LiteraturaRelato

Cuento de otoño

DE FINADOS

I

No querías morirte y yo no quería que te murieras; negacionista de tu partida inminente y consciente de que cada conversación era la última; “no sabes cómo te lo agradezco” hablaba de su humildad o “¿Cómo te pago mi niña?” de su reconocimiento y agradecimiento a los pequeños gestos de amor a los que sincera y con la boca grande y la mente rápida porque no había otra respuesta, le espetaba un “con estar viva” que la hacía sonreír y enorgullecerse de ser indispensable; “de los míos ya no queda ninguno” hablaba de su soledad generacional, de ser casi centenaria y de darse cuenta de que sus iguales hacía mucho que habían partido; “estoy sola” hablaba de su soledad, de su necesidad de compañía, de su rechazo a esta sociedad nueva y estúpida ensimismada en estar en otra cosa;  “anoche casi tiro la toalla pero tengo un corazón fuerte como una roca” hablaba de sus ganas de seguir viviendo, de su fuerza, hacía 98 años que al nacer no lloró, y cómo, al médico darla por muerta, movió a su padre a reanimarla y resucitarla y a quererla siempre con él ; “¿no saben que estoy malita?”  hablaba de su conciencia clara de estar en el tránsito…o en la sola despedida y de su querencia de vernos, de despedirse; “claro, pero no hace falta que vengan todos juntos, unos hoy y otros mañana” hablaba de su manejo del tiempo, de su carácter fuerte y de su fe en sí misma; “diles que me den algo que me abra el pecho” hablaba de su capacidad de entendimiento, de su percepción exacta del mal que la aquejaba y de su remedio; dejando una impotencia y frustración inmensa en los aprendices de alquimistas; “sí mejor cuando salga voy porque está más cerca de …” hablaba de su esperanza no perdida, de su lucha sin tregua; “qué día es hoy” hablaba de su sabiduría de tener el  control del tempo para no perder su cabeza; “vete mi niña” hablaba de su puntualidad, de su responsabilidad, de su aceptación de la realidad, de su pragmatismo; “¡qué bueno!” hablaba de su inocencia, de su alegría de vivir, de su ingenuidad casi infantil; “no me di cuenta” hablaba de su control total, de su conciencia y consciencia constante, continua y clara; “los quiero a todos pero ya me voy” habló de su generosidad, de su bondad, de su aceptación y de su costosa resignación ante la silenciosa y traicionera Parca.  

II

Me invadió una voz grave de ultratumba que gritaba mi nombre, una voz que me habló de amor en esa hora del duermevela en la que no sabes bien a qué mundo perteneces, en la que  eres consciente de que habitas los dos;  intentaba reconocer aquella voz desgarradora que me había despertado y que me impedía respirar, cuando sonó el teléfono antiguo, el que al oírlo repicar debes levantarte y caminar hasta él para descolgarlo; el que te ilusiona o te preocupa según te vaya la vida; y al que, desinformada, vas limpia de prejuicios a su encuentro; esta  llamada intempestiva me habló de ausencias, hubiese preferido un silencio al que poder dibujarle mil ilusiones cuando las palabras sobran, pero estas hicieron falta para  romper la madrugada,  y un poquito mi corazón; rotundas me acercaron un poco más  al final del camino y las guardé para reconocerlas, para interpretarlas mil veces y entenderlas.

III

Era joven, guapísima y sin miedo a morir; la conversación telefónica eterna y sencilla mantenida, desgranaba cómo enfrentarnos a la despedida, resaltaba cómo lo habían hecho otros, escudriñaba el cómo poder hacerlo con calma y con paz porque había otra vida mejor o porque la energía solo se transforma; consolándonos y conformándonos con agarrarnos al momento, hablando por teléfono de cosas banales como la muerte.

IV

Después de tres meses de llorarlo y de despertarse sobresaltada en la cama, fue capaz de unir todos los cabos; y entonces, sin prisa, aguardó el momento preciso para descorchar el cava que le regaló agradecido días antes de suicidarse, y brindando por él, lo dejó ir.

V

Estaba preparando su enésimo viaje cuando fatalista la voz del alquimista le aconsejó ingresar en un centro hospitalario; el calendario con la fecha de la cita mortal, quedó colgando durante años en aquella cocina recordándonos que se había ido un indispensable; no hay día que no se le recuerde y se le nombre y se le reconozca su grandeza y su sabiduría; que se compartan sus hazañas y revelen sus conocimientos y su ¨savoir faire¨ y su elegancia al cruzar las piernas y su maestría con el atlas de geografía.

VI

Lo cuidó con esmero, con paciencia, con desvelo, con religiosa puntualidad y con amor. Era un niño, y aceptó como un adulto el duelo, y lo que vino después, y asumió el rol de pater familias, y se despojó de sí mismo con resignación hercúlea; haciéndose el hombre, se convirtió en uno tan bueno como él.

VII

Estaba tan entregada a la fe que agradecía a la muerte su llegada y nos dejaba boquiabiertos ante tamaña aceptación “cuando mañana yo no esté” nos decía indicándonos los pasos a seguir porque ella que había organizado la vida y casi la muerte se sentía responsable de dejarnos las indicaciones y no se daba cuenta de que en realidad nos estaba enseñando a morir; aprendí  ya y para siempre cómo morir y no porque lo explicara sino porque lo hizo delante de todos con una tranquilidad y una sencillez y un control de sus tiempos que lo entendimos todo.

VIII

Alargaste tu marcha de forma despiadada y la angustia de una vida soledosa y triste y fuera de razón nos remordía y crecía como hierba mala; cuánto tiempo ganado para hacernos sentir perdidos; cuánto grito silencioso de soledad; cuánta vida compartida llena de historias familiares; cuánta muerte cuánta soledad ¡qué agónica despedida!

IX

Creía que me despedía de ti y fuiste tú la que tomaste la delantera, y te fuiste sin hacer ruido, prudente y silenciosa; me dijiste “pues claro niña” sin casi ya poder hablar, y pedí por tu descanso, aunque mi egoísmo te retuviera; nos fuimos juntas, de la vida tú; y yo, del no vivir…maestra.

X

Acaricié de mis finados sus manos transparentes, besé sus frentes, les susurré lentamente al oído mi amor con voz queda, y sin lágrimas, y con lágrimas los lloro; a veces, me rebelo y quiero resucitarlos, y sufro, y me duele el alma, y vuelvo sobre las conversaciones que sí se dieron, y lo entiendo todo; respiro y mi mente se aclara y la paz me inunda, y recuerdo entonces  la despedida en forma de regalo, y lo busco, y lo encuentro; y lo  descorcho para brindar por las vidas compartidas, por enseñarme a morir de manera serena, y a vivir de forma apasionada; enciendo sus velas, cuento sus historias y escucho las que me cuentan mientras  el rasgueo del timple y las voces de los ranchos de ánimas retumban cadenciosos y tristes; y en un homenaje alegre de la vida compartida,  asamos castañas, estrenamos el vino y brindamos por dejarlos ir, por el desapego, por la no muerte; porque todo lo que se va, se queda; por su eterna presencia en mí.

Rosa Elena Pérez Ledesma

 

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