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Sin hogar desde la cuna del turismo canario

«Marcos» nos cuenta sus vivencias como persona sin hogar en las calles y playas de la ciudad turística de Puerto de la Cruz

¡Nos utilizan! para atacar a los inmigrantes como si la imposibilidad de acceder a los recursos o alojamientos fueran culpa de ellos. Pero, Jesús, esto lo llevamos arrastrando inclusive en tiempos de bonanza y cuando no llegaban pateras a nuestras costas”

Marcos es un joven que ha residido durante toda su vida en el norte de la isla de Tenerife y que ha vivido en situación de sin hogar en múltiples ocasiones, la primera con quince años, y actualmente se ha salvado de esta situación al ser recogido por un amigo, mientras espera poder acceder algún recurso alojativo de Cáritas y me ha concedido el honor de poder dar a conocer parte de su historia a todos/as ustedes.

Nuestro compañero acude a nuestra cita, con paso ligero y una sonrisa dibujada en sus labios se sienta en la silla, nos saludamos y comenzamos nuestra charla. Me pide que guarde su identidad dado que la mayoría de sus conocidos y familia desconoce las situaciones que ha vivido y que actualmente vive.

Marcos tiene una voz grave, pese a su juventud. Se nota en su tono que ha vivido múltiples infortunios a lo largo de su vida, pero su mirada muestra un deseo infinito de salir adelante y de cumplir su sueño.

Jesús, yo vengo de una familia desestructurada. Mi padre desde que se enteró de que mi madre estaba embarazada se desentendió de nosotros y la dejó en la estacada. Mi madre me cuidó durante varios años, pero según pasaba el tiempo, me daba más de lado y decidió hacer su vida sin tenerme en cuenta. Con el paso de los años la situación se volvía más insostenible. Un día de verano, cuando yo tenía quince años, tuvimos una bronca muy fuerte y mi madre me echó de nuestra casa.

Me fui de casa con unas pocas pertenencias y me dirigí a playa Jardín en el Puerto. No era capaz de asimilar la situación, me encontraba perdido no sabía a quién acudir, qué hacer o dónde dormir.

Me senté en un banco al lado de un señor mayor que se encontraba bebiendo un cartón de vino. Comenzamos a hablar y me dijo que él también vivía en la calle. Me ofreció lo que tenía en ese momento y pasé la primera noche a su lado.

Esta persona se convirtió en mi ángel guardián. Me agarré de él como si fuera un clavo ardiendo. Me enseñó sus mañas para sobrevivir en la calle y me presentó a varias personas que vivían de manera conjunta en las cercanías de la playa. Formábamos algo parecido a una familia. Entre todos nos ayudábamos y en muchas ocasiones comía algo gracias a ellos.

A las dos semanas mi madre se puso en contacto conmigo y me volvió a permitir vivir con ella. Sabes lo más curioso es que yo vivía con mis padrinos y no con ella. Pero no les dije nada dado que llevaba todo el curso estudiando para poder pasar el verano con mi madre. Sabía que si ellos se enteraban no volvería a ver a mi madre jamás y pese a todo yo quería seguir estando con ella.

Pasaron dos años y ya vivía con ella. La situación era cada vez más tensa y a los diecisiete años me volvió a echar de casa. Volví a la playa, pero ya no estaba nadie de los que yo conocía, ni tan siquiera el señor mayor. Pero en esta ocasión yo sabía a lo que me enfrentaba, me hice una rutina y acudí a los servicios sociales, los cuales intermediaron entre mi madre y yo. Después de un mes me permitió volver.

Nunca te acostumbras a vivir en la calle. Descansas sin descansar, duermes sin dormir siempre estás en situación de alerta no sabes lo que te puede pasar o quien está cerca. Eso te mata mentalmente, te destroza por dentro. Los sentimientos que más te asaltan son la soledad, el no poder contar con un amigo o con un familiar y lo peor que llevaba yo era el sentimiento de impotencia, el saber que a lo mejor no podría salir de la calle.

Hace años había aún menos recursos para nosotros. Podíamos contar sólo en algunas ocasiones con los servicios sociales del Ayuntamiento y con Cruz Roja, que nos dejaba acceder a los servicios de Playa Jardín para asearnos. La comida era más complicada. En ocasiones no comía nada. Otras veces alguna persona me daba una pequeña compra. Y si el hambre me golpeaba muy fuerte acudía alguna cafetería y me ofrecía a recoger la terraza o lavar los platos a cambio de medio bocadillo o un café con leche.

Ahora Cáritas ofrece también su ayuda e inclusive tienen recursos alojativos. En el Puerto tienen María Blanca, pero cuenta con una lista de espera para acceder al mismo. Yo estoy actualmente en espera y tengo la suerte de que un amigo me está acogiendo mientras tanto. Pero todavía los recursos son insuficientes para los que estamos en la calle y deseamos salir de ella. Se debe tener en cuenta que a mayor tiempo en la calle hay más posibilidad de habituarnos hasta llegar al límite de no querer volver a vivir una vida normal.

A todo esto, le tenemos que sumar que somos agredidos. El señor mayor que me ayudó la primera vez que estuve en la calle, fue agredido por dos chicas que estaban de fiesta, esnifando coca cerca de donde él dormía, él le pidió que se fuera de esa zona y ellas le hicieron una brecha en la frente con sus tacones. Yo he tenido la suerte de no haber sido agredido, a diferencia de mis compañeros.

Cuando somos agredidos no avisamos a la policía. Pero sobre todo por temor a que nos obliguen a irnos de la zona. Puede parecer una estupidez. Pero cuando vives en la calle, una esquina o un banco se convierte en tu hogar y no quieres abandonarlo. Incluso a pesar de las lesiones, sólo acudimos al médico si las lesiones son muy graves.

Jesús, también me parece curioso una cosa, ¿sabes? de repente, existimos. Hemos dejado de ser mierda y muchos de los que antes nos llamaban asquerosos y demás lindezas, se han comenzado a preocupar. (Marcos, se ríe y me pregunta si adivino el motivo, pero antes de yo poder contestarle él continúa) ¡Nos utilizan! para atacar a los inmigrantes como si la imposibilidad de acceder a los recursos o alojamientos fueran culpa de ellos. Pero, Jesús, esto lo llevamos arrastrando inclusive en tiempos de bonanza y cuando no llegaban pateras a nuestras costas.

Nosotros existimos, tenemos derecho a una vivienda, a una alimentación no somos menos que nadie y deberían tenernos en cuenta, la mayoría de las ocasiones la sociedad nos niega y al negar nuestra existencia están agravando la situación.

No se me ocurre mejor forma de terminar este artículo. Solo puedo suscribir las palabras de Marcos y solicitar que se mejore los tiempos para acceder a los recursos disponibles, pues una sola persona que viva en la calle y que no quiera estar en ella si no salir de esa situación, es un flagrante fracaso de nuestra sociedad.

Jesús Cristóbal Socas Trujillo




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