La mordaza de la piel de toro
A lo largo del territorio ocupado por la monarquía borbona y sus ejércitos, con la utilización de sus fuerzas represivas y los partidos continuistas (autodenominados “constitucionalistas”), emergen con razonable fuerza distintos nacionalismos impulsados por razones históricas y fundamentos étnicas o culturales que asustan a los terroristas del poder centralizado en Madrid; y a los dueños del chiringuito o la citada Casa Real.
España ha vuelto a retroceder en el tiempo, para estar más cerca de la dictadura franquista y alejarse de la quimera de democracia a la europea. Aunque la Europa democrática no sea precisamente el garante de libertad o igualdad que venden, sino un nido de liberales manejados por los mercados y sin escrúpulos con las personas. La realidad es que el control del estado sobre los individuos y los recortes a la libertad de expresión llega a ser asfixiante que se pagan hasta con penas de cárcel.
Desde la ultraperiferia, donde vivo, no soy capaz de apreciar apenas diferencia entre el nacionalismo español del PP, Cs o PSOE. Cada vez me resultan más agresivas sus leyes y todos esos excesos que se camuflan bajo la “democracia monárquica”. Por eso, cuando hablan de separación de poderes, yo, espectador y actor social, no puedo sino llenarme de rabia y desear con todas mis fuerzas que su castillo de naipes no tarde en derrumbarse: no hay mentira que cien años dure, pero a mí ya me está pareciendo mucho tiempo, ¿a ustedes no?
A la suma del poder legislativo, político y judicial, se le añade lo que se conoce como cuarto poder: el poder mediático. Así, ahora vemos unos medios más controlados que nunca tras los cierres de periódicos, revistas, emisoras de radio…; las ocupaciones de medios públicos (que para eso también sirve el 155 de su intocable Carta Magna); los encarcelamientos de cantantes o cualquiera con poder de difusión de ideas que pongan en riesgo el actual estatus. Sin duda, todas las voces acalladas, tienen ese agravante que es su propio ingrediente político contrapuesto al ideario del Estado.
Después están esos millones de españoles que no entienden sino su propio concepto nacional, su nacionalismo ombliguista. Prefiero pensar que son pobres desgraciados ahogados por un caldo opiáceo que no les permite ver más cultura que la “oficial” que emana del discurso españolista. Vale, también podía haber dicho “adoctrinados”, pero entonces me verían los españoles con cuernos y rabo y, con ellos, cada vez que se habla de cualquier otro nacionalismo que no sea el español, como mínimo, muere un torito. Estos españolitos de a pie no saben que están viviendo un importante episodio histórico de España; piensan que la crisis política es ajena a ellos y que solo el superhéroe Capitán España lo resolverá todo, con su grito de guerra (“a por ellos”). Y entonces, de forma natural, muere una camada de toritos y se escapa un elefante; mientras, en España se sigue pensando que no hay nada mejor que ellos mismos y se tardarán años en reconocer la actual crisis política.
Sinceramente, ignoro de cuantas violaciones de las leyes españolas se pueden señalar por este escrito de opinión: preferiría no saberlo nunca. Hay sanciones que llegan muchos años después y otras que tardan menos que Zapatero en traicionar a un obrero o hacerlo preso de su reforma laboral. En España hay cosas muy graves que nunca se castigan y otras veces que expresar pensamientos es un delito, y si esperas por Bruselas o Estrasburgo puedes morir de viejo en una prisión muy lejana.
Es una realidad así de triste, a no ser que te bajes los pantalones, jures su sagrada constitución arcaica, y entonces, seguro que vuelve a morir -por lo menos- un torito.
Pedro M. González Cánovas