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“La otra” como objeto de invisibilización institucional

Un hombre jamás tendría la idea de escribir un libro sobre la situación singular de los hombres en la humanidad. Ser un hombre es lo normal, un hombre tiene el total derecho a ser hombre; es la mujer la que vive la culpa por existir… El hombre es el Sujeto, el ser Absoluto; la mujer es La Otra”.

Simone de Beauvoir, “El Segundo Sexo”.

 

A lo largo de la historia, se ha montado una ideología basada en la superioridad biológica del hombre sobre la mujer, construyendo una súper-estructura que ha sido el reflejo de todo un aparato ideológico que, lejos de desaparecer, como buen virus, ha mutado, manifestándose en la cultura y en la política, en la publicidad, e incluso en nuestro día a día, cuando paseamos tranquilamente por la calle o cuando decidimos salir una noche de fiesta para disfrutar.

El pasado sábado, decidí salir de fiesta a las Américas, como despedida de curso, con todos mis amigos (todos varones excepto yo). Todo iba genial hasta el momento en el que, tenía ganas de orinar y decidí separarme del grupo hacia unos arbustos aislados. En pleno acto, y aún con las bragas bajadas, un desconocido aparece, justo ante mis ojos, violando mi intimidad. Yo, enfadada, le decía que se largase, que me dejara en paz, que estaba orinando. El sujeto en cuestión (al cual se le acercaría un segundo sujeto, amigo del primero) era extranjero, pero el hecho de invadir la intimidad de una mujer, que se muestra enfadada y gritando, debería formar parte del lenguaje universal. Esta “persona” (si puede recibir ese nombre), sólo se decidió a cumplir mi voluntad cuando uno de mis amigos se percató de la situación y enfadado, preguntó: “¿Qué haces?”, a lo que el individuo preguntó en inglés “¿Es tu amiga?”; Mi amigo respondió que sí, lo que le sirvió al acosador de turno (así como a su amigo) para darse media vuelta y marcharse. Se marchó porque una simple respuesta de mi amigo varón vale más que mis gritos, puesto que lo que diga una mujer, escaso valor tiene.

Retomando a Simone de Beauvoir “Ser un hombre es lo normal, un hombre tiene el total derecho a ser hombre; es la mujer la que vive la culpa por existir”. Nosotras vivimos en constante culpa simplemente por el hecho de ser mujeres, por no poder ausentarnos tranquilas sin que un mirón nos observe orinar, por no poder quedarnos solas una noche de fiesta, por miedo a que algún borracho baboso nos aborde, o por no poder pasear tranquilas sin que el típico “machirulo” de turno produzca onomatopeyas que tan sólo nos hace sentir vergüenza ajena. Nosotras vivimos en culpa porque, da igual lo que sintamos o pensemos. Al fin y al cabo, no somos sujetos. A las mujeres se nos ha designado como objetos de intercambio, relegadas a ser la diversión de los tantos borrachos en cualquier noche de fiesta.

Lo peor es que este hecho no es individual y aislado, no ocurre sólo en una sólo región o entre gentes de una determinada cultura, edad, clase social o nivel de estudios. El machismo es un virus que está totalmente extendido, legitimado y protegido incluso por las leyes y por el derecho. Lo peor de todo esto es que, pese a una igualdad reconocida, las mujeres “no somos sujetos de derecho”, tal y como teóricamente se nos reconoce, al menos en el Estado español.

Después de la agresión machista hacia mi persona, me dispuse a denunciar lo acontecido al cuerpo de Policía Nacional. La respuesta que me dio el policía de guardia fue el de “no te tocó una teta o no te insultó, por lo cual no hay agresión”, respuesta que supuso el preludio a un argumento basado en responsabilizarme a mí de lo ocurrido: “desgraciadamente estamos en una sociedad machista, y las cosas están cambiando, pero poco a poco”; “deberías tener más seguridad en ti misma, como tomar clases de defensa personal”; “la zona de Las Verónicas es muy conflictiva y siempre pasan cosas, deberías ir a otros lugares como a Cabo Blanco, en los Cristianos”; “es normal que los chicos te digan cosas, eres una chica guapa”.

El policía no hizo más que reproducir la idea general de que las mujeres somos las culpables, en un Estado cuyas leyes históricamente han sido creadas por varones. Si me ocurrió lo que me ocurrió es porque “soy guapa”, porque “no salí al lugar adecuado” o porque “no sabía defenderme”. La culpa siempre es de la mujer que fue provocando, y no del acosador que “el pobre tan sólo se guiaba por su instinto”. En ese momento me reafirmé en la creencia de que el Estado y la policía, lejos de defender a sus gentes, tan sólo sirven como instrumento de legitimación de una serie de leyes y creencias que fueron inventadas por el hombre blanco, de clase alta y heterosexual, marginándonos a quienes no cumplimos esos requisitos.

Por si nos habíamos olvidado, aún prima la creencia de que la mujer fue quien salió de la costilla de Adán, quien fue creada como objeto de diversión en un afán por matar el aburrimiento del pobre solitario muchacho. Desde ese entonces, los cuentos, la literatura e incluso los autores más ilustrados se dedicaron a marginarnos, a relegarnos a un segundo puesto, siempre en subordinación al hombre, haciéndonos a las mujeres sensibles, frágiles, obedientes, pasivas, pasionales y objeto de deseo carnal, hechas para complacer. Como diría Voltaire “El uno debe ser activo y fuerte, y el otro pasivo y débil […] Establecido este principio, de él sigue que la mujer está hecha para agradar al hombre”.

Y si un día nos olvidamos, no tardarán en recordárnoslo gracias a la publicidad sexista, a los chistes machistas y al acoso callejero, en una sociedad que no es más que el resultado de la opresión derivada de las múltiples relaciones de poder existentes y que está respaldada y legitimada por la costumbre, por el Estado y por la Ley. El cambio social avanza muy lentamente, y los grandes (aunque insuficientes) avances en materia de género se deben gracias a las antecesoras feministas que pugnaron por cambiar las leyes existentes.

La policía y el Estado han demostrado ser ineficaces, al ser incapaces de defender y de otorgar una serie de garantías a la otra mitad de la especie humana. Por tanto, la solución ante estos casos “tan normalizados” y tan legitimados de acoso machista callejero es la toma de consciencia por parte de las mujeres sobre estas situaciones de abuso hacia nosotras, por el simple hecho de ser mujeres. La “democracia” de la que tanto presume el Estado Español ha resultado ser inútil, las cifras de mujeres asesinadas este año van in crescendo, y el tipo de acoso como al que me vi sometida el pasado sábado está normalizado y arraigado dentro de nuestra sociedad.

Este artículo es un llamamiento para todas las mujeres: Mujeres, debemos de tomar consciencia, de no callarnos nunca y denunciar cada conducta machista que nos afecte, y si el Estado no nos hace caso, debemos de luchar aún con más fuerza, ayudadas por colectivos sociales feministas o por espacios sociales como C.S.O Taucho, espacios que comparten nuestra lucha y que nos apoyarán y defenderán (cosa que la policía no hace). Debemos de enseñarle a la sociedad que no salimos de la costilla de Adán y que no somos la simple compañera de Emilio, tal y como nos hizo creer Voltaire. Debemos de enseñar que somos ciudadanas con pleno derecho para decidir ser independientes e ir por ahí solas cuando nos apetezca, sin que ello afecte a nuestra salud física o emocional. Debemos de enseñar que tenemos los mismos derechos y deberes que nuestros compañeros varones y que, ante todo, merecemos el mismo respeto y dignidad por el simple hecho de ser “sujetos” y no “objetos”, como durante todos estos años nos han hecho creer. Debemos de enseñar, por tanto, que estamos a años luz de ser “el segundo sexo”, y que, mucho menos somos “la otra”. Debemos de romper el engaño al que durante gran parte de la historia nos hemos visto sometidas, engaño que nos ha hecho creer que nuestro valor está supeditado y delimitado bajo los cánones impuesto por un hombre que, temeroso de una mujer con poder e inteligente, se ha armado de todo un aparato ideológico para oprimirnos y evitar que saquemos nuestra verdadera fuerza.

 

 

Vanesa Medina Lorenzo

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