Literatura

El espíritu del carnaval del futuro

Estábamos en vísperas electorales. Las elecciones serían a finales de mayo, mientras que esta vez los carnavales de Santa Cruz empezaban a principios de febrero. El consistorio de la capital los había titulado “El Carnaval del Futuro”.

Un grupo de militantes políticos, encabezados por la compañera Vero que tenía experiencia en teatro popular callejero, se decidió a llevar a cabo una acción reivindicativa.

Para situarnos, hablamos del año 2015, cuando Europa y América del Norte sufrían una fuerte crisis. Y Canarias, dependiente administrativamente de un país europeo, se llevaba la peor parte. En el Archipiélago una tercera parte de los trabajadores estaba sin empleo y más de la mitad de ellos no tenía entrada económica alguna. Los desahucios eran casi diarios y el número de suicidios se ocultaba con candado a la opinión pública.

Por eso, la intención de los activistas sería que se visibilizara la situación real del Pueblo, aún en periodo festivo, por lo que decidimos vestirnos de indigentes: disfrazarnos de indigentes. La originalidad era que la acción se llevaría a cabo el mismo día que se disparaba el inicio de los carnavales. Pero en vez de la tarde−noche en que la cabalgata anunciadora recorrería las calles de Santa Cruz, la actuación sería por la mañana y frente a las instituciones municipales de La Laguna, primero, y después de Santa Cruz, para acabar en la puerta del Cabildo Insular de Tenerife.

Nos reunimos ante el ayuntamiento de La Laguna entre las once y las doce de la mañana. En un rincón se daban los últimos retoques de maquillaje. Nos distribuimos por la escalinata de entrada: sentados, recostados y algunos de pie. Un nutrido grupo de hombres y mujeres: casi veinte. Todos vestidos con ropajes viejos, rotos o muy desgastados, hasta sucios, y portando carteles de cartón hechos a mano con leyendas como: “No tengo futuro”; “tengo tres hijos sin futuro”; “sin presente no hay futuro”; etc.

Las primeras reacciones no se hicieron esperar. De hecho se producían mientras aún terminaba de conformarse el grupo definitivo. Señores mayores señalaban desde la plaza o la acera de enfrente, hacían comentarios entre ellos. Unas ancianas se acercaron y nos aconsejaron que fuésemos a pedir ayudas a la Iglesia o a Cáritas. Unas chicas jóvenes se sumaron al público de forma amenazante. Decían que “estaba muy feo hacer esa burla” que “había gente que lo estaba pasando muy mal” y que “estábamos dando una imagen horrenda de La Laguna”.

Aún estaban allí cuando llegó la policía municipal. Primero un coche. Después dos y enseguida otro coche y dos motoristas. Les expresamos que era una broma relacionada con el carnaval, pero aun así nos tomaron los datos a varios, a casi todos, y nos ordenaron que nos fuésemos.

La premisa que nos habíamos marcado era bajar a Santa Cruz en el tranvía, en grupo, para reírnos un poco y dirigirnos al punto dos, que era el Ayuntamiento vecino, antes de visitar el Cabildo o la sede del Gobierno de Canarias. Así que en el tranvía nos vimos muchos, aunque el grupo había mermado. Vero y unos cuantos bajaban en una furgoneta, donde llevarían el carrito de supermercado lleno de cosas y el carro de bebé. Pero a la una y cuarto, cuando llegamos a la puerta del ayuntamiento santacrucero, ellos ya habían llegado.

Esta vez fue todo mucho más rápido. La policía municipal apareció acompañada de la unidad especial de policía que hay en ese municipio, la UNIPOL. Se dirigieron a nosotros de forma muy agresiva y sólo pidieron documentación a los que hablábamos con ellos, amenazándonos con multas por escándalo público. Ordenaron con muy malas formas disolvernos y así tuvimos que hacerlo. Lo hicieron sin el mínimo espíritu carnavalero, del que tanto se habla en la comisión de fiestas y también lo hace la presidencia del ayuntamiento de Santa Cruz; ni humor escondido; ni ánimo dialogante. Actuaron con mucha agresividad y total firmeza.

Hasta ahí llegamos ese día. No vimos posibilidad de ir más lejos sin crearnos un conflicto serio. Pero nos fuimos con la idea de haber dejado una huella, aunque fuera en poquita gente, y dando por terminados aquellos carnavales que el ayuntamiento de Santa Cruz, gobernado por Coalición Canaria, había titulado “El carnaval del futuro”. Yo, sinceramente, perdí el espíritu carnavalero mucho antes de esa crisis.

 

 

 

 

Pedro M. González Cánovas

 

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