Opinión

El gobierno incita al odio

«Ya no podemos darnos el lujo

de adorar al Dios del odio e inclinarnos

ante el altar de la represalia. Los

océanos de la historia se hacen

turbulentos por las siempre crecientes oleadas

de odio. La historia está repleta de los

restos de las naciones y de los individuos

que persiguen este camino de autodestrucción al odio.

El amor es la clave para la solución

de los problemas del mundo.» –

Martin Luther King, discurso de

aceptación del Premio Nobel de la Paz 1964

 

Una vez establecida la relación opresora,

está instaurada la violencia. De ahí que ésta, en la

historia, jamás haya sido iniciada por los

oprimidos. ¿Cómo podrían lar oprimidos iniciar la

violencia, si ellos son el resultado de una violencia?

¿Cómo podrían ser los promotores de algo que al

instaurarse objetivamente los constituye?

No existirían oprimidos

si no existiera una relación de violencia

que los conforme como violentados,

en una situación objetiva de opresión.

Son los que oprimen,

quienes instauran la violencia; aquellos

que explotan, los que no reconocen

en los otros y no los oprimidos, los

explotados, los que no son reconocidos

como otro por quienes los oprimen.

Pedagogía del Oprimido-Paulo Freire

 

Define el diccionario de la RAE el odio como la“antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”. Amplía, por ejemplo, la Wikipedia esta definición, y no sin discusión, refiriendo que el odio “es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo”. Parece que, bajo el ámbito del odio, sentimiento y deseo van unidos, que el odio parece no quedar completamente definido si se prescinde de alguna de las mitades de la definición.

Atendamos ahora a una relación causa-efecto bastante aceptada pero, a mi entender, también muy incompleta y aportemos unas definiciones rápidas:

1. Emoción → 2. Sentimiento → 3. Deseo

Las emociones son reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos del individuo cuando percibe un objeto, persona, lugar, suceso o recuerdo importante [1]. Sentimiento se refiere tanto a un estado de ánimo como también a una emoción conceptualizada que determina el estado de ánimo. Por tanto, “el estado del sujeto caracterizado por la impresión afectiva que le causa determinada persona, animal, cosa, recuerdo o situación en general” [2]. Los sentimientos son el resultado de las emociones, son más duraderos en el tiempo y pueden ser verbalizados (palabras).

Finalmente, el deseo, haría referencia a la resolución del sentimiento y se conforma como la antesala de la decisión y la acción. La idea es muy similar a aquella de marketing en la que el deseo es la forma en la que se expresa la manera de satisfacer una necesidad. Parecería más preciso escribir, entonces:

1. Emoción → 2. Sentimiento → 3. Deseo → 4. Acción

Este marco, excesivamente simple, admite demasiada manipulación. Tenemos, de hecho, múltiples noticias y casos en los miedos de masas que evidencian un doble criterio a la hora de tratar la libertad de expresión (y en general cualquier otra cuestión, pero es en esta donde una estructura esconderá con mayor dificultar su carácter coercitivo). Así, todos aquellos casos que sean de interés de las estructuras de poder tienden a recibir una lectura emocional, teñida de puntualidad, quizás de una efervescencia y de apasionamiento identitarios, sin intención y por tanto desconectado de la acción (por ejemplo, esos pillastres fascistas que esconden arsenales y atrezzo fascistas en sus casas o escriben en Twitter amenazas de fascistas,… y no pasa nada).

Cuando las referidas estructuras deciden amordazar y castigar para ejemplarizar, no tienen mucho más que centrarse en el otro extremo de la cadena, hasta el punto en que nos encontramos con que alguien puede encontrarse tratando de defender y demostrar que nunca ha tenido la intención de hacer algo que no ha hecho (por ejemplo, los titiriteros bolivarianos de Carmena o la tuitera que hacía chistes malos de un señor que murió tres décadas antes de que naciera).

¿Cómo pueden caber la “presunción de inocencia” y la “presunción de culpabilidad” en un mismo modelo?. Básicamente, porque lo hemos permitido y hemos olvidado que lo permitimos. Podemos y debemos profundizar un poco más en la relación anteriormente propuesta. ¿Desemboca necesariamente una emoción en una acción?. Es evidente que no; al lector le bastará con un mínimo de introspección y de memoria sobre su propia experiencia. No parece difícil aceptar que, para ello, basta con reconocer que debe haber algo entre los estados expresados.

1. Emoción → ¿A? → 2. Sentimiento → ¿B? → 3. Deseo → ¿C? → 4. Acción

En el ámbito del pensamiento neoliberal dominante, A, B y C tendrán una fuerte componente de gestión emocional, cuya responsabilidad descansará íntegramente, en los sujetos individuales ([3], [4]). Más concretamente, esta cadena falaz nos resultará insoportable si en A se ubica la Actitud, en B, la Moral y en C, lo Legal. Así, aquí y ahora, la Actitud viene definida por charlatanes y vendedores de humo, la Moral es la de una banda de corruptos beatones y la de sus votantes minerales y lo Legal no tiene nada que ver con lo Legítimo [5],…

Desolador panorama. Pero no nos rindamos y volvamos a la relación. ¿Qué posibilita la transición entre los estados 1, 2, 3y 4, realmente, cuando tal cosa sucede? Probablemente dependerá de aquello que tenga que priorizar en su vida. En definitiva, de sus necesidades. Cuantas más tenga, de forma más improbable devendrá una de sus emociones en un sentimiento sin potencial constructivo inmediato; difícilmente concederá espacio en su vida a la satisfacción de un deseo ajeno a lo inmediato.

Con ánimo de incordiar, haré uso de un modelo aceptado con carácter general: la pirámide de Maslow o jerarquía de las necesidades humanas [6]. Maslow formula en su teoría una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas, los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados. Sólo se atienden necesidades superiores cuando se han satisfecho las necesidades inferiores. De abajo arriba, las necesidades son:

  • las básicas/fisiológicas (respirar, comer, beber, dormir,…)
  • las de seguridad y protección física (recursos, salud, vivienda,…)
  • las sociales (afiliación; relación, aceptación social)
  • las de estima y reconocimiento (estima a uno mismo: confianza, competencia, maestría, logros, independencia y libertad; estima de los demás: necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación, estatus, dignidad, fama, gloria, e incluso dominio )
  • las de autorrealización (moralidad, creatividad, espontaneidad, falta de prejuicios, aceptación de hechos y resolución de problemas)

Desde este punto, y habiendo comenzado el texto con una definición de odio, cabe preguntarse: ¿quién puede permitirse odiar?, ¿cuántas necesidades, de hecho, deben quedar satisfechas antes de poder emplear energía y tiempo en odiar?. Revisando, de nuevo, la referida definición, son obvios los conflictos en los tres niveles superiores de la pirámide de Maslow: relación, estima de los demás, falta de prejuicios…

No llamemos odio a lo que no lo es. Se ama sin nada pero se odia con todo. Defiendo por tanto que realmente no odia quien quiere, sino quien puede, a pesar de todo y de muchos, especialmente de aquellos que conocen lo que es el odio porque odian y suponen que deben haber dado suficientes razones para odiar. Son los que oprimen (quienes odian), quienes (a través de sus acciones de odio) instauran la violencia. Como hacen con sus deshechos, externalizan su odio fuera de sí y lo colocan en Los Otros, en lo diferente, en los odiados.

Sufrimos bajo coerción, la redefinición de las palabras y la reescritura de la historia. Hasta coquetear con la antonimia con las primeras; hasta la desmemoria en el caso de la segunda. Nos dicen quién odia y quien no, de la misma manera que nos dicen qué significa lo que decimos. Nos dicen qué pasó, nos obligan a leer y escuchar lo que dicen que pasa, y esto más preludio de que se permitirán que pase lo que quieran, con la alevosía y la nocturnidad que corresponda. La libertad en la igualdad resulta quimérica ahora que la justicia se está convirtiendo en un sicario al servicio de bandoleros en traje de Armani. Y, además, por si fuera poco, nos pueden tildar de haters.

Decía que hemos olvidado todo lo que hemos permitido, ¿acaso para sobrevivir?, y que nos ha traído hasta aquí y es que, recuperando unas palabras de Pedro García Olivo, también creo que nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer [7] que mantiene intacto un fascismo paternalista travestido de una democracia bien representativa de un pueblo dócil hasta la náusea.

Es el gobierno el que incita al odio porque canaliza un odio real en una dirección inequívoca: de ricos a pobres. El pueblo, por mucho que les pese, no puede odiar. Lo cuenten como lo cuenten.

 

Alejandro Floría Cortés

 

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