ActualidadAutoresDerechos HumanosFilosofíaGuerraMemoria

Antonio Gramsci: contra la guerra

A 86 años de la muerte de Antonio Gramsci (27 de abril de 1937) compartimos este fragmento de un artículo publicado el 10 de octubre de 1917. Un fragmento de El canto de las sirenas, un alegato contra los profesionales de la guerra

“Porque a pesar de que sea necesario que la guerra estalle en un momento determinado, hay que impedir que ese momento llegue nunca”

Es cierto que las guerras no se empiezan por razones lógicamente adecuadas al hecho que está a punto de desencadenarse; y es cierto que estas razones, estos estímulos son tales y tantos que difícilmente se consigue enmarcarlos en un patrón acabado y definitivo. Esto es cierto porque muy pocos son aún los hombres que se preocupan realmente por lo que sucede a su alrededor, que se preocupan de no permitir que se agrupen los nudos que después pedirán la intervención de la espada para cortarlos y provocarán de facto la guerra que es inherente a la sociedad actual. Porque son muy pocos los hombres que se esfuerzan por comprender todos los complicados recursos maléficos de la sociedad a la que pertenecen; son muy pocos los que se proponen transformarla concretamente, que se proponen —a la espera de poder remplazarla— recluirla en la red de un control intensivo para impedir que la maldición que encierra latente se vuelva demasiado activamente cruel.

Porque hay quien trabaja siempre, continuamente para empezar las guerras. Porque hay quien constantemente lanza chispas sobre el combustible, y obra entre los hombres, y suscita dudas, y siembra el pánico. Porque hay profesionales de la guerra, porque hay quienes ganan con la guerra, aunque el colectivo, los colectivos nacionales no reciban más que lucha y ruina.

(…)

Hay que tratar de evitar las guerras ante todo, frustrando todos los trucos, frustrando las maquinaciones de los sembradores de pánico, de los asalariados de la industria bélica, de los asalariados de las industrias que exigen la protección aduanera de la guerra económica. Porque a pesar de que sea necesario que la guerra estalle en un momento determinado, hay que impedir que ese momento llegue nunca.

Hay demasiadas sirenas que cantan las falaces canciones de la perdición. Debemos educar al proletariado, pero también hay que amordazar a las sirenas. Muy pocos son los Ulises que toman precauciones, que tras hacerse atar al mástil de la nave, que tras hacer que su tripulación se tape con cera los oídos, pasan a través del canto sin hundirse en el abismo. Pero también las sirenas son pocas: que los hombres de buena voluntad se aseguren de amordazarlas.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *