“El hambre se comerá Canarias”
“Agonizaban, era evidente. No eran enemigos, ni criminales, no pertenecían ya a esta tierra, no eran más que negras sombras, víctimas del hambre y la enfermedad, que yacían desordenadamente en aquella frondosa penumbra. Llevados allí al amparo de las legalidades contractuales, desde los lugares más recónditos de la costa, perdidos en un territorio que desconocían y nutridos con alimentos a los que no estaban acostumbrados, caían enfermos, perdían su eficacia y, a continuación, se les permitía arrastrarse y morir”.
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas
“No somos apocalípticos, vivimos tiempos apocalípticos; pero, sin duda, puede ser peor. Si nos dejamos llevar por la clase política canaria, si nos sometemos nuevamente al discurso de que el turismo es la única alternativa y le seguimos garantizando los beneficios a una minoría, estamos convencidos de que será mucho peor. Tenemos la responsabilidad, la obligación, de emprender una nueva dirección en el campo productivo, modificar nuestros modos de relación con el paisaje, recuperar y poner en valor otros sectores productivos. En definitiva, necesitamos imaginar Canarias de otra manera. Evitar, en la medida de lo posible, que el peor de los horizontes se cierna sobre estas Islas”.
EL PAÍS CANARIO, Editorial (abril, 2020)
No es la primera vez que Ángel Víctor Torres levanta la bandera del hambre y la miseria en estas Islas. No sabemos qué puede estar pasando por la cabeza de este señor cuando dice eso de que “el hambre se comerá Canarias”. Es posible que no entienda que está escarbando y barruntando en la memoria de un pueblo que ha tenido que sobrevivir (o perecer) en medio de una tormentosa historia caracterizada por el hambre, la miseria y las constantes “huidas” más allá del mar.
Esta nación isleña —esclava siempre de su propia zozobra— no ha sido única en eso de padecer miserias, pero ha sido especial en eso de continuar en el lodazal, siempre orillada en la supervivencia y caracterizada con esa impenetrable costra de marginalidad, paro y carencias.
Insistir en eso (en el hambre) que nos ha configurado como pueblo, en eso que nos da la esencia cultural y genética de pueblo, resulta profundamente obsceno. No se puede seguir jugando con el miedo, recreando el abismo que se abre frente a nosotros como si la llegada de diez millones de turista o de cuarenta millones fuera a cambiar algo. En Canarias la riqueza siempre ha dejado su huella de exclusión. La economía en Canarias ha desarrollado su particular modelo “extractivista”, basado en depredar el territorio y atrofiar la capacidad creativa y transformadora de toda una sociedad.
Insistir en eso (en el hambre) que nos ha configurado como pueblo, en eso que nos da la esencia cultural y genética de pueblo, resulta profundamente obsceno.
El modelo económico que impera en Canarias es un modelo colonial, incapaz de reprogramar una respuesta diferente frente a una crisis mundial en la que se advierte la muerte del turismo de masas. Ciertamente, el colapso energético y el cambio climático anuncian una nueva era de precariedad y de crisis —crisis de vida— planetaria; aunque aquí se han empeñado en repetir siempre el mismo modelo, jugando a las ganancias rápidas para unos pocos y la dependencia y la precariedad para la mayoría.
Colonia de explotación turística
Canarias ha quedado convertida en una colonia de explotación turística, donde una minoría, utilizando a su antojo todos los recursos que ofrece el Archipiélago, maximiza sus beneficios sin tener en cuenta ningún tipo de sostenibilidad. Solo tenemos que visitar alguno de los abundantes epicentros del desenfreno inmobiliario turístico para verificar las huellas que deja la destrucción: la transformación (destrucción) de una identidad paisajística y telúrica; el desplazamiento de la población local; y la sumisión absoluta de las expectativas laborales del común a ese modelo de explotación colonial. El espacio turistificado supone —dentro de este modelo de colonia de explotación— una auténtica regresión a la peor de las dependencias, puesto que destruye la posibilidad de replantear el espacio colonizado y la reutilización de los posibles recursos generados. Solo tenemos que verificar el aspecto fantasmagórico —postapocalíptico— de la ciudad turística en medio de la pandemia. El capital fijo, en la colonia turística, no deja de ser yeso y cartón piedra, todo amenaza inestable, como un decorado ruinoso y sombrío. Todo se muestra consumido y agotado. Un territorio improductivo sembrado de estructuras inútiles. Las imágenes de esos centros turísticos sin visitantes, con instalaciones y negocios cerrados, son el mejor testimonio de lo que decimos.
Política de la exclusión
La clase política canaria, por su parte, responde al modelo dominante. En ella advertimos claramente el sesgo de sumisión (más o menos consciente) que determina su total entrega al conglomerado de intereses empresariales y corporativos. Intereses con los que se identifica plenamente hasta parecer o pretender parecer —alcaldes, presidentes y otros— gestores inmobiliarios, aunque no dejan de recordar —hasta en su vestimenta— a esos crupieres de casino, siempre repartiendo cartas y facilitando el juego.
Sin duda, esta clase política no ha tenido la intención de remediar los profundos desencajes estructurales que han propiciado la exclusión sistemática de buena parte de la población de las Islas. Parece que el interés que domina mayoritariamente es el de estar al servicio del espectáculo que encabeza toda actuación de la economía especulativa, sin que importe absolutamente nada que los extramuros se consuman en pobreza, sumando la ciudad turística colonial los mayores índices de desigualdad en medio de la aparente generación de riqueza.
El modelo de explotación turístico-colonial, aunque se afirme lo contrario, no genera interdependencia económica, sino que destruye cualquier otra posibilidad de desarrollo local, propiciando un ejército de temporeros sin arraigo y a merced de los vientos de las crisis de todo tipo: cíclicas, estructurales o, como en es este caso, apocalípticas y de dimensión plantearía. El modelo explotación turístico-colonial solo genera dependencia, ruina social, desposesión económica, y una desposesión de tipo “espiritual” que se caracteriza por generar desarraigo y confusión.
«Si nos quedamos en casa, serán la pobreza y el hambre los que acaben con la sociedad»
En abril ese era el panegírico que nos repetía Ángel Víctor Torres, asumiendo, ya desde tempranas fechas, su papel de anunciador, tocando las siete trompetas y señalando el Armagedón a toda la sociedad canaria. Una vez más —hoy— nos repite su maldito augurio y nos representa como las “negras sombras” moribundas que retrata Conrad en El corazón de las tinieblas: “Llevados allí al amparo de las legalidades contractuales”; víctimas en esos territorios desconocidos —deformados— de la ciudad turística colonial.
Ángel Víctor Torres le niega cualquier posibilidad a la imaginación. Parece que lo único que domina es la sacudida del rebenque que anima y despierta a la bestia a su única realidad posible. “La pobreza y el hambre”, repite con descaro. De nada parecen servir todos los esfuerzos y las energías que se han empleado en universidades, instituciones de todo tipo, proyectos tecnológicos y alternativas diversificadoras. La colonia de explotación turística reclama su combustible, su ración de carne. La colonia de explotación turística no admite la imaginación ni el arbitrio de una voluntad transformadora. Hemos alcanzado, como repiten algunos apesebrados, las mayores cotas de desarrollo posible.
La colonia de explotación turística no admite la imaginación ni el arbitrio de una voluntad transformadora. Hemos alcanzado, como repiten algunos apesebrados, las mayores cotas de desarrollo posible.
De nada servirá que insistamos en viejos conceptos, como ese tan mellado de “diversificar la economía”. Mucho menos debemos hablar de “soberanía política”. Aunque ese sea el concepto clave en la situación actual. Ya hemos insistido varias veces en esta cuestión tan básica para abrir futuro. La única receta posible en un momento en el que las contradicciones —las costuras del traje colonial— se adivinan de una forma tan descarada. Es muy sencillo, ya lo decíamos en octubre del año pasado: “Se trata de apostar por un cambio del paradigma dominante para terminar con un modelo que mide sus posibilidades en millones de turistas, empleos basura y en la gestión de la pobreza de una mayoría a la que se le impide cualquier otra alternativa de futuro”. Es muy sencillo. “De lo que se trata, es de cambiar radicalmente el uso que hacemos del territorio y sus recursos, asumiendo que cualquier dependencia exterior implica fragilidad”. Debemos entender, al menos esta sociedad canaria debe hacer el esfuerzo (los crupieres de casino están ocupados en otras cosas), que no hay presente, que todo se ha desvanecido, que debemos asumir un mayor grado de dignidad como pueblo y renegar de esos exabruptos que nos recuerdan el hambre de nuestros abuelos; exabruptos que solo son posibles en esta sociedad colonial a la que hemos llegado por esta “corriente de las tinieblas”. Sin duda, cualquier alternativa será dura, llena de sacrificios, pero debemos asumir también que nos queda poco margen.
Entendamos de una vez por todas que lo del “paraíso canario” solo es propaganda colonial, y que estas nunca han sido —para sus hijos e hijas— “Islas de la Fortuna”. No olvidemos las palabras que un Secundino Delgado —decepcionado— ponía en boca de su hijo “fugado” a tierras americanas: “Aquella tierra (Canarias), es una jaula estrecha y nauseabunda (…). Allá todo es pequeño, mezquino, recortado, estrecho. No podía sufrir más aquella atmósfera donde bregan los enanos de alma, y hui sin decir adiós, sin despedirme, sin equipaje, sin sacar billete”.
En el horizonte actual ya no nos quedan tierras de promisión. No tenemos ya dónde huir. Solo nos queda enfrentar nuestra realidad y asumir que no existen las fórmulas mágicas. Aferrarse a un mundo que se hunde no es la mejor de las alternativas. La palabra sacrificio debe suponer un cambio sustancial, un viraje absoluto. Edificar Canarias —tarea pendiente y mil veces postergada— implicará dolor y asumir otras formas de afrontar nuestras vidas. Entendiendo que debe ser una vida más colectiva y compartida. Y eso no es algo extraño a nuestras propias tradiciones insulares, donde la supervivencia ha dependido muchas veces de ese importante margen de vida colectiva y compartida.
Frente a los que han predicado el expolio de esta tierra, ha llegado la hora de posicionarnos dignamente y de exigir un cambio radical y absoluto. Ha llegado la hora de sumar voces con esa tímida “sociedad civil” canaria que reclama el fin de una época y la urgencia de tomar una nueva dirección. Esa —creemos— es la única alternativa. Lo otro será someternos a las exigencias del discurso del hambre y la miseria, someternos a los que nos piden más sacrificios para seguir alimentando, como hemos hecho hasta ahora, a los mismos que nos han robado el presente y pretenden hipotecar el futuro.
El gofio será la kriptonita del hambre. Mi comentario está dirigido al excelente editorial «el hambre se comerá canarias» El paralelismo con la historia de Conrad,es patético aunque válido. Apesebrados estamos,lo hemos aceptado desde la escuela primaria.Algunos rebeldes fuimos desterrados sociales,yo mismo hasta hoy vivo en un barco de vela,última expresión de libertad,deciamos.