retrato. Alma bella. Amor eterno, ¿sabes? Ahora, siento.
Banessa Bethencourt Mesa