Literatura

El maldito armario

En un restaurante barato de Nueva York, el detective Jack Harper estaba sentado esperando a su antiguo capitán, ya retirado, mientras tomaba café. El café era, en general, malo, pero Jack necesitaba ese café constantemente. Era una sed que jamás saciaría, al igual que la sed por el whiskey de su petaca. Tenía que rellenarla cada cuatro horas.

Mientras echaba de la petaca a su taza de café, el Capitán llegó y mientras se sentaba agitaba la cabeza con negación. Le dolía ver a alguien destrozarse por perder a gente. Jack nunca fue el mejor detective, pero era frágil, y esa fragilidad que tienen algunos es la viva representación de la humanidad. El capitán sabía esto. Jack sabía esto. Ambos solo tenían que aceptar las cosas como eran. Uno se estaba autodestruyendo y solo necesitaba hablar mientras que el otro no podía dejar a ninguno atrás, y aunque Jack estaba sentado al borde del abismo, el Capitán creía que podía ayudarle.

-¿Vas a conducir después de eso?- preguntó el Capitán.

-Conduzco lo menos posible, por eso te llamé, para que me lleves a casa.

-Si quisieses ir a casa hubieras cogido un taxi, o ido andando, ya que no vives lejos. Ahora dime, ¿qué ocurre?

-Me gustaría decir nada, pero sería demasiado obvio que miento- dijo Jack entristecido. Tras unos momentos de silencio, continuó.

-Capitán… yo… nunca le dije adiós- y rompió a llorar.

El Capitán, con sus ojeras y arrugas, observó a Jack como de un hijo se tratase. Sabía que Jack necesitaba un abrazo, pero no era el momento.

-Jack, no es culpa tuya.

-Sí que lo es- dijo bajo sollozos-. Asesinato, investigo el sitio del crimen con mi compañera, no miro en el armario, ella se queda sola mientras voy a por un café, el asesino sale del armario y dispara. Oí los malditos disparos desde el ascensor. Ni siquiera pensé en quedarme en la puerta para parar al asesino o subir por las escaleras. No, le di otra vez al tercer piso. Corrí al apartamento doce y ahí la vi, con uno de los tiros atravesándole el ojo. ¡Ni siquiera le dije adiós!- y Jack dejó la cabeza dar contra la mesa.

El Capitán sabía cómo lidiar con casos así, pero Jack era demasiado frágil como para oír un consuelo que sabe que no cambia nada. Simplemente se quedó ahí, mirando a Jack.

-De acuerdo… llévame a casa, Capitán… llévame a casa.

El Capitán y Jack se levantaron. Jack dejó como propina sesenta y siete dólares, todo lo que llevaba encima, y salió. El Capitán frunció el ceño. Subieron al coche y el Capitán condujo un par de manzanas hasta dejar a Jack, toda la travesía siendo silenciosa. El Capitán imaginó que Jack vio que no tenía que ser tan duro consigo mismo y que en casa podría descansar, reponerse y continuar con su vida.

-Gracias, Capitán- salió del coche y añadió-. Adiós.

Tras unos días de no responder al teléfono, la gente intentó comunicarse con él, en especial el Capitán. Fue a su casa y pidió a la casera que le abriese la puerta. Ella accedió ya que sabía que él era como un padre para Jack. Abrieron la puerta y en el pasillo, justo delante de ambos vivos, se hallaba suspendido por una soga al cuello el cuerpo inerte de Jack.

 

 

 

Elvis Stepanenko

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