Literatura

Libertad

En vastos palacios de terrones de azúcar

o en la salvedad terrible que pende de tus labios suspensos,

en la terquedad oportuna que degusta saliva,

o en los viejos rincones de orín anciano,

donde van las parejas a calmar sus temblores.

 

En un resto de espuma tal vez,

o en los pedazos de ser que pendieron tras un homicidio,

en la brevedad testaruda que reclama silencio,

o en los contornos febriles de azotea suicida,

donde van a parar los cuerpos precipitados y rotos.

 

En un roto de paraíso donde no nos dejan ser,

o en la crucial salvedad de unos labios desnudos al aire,

en la honestidad visible que pide voz en las asambleas,

o en los espacios fugaces donde se sabe del amor,

donde va tu voz con mis manos a prender de revolución las iglesias.

 

En espacios de regaliz e infancia,

o en la cruceta criminal de marioneta de unos peleles de azul,

en la imparcialidad terrible y querida de tus gritos de arrebato,

o en los paseos sutiles de tus dedos por mi espalda,

donde va mi ritmo y tus ojos a esparcir como en garabatos la trama.

 

Donde hallo lo escondido del pasado remoto,

y repasa aristas de un bucle interminable de cabello-miel,

en designios turbadores del flujo jadeo condenatorio que me consume,

o en el redondel sublime de tu ombligo de esparto,

reparan risotadas sin tiempo los derroteros del espacio.

 

Mueca queda e irreversible en los últimos fonemas de un te quiero,

ero, ero responde el eco,

tras un suspiro que vuela,

alas quemadas de colibríes doblan nuestra mirada,

en esquina cóncava.

 

Trasluz diestro acaricia pupilas vencidas al aire,

el lagrimal traspasa la ternura,

gota salada se desliza por pieles de aceituna,

trágica visión de puñales de madera,

atravesando corazones de pimienta roja.

 

Pasos de hormiga por un cuerpo tendido,

escaparate suburbial de los sentidos,

anagrama registrado del final de los días,

cataclismo de furia condensando en un grito espontáneo,

últimos hervideros comunes hablando hondo.

 

Libertad que en boca de todos estas y que pocos te besan…

 

 

 

 

 

Adolfo Ibáñez-Batista

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