Literatura

Grachico’s Souvenir

Había acuerdo entre los dos grupos de Juego del Palo canario, como siempre. La exhibición se le solicitó a los del Puerto de la Cruz, Hirwan; pero, como acostumbraban, tiraron de la gente del palo de Las Mercedes, los Moros de Las Mercedes. Así que ese año se juntarían en Garachico formando, de nuevo, un poderoso equipo.

Las fiestas lustrales de Garachico se celebran todos los años acabados en cinco o cero. Como acto más destacado se conmemora la erupción volcánica de 1706, que cubrió la Villa y Puerto, con una exhibición pirotécnica impresionante delante de la procesión parada del Cristo de la Misericordia. Pero son muchos los actos festivos en el municipio norteño. En 1995, el Juego del Palo estaría en la víspera del día grande de las fiestas, a principios de agosto, junto con otras modalidades tradicionales como el Salto del Pastor.

Para ello, en la plaza adoquinada del puerto había montado un andamiaje. En esa época se intentaba recuperar, poco a poco, el Salto del Pastor; entonces apenas se veía en el Archipiélago, pues caía en pérdida junto con la propia ganadería. Por eso, solían montarse andamios fuera de lugar, que rompían el ambiente tradicional y festivo, en los centros neurálgicos de las fiestas tradicionales para llevar a cabo exhibiciones que podrían terminar iniciando a alguno en afirmar: “sí, yo lo he visto; es cuando saltan con lanzas grandes desde andamios”. Por eso, muchos saltadores de entonces éramos enemigos de llevar ese espectáculo donde no se diera la orografía propicia, para demostrar cómo se movían los pastores canarios por el terreno: pero otros no. Ese año, en Garachico se montó un andamio de varios pisos que destacaba entre el gentío de la plaza del puerto, allí donde se llevaría a cabo también la exhibición de Juego del Palo.

Le tocó primero a los del palo. Empezaron los de Hirwan, destacando ese año un jovencito menudo muy rápido y preciso: Dimas. Era un pibito de la Montañeta, del Realejo Alto. Así que no vivía en el Puerto de la Cruz, como la mayoría de la gente de Hirwan, sino en el municipio lindante. Pero él asumió como propio el grupo que lo enseñó a jugar y ellos sentían orgullo de contar en sus filas con un jugador tan afinado y joven. Además, como casi todos los jugadores que estaban presentes ese día, era un buen saltador.

La exhibición de palo la cerró la gente de Las Mercedes. Los Moros, como siempre, lo dieron todo mostrando lo mejorcito del palo de Tenerife. Entre ellos, varios jóvenes de la envergadura y edad de Dimas; chicos y chicas que no desmejoraban por razón de edad, tamaño o género.

Los del palo consiguieron concentrar mucha gente en el lugar, llamados por los aplausos de los más tempraneros. Al acabar, se reunieron en el adoptado como terrero de juego y saludaron alzando el palo hacia el público. Era su manera de brindar una exhibición. Partían de la premisa de que los jugadores eran los afortunados que disfrutaban de la práctica, pero el auténtico propietario de ese arte es el Pueblo Canario; con él tenían una deuda los jugadores.

A continuación, le tocaba el turno al Salto del Pastor. Ya sabían que ese día, la exhibición, estaba a cargo un tal David, de La Matanza. Este era un hombretón de casi dos metros, con más peso del propio de su altura; famoso por la construcción de lanzas, aunque para algunos no tenían la diferencia de grosor apropiada entre el regatón y la punta, dificultando la frenada. Desde entonces trabajaba muy bien la madera, consiguiendo unos acabados demasiado perfectos, impropios de ese material o del concepto que teníamos los nativos para el uso de la madera de los instrumentos de comunes.

Cuando se subió al doble andamio le alcanzaron un micrófono y habló y habló sobre el salto. Los del palo se habían dispersado y colocado en buenas posiciones para la observación. David contó cómo se utilizaba la herramienta y qué eran los pastores los dueños de la técnica; qué la culpa era de nuestra abrupta orografía; y también de qué en aquellos días se intentaba recuperar por parte de algunos jóvenes que, dicho sea de paso, no ponían tanto empeño en recuperar el pastoreo.

Empezó a saltar. Antes de cada acción, definía con sus propias palabras los detalles que la diferenciaban de la siguiente o la anterior. Intercalaba la descripción del implemento que, como constructor especializado, conocía bien. Y por fin, llegó a la narración de ciertos desafíos que se daban entre pastores: se suponía que tiraban una moneda y pretendían acertarle con la punta del metálico regatón. Así que probó una vez con una moneda de cinco pesetas: y erró. Probó otra vez y otra vez erró. El murmullo del público se convertía en burla y el exhibicionista, picado, no tuvo mejor ocurrencia que justificar lo suyo con lo difícil que era, sin reprimirse para retar a que alguien del público lo intentara. Muy extrañas maneras, hay que admitirlo.

Fue entonces cuando un pibito menudo y despelujado levantó la mano y dijo que quería probar. David, en principio, intentó pararlo alegando que aquello no era un juego y se podía lesionar. Pero algunos conocidos del chiquillo le increparon y aseguraron que el pibe sabía saltar. Así que el niño subió ágilmente el andamio, le alcanzaron la lanza, se paró un instante buscando el duro con la vista y por fin saltó. ¡Clin! Sonó la moneda en el silencio y una ovación bañó el ambiente. El pequeño, orgulloso, había cogido el duro y lo levantaba para hacerlo más visible. El de La Matanza lo achacó a la suerte y, sin darle tiempo a nada, el pequeño volvió a subir al andamio, esta vez el mismo cargaba la lanza. Se volvió a parar arriba y, mientras el murmullo del público se acercaba al silencio, Dimas el chico volvió a saltar al vacío con aquella lanza “de turistas” y… ¡Clinc! Repitió la azaña. Tuvimos que frenarlo, para que no dejara en ridículo al supuesto saltador por tercera vez.

Mientras comíamos en el desaparecido Restaurante Isla Baja, juntos los de Hirwan y los de Las Mercedes, no paraba de darle vueltas a lo ocurrido. Dimas el chico le ofreció el duro a su maestro Isidro Cedrés. Este se lo dio a su hijo Benza, que por aquel entonces tenía apenas diez años, y aún hoy lo conserva como recuerdo. Aquello se grabó en mi memoria de tal manera que, más de veinte años después, no lo olvido. No sé si David lo recordará…

Soy de la idea de que Isidro debería cogerle el duro a Benza y grabarle un “recuerdo de Garachico” o también vale un “Grachico’s Souvenir”; cuenta con la gran ventaja de que no se encontrará un “Made in China” ni en el recodo más oculto.

 

 

Pedro M. González Cánovas

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