Opinión

Basura mental, basura real o la destrucción del sueño que nos soñó

El grado de civilización de un pueblo podría medirse en función del respeto y de la voluntad de preservación que demuestre por su medio natural, del que se sirve para obtener recursos y asegurar su subsistencia.

En Canarias nos encanta presumir de lo hermosa, natural y acogedora que es esta tierra. De poder bañarnos en la mar en pleno invierno y de tener la dicha de contemplar paisajes únicos por su encanto y belleza exclusivas. De lo que no parece que la mayoría nos demos cuenta es de que estamos presenciando a cámara lenta y de manera directa la peor de las catástrofes medioambientales que, con toda seguridad, comportará consigo de manera irreversible la pérdida de gran parte de nuestro único e incomparable patrimonio natural.

La decisión reciente del nuevo presidente del Gobierno autonómico, Fernando Clavijo «El Genuflexo», de levantar la moratoria sobre el suelo abrirá las puertas a una nueva oleada de construcciones, que probablemente acaben por destruir, bajo el pretexto de nuevas camas hoteleras que incentiven la demanda turística, los últimos parajes de los que alardeamos los canarios con todo tipo de fotos y comentarios en nuestros perfiles de las redes sociales al uso. Hundimientos de petroleros a escasos kilómetros de las costas, prospecciones impuestas contra la voluntad social mayoritaria, incendios provocados y atizados por oscuros intereses, instalación de regasificadoras en un escenario idílico para las Renovables, extracción intensiva de áridos, empleo masivo de pesticidas, introducción de especies invasoras, esquilma de flora y fauna en tierra y mar, construcción de hoteles en reservas naturales, puertos y muelles innecesarios, circuitos de fórmula uno en tierras potencialmente cultivables, campos de golf en áreas con carencia de recursos hídricos, etc… todo ello es parte de la realidad que acompaña al corrupto negocio especulativo que escándalo tras escándalo en Canarias, continúa engordando los bolsillos de la élite político-empresarial que gobierna con carta libre desde hace mucho, demasiado tiempo ya. Las sucesivas políticas económicas que han determinado el destino del archipiélago y sus habitantes durante los últimos 50 años, han desembocado en una terciarización absoluta de la economía sobre la que se sustenta el mal llamado “desarrollo” productivo. Así los sectores primario (agricultura, ganadería, pesca, silvicultura, etc.) y secundario (refinería, imprenta, tabacalera, etc.) han terminado por casi desaparecer, si bien el segundo nunca alcanzó un papel del todo relevante como motor económico lo que hace más catastrófica aún la destrucción del sector primario. Este peso decisivo del sector terciario del que depende la generación de riqueza en este desavenido país insular, esconde también las claves para entender el cómo se reparte dicha riqueza y el para qué se destinan los esfuerzos productivos en general, pero sobre todo nos da la llave para entender las causas de lo que a continuación explicaremos.

Pese a esta introducción que a grandes trazos esboza el panorama al que nos enfrentamos, la catástrofe de la que quiero hablarles, la que nos ocupa en este artículo no es otra que la terrible maldición que pesa sobre nuestros barrancos, valles, playas, charcos, malpaíses, bosques, montañas y demás territorios que a diario recorren miles de turistas fascinados. Rusos, italianos, españoles, alemanes (estos últimos quizás si bien los menos perniciosos en materia de destrucción medioambiental, no así en lo que a colonización se refiere) visitan durante unos días e incluso eligen residir durante largos periodos en unas islas que ya no soportan tanta presión urbanística ni demográfica. Esto último es de sentido común, pero es el modelo actual que se impone en esta tierra invadida, saqueada, colonizada y aculturizada desde hace siglos, y parece ser que de momento no nos queda otro para elegir, dadas las intenciones de quienes tienen el sartén por el mango y los meritorios esfuerzos institucionales por avocarnos a un callejón sin salida. Una desgraciada maldición que duele en el alma cuando realmente conoces, respetas y valoras la increíble riqueza natural que aún nos queda (tristemente en las escuelas canarias no se enseña prácticamente nada sobre el medio natural, flora y fauna del Archipiélago, no lo olvidemos, tercera región en el mundo en biodiversidad). Una realidad que te parte el corazón cuando contemplas colillas, bolsas de plástico, latas vacías, botellas de cristal y todo tipo de desperdicios, con los que diariamente se retribuye a todos esos rincones que han llenado nuestros sentidos de armonía y nos han hecho soñar despiertos.

Pero no me gustaría que esto que digo lleve al error de pensar que los canarios somos víctimas de un mal que viene de afuera y que tristemente –nótese la ironía- no es sino la cara negativa que comporta ser uno de los principales destinos turísticos mundiales. Destino que, pese a las colas de coches hasta en la carretera más perdida del pueblo más perdido, las filas de gentes en paseos y avenidas de los centros urbanos, los caminantes rurales que colman senderos, los bañistas que destilan crema solar, sigue siendo la región con mayor índice de paro de toda la Unión Europea. En absoluto. Lo que está sucediendo es culpa nuestra y de nadie más.

Pescadores, agricultores, cazadores, excursionistas, corredores de montaña – por poner sólo otro ejemplo tan de moda en estos días- y domingueros locales son muchas veces los verdaderos artífices del desastre. Todos ellos tan de aquí, tan aparentemente orgullosos de ser canarios, que si alguien en su osadía opta por llamarles la atención al respecto recibirá, seguramente, una airada contestación, cuando no una negación rotunda de sus actos acompañada del enfado pertinente. Pero así es. No valoramos nada. No respetamos. No preservamos, y lo peor: no lo vemos o no queremos verlo. La basura lo inunda todo. Lo poco que nos queda, repito. Basura que parece lanzada a propósito en los rincones más inaccesibles para dibujar un paisaje de ignorancia humana, desidia y desamor desvergonzado, todo lo contrario a lo que se esperaría de un amante de lo suyo, de un defensor de su hogar y del futuro hogar de los que vendrán. Cómo vamos a esperar que los visitantes respeten nuestra casa si les hablamos desde el ejemplo de lo poco que nos importa a nosotros verlo limpio, saludable y libre de daño.

Sé que no soy el único que sufre cada vez que decide escaparse a disfrutar de un rincón de nuestra naturaleza. Un dolor que quema por dentro y que nos lleva a adoptar el rol de basureros ocasionales, llenando bolsas de desperdicios que otros -en su agresión silenciosa- decidieron dejar tras de sí. No hay lugar del que no podamos regresar sin esa sensación de estar viviendo la pérdida definitiva de cuánto amamos. Pensar que igual que hacen nuestros mayores con nosotros, habremos de decirles a nuestros hijos: “Mira esa montaña de basura, antes era un hermoso barranco con especies endémicas ya extinguidas…y eran tan hermosas” o eso de “Cuando yo era niño solía bañarme en esas mismas aguas, que eran de un verde turquesa y azul atlántico tan bello”….mientras señalamos en dirección a un maloliente y ponzoñoso cementerio de neumáticos. Parece que a nadie le importe, que a nadie le duela. Aunque sabemos que no es así y que el dolor compartido por la gente de conciencia quizás algún día, quizás demasiado tarde, nos haga reaccionar, y en ese momento no nos quedará otra que levantar nuevos edificios que sirvan como museos donde mostrar las fotografías, fósiles, reproducciones a tamaño real y recreaciones audiovisuales de lo que fuera en su día, uno de los lugares más hermosos del planeta. Y que no nos merecimos por no haberlo sabido defender de nosotros mismos y de la nociva ignorancia que nos impusieron como rasgo folclórico hace ya mucho tiempo. Ignorancia que a muchos les permite vivir sin cargo de conciencia, mientras presumen de lo hermosa que es su tierra, suben la foto a la red, le dan al botón enviar, terminan su lata de refresco y apagan el cigarrillo con el pié.

 

 

 

 

 

Carlos A. Guilarte

 

 

 

 

 

2 comentarios en «Basura mental, basura real o la destrucción del sueño que nos soñó»

  • Nunca comentó estas noticias pero no puedo evitar decirle que ojalá los canarios valoraran, respetaran y cuidaran tanto su tierra como muchos que venimos de fuera.Aquí hay muchisimos extranjeros viviendo q aman esta tierra y la planta para que vuelva aser hermosa y fértil como antaño.
    Cuando llegue aquí hace años,me sorprendió muchísimo ver jóvenes comerse algo y tirar el papel al suelo (y qlos de alrededor no se sorprendan!increíble)….

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    • Precisamente esa es la intención del artículo. Una reflexión sobre la falta de educación ambiental de los canarios. Gracias por tu comentario. Un saludo. Y gracias por hacer de esta tu tierra amada.

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