LiteraturaMemoria

El grabado

Uno debería contar todas las experiencias que marcan su vida, para que el buen lector saque también provecho de ellas sin necesidad de experimentarlas personalmente. Desde luego, hay cosas aprovechables y otras no tanto. Pero ¿quién es quién para hablar del valor de cada una?

Desde que ocurrió esta ya han pasado décadas. Por aquel entonces hacíamos muchas exhibiciones. Era rara la semana que no jugábamos al palo en público. Desde luego, no era nada rentable; y no solo por el tiempo que dedicábamos a ello, sino que -al final- gran parte del gasto corría de nuestra cuenta. Pero, eso sí, lo hacíamos con gusto y lo pasábamos bien. Además, como no vivíamos de eso, podíamos enfrentarnos a cualquier cosa y, cuando estábamos en el centro de la escena, nos sentíamos mucho más poderosos que una persona con un palo en las manos.Sin duda, éramos una de las escuelas de Juego del Palo con más renombre de Tenerife. 

Aquella vez, un viejo amigo me llamó para sustituir a Los Verga de La Esperanza en la exhibición de Juego del Palo. Al parecer, habían avisado de que no podrían ir a última hora, en vísperas del evento. Mi amistad con Mateo López nos comprometía. Así que allí fuimos, aquel viernes de mediados de septiembre, solo una pareja de jugadores. Dos personas no son un número apropiado para llevar a cabo una actividad aeróbica con tal intensidad que en cuestión de segundos agota a cualquiera. No íbamos a tener relevo ni descansos entre juego y juego, por lo que acordamos que sería una cuestión breve y, como el resto de los participantes, tampoco impusimos ningún caché o coste alguno; ya que se trataba de homenajear a un artista que, sin duda, ya por aquel entonces, había hecho méritos para ello.

La cosa fue que aparecimos allí aquella noche del verano del 99, fresquita y agradable, con toda nuestra buena intención pero con el grado de insatisfacción que supone sentirse suplente. Sin embargo, una vez en el lugar fue grato encontrarnos con gente conocida y apreciada, como los compañeros de la Lucha del Garrote. Ellos, actuaban justo antes que nosotros; de lo que nos enteramos al acercarnos para analizar el lugar de la exhibición. Era un escenario que se elevaba un metro y medio, dispuesto ante las mesas de una gran cena de campaña, que se ofrecía en el homenaje a “la voz”. El cantante era natural de La Punta del Hidalgo y por eso se hacía allí.

Al pie del escenario había una gran mesa que se fue llenando de regalos y ofrendas que se le entregaban mientras la gente comía y se desarrollaban las actuaciones. Después veríamos que tal conglomerado de intervenciones se apresuraban hasta casi pisarse.

Nos dijeron que podíamos dejar en la mesa lo que habíamos traído para el cantante homenajeado. Supimos reaccionar para no mostrar sorpresa o asombro, a pesar de ser invadidos por el malestar lógico de quién nunca fue avisado. Dijimos que se lo ofreceríamos justo después de la actuación, y la gente del Garrote tomó la misma medida.

Así que actuaron ellos. Eran un grupito de cuatro, con lo que tenían tiempo de tomar resuello y formar cada vez nuevas parejas. Acabaron y le entregaron a Chago un precioso garrote labrado de punta a punta. La gente aplaudió la ofrenda y, sin demora, nos dieron paso a nosotros.

Nuestro Juego era intenso, con violentas elipses amenazantes que, casi siempre, terminaban en sonoros chasquidos de palos. Era una variedad llamativa de por sí que allí tuvo el efecto acostumbrado. Así que, tras la metralla del choque de los palos, se hacían unos silencios expectantes. Parábamos solo cuando le entraba un palo al otro con evidencia. Entonces, demostrábamos la destreza deteniendo el implemento sin dañar al compañero. De esa manera, aguantamos poco más de cinco minutos. Al final, entre los aplausos de la gente, con una voz temblorosa que buscaba aire ansiosamente, articulé la frase justa para reclamar la presencia de Melián. Tuve la ocurrencia de ofrecerle uno de los palos con el que jugamos, aseverando que tenía grabado su propio nombre. Él buscó el grabado solo un instante, porque el público rompió en aplausos desde que lo tomó en sus manos y yo mismo animé a ello, por instinto, se limitó a levantarlo y mostrarlo cuando todavía estaba caliente de la exhibición.

Mi amigo Mateo quedó contento con nosotros, y nosotros satisfechos de haber cumplido a todos los niveles. A Chago Melián, si todavía conserva ese palo, fácilmente lo visualizo observándolo, quizás a cierta distancia, y preguntándose en qué momento perdió el grabado o si aún no ha llegado a descubrirlo por no detenerse a buscarlo lo suficiente. Igual lo señala, enseñándolo a sus amigos y diciendo “aquel es un palo de jugar auténtico que me regalaron, con mi nombre grabado”. Igual, uno debería tener siempre algo grabado con su nombre…

Dedicado a Chago Melían y Mateo López

Pedro M. González Cánovas




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *