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Los efectos de la propaganda política

En la recta final de la campaña electoral, camino ya del 20D, no viene nada mal que reflexionemos un poco sobre la propaganda política y esos “sentimientos” que inundan al sujeto tornado en votante. Para dicha reflexión, les ofrecemos un fragmento del Capítulo IV de El miedo a la libertad de Erich Fromm. Un texto de 1941 donde se habla de la radio y no de Internet, pero donde todo tiene un extraño aire de familia con el proceso electoral que estamos viviendo ahora.

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Durante los primeros tiempos de la democracia existían varios medios por los cuales el individuo podía participar concreta y activamente con su voto en la elección de algún candidato o en la adopción de determinadas decisiones; los problemas en discusión le eran familiares, así como lo eran los candidatos; el acto de votar, realizado a menudo en una asamblea de toda la población de la ciudad, era algo concreto y en el mismo el individuo significaba realmente algo. Hoy el votante se ve frente a partidos políticos enormes, tan grandiosos y lejanos como las gigantescas organizaciones industriales. Los problemas políticos, complicados ya por naturaleza, se vuelven aún más inextricables debido a la intervención de toda clase de recursos que tienden a oscurecerlos. El votante puede llegar a ver alguna vez a su candidato durante el periodo electoral; pero desde que se inició el uso de la radio no es probable que lo vea con frecuencia, perdiéndose con ello el último medio que le permitía juzgar a su candidato. De hecho debe elegir entre dos o tres personas que las organizaciones partidarias le presentan; pero tales candidatos no son el resultado de su elección; elector y candidato se conocen muy poco entre sí, y su reciproca relación posee un carácter tan abstracto como todas las demás.

Los métodos de propaganda política tienen sobre el votante el mismo efecto que los de la propaganda comercial sobre el consumidor, ya que tienden a aumentar su sentimiento de insignificancia. La repetición de slogan y la exaltación de factores que nada tienen que ver con las cuestiones discutidas inutilizan sus capacidades críticas. En la propaganda política, el llamamiento claramente formulado y de tipo racional constituyen más bien la excepción que la regla; esto ocurre hasta en los países democráticos. Obligado a enfrentarse con el poder y la magnitud de los partidos, tal y como se le aparecen a través de su propaganda, el votante no puede dejar de sentirse pequeño y poco importante.

Lo que acaba de exponerse no significa que la propaganda comercial o política insista abiertamente sobre la carencia de significado del individuo. Por el contrario, una y otra lo adulan al hacerle creer que es importante y fingiendo dirigirse a un juicio crítico, a su capacidad de discriminación. Pero esta ficción constituye esencialmente un método para apagar las sospechas del individuo y ayudarlo a engañarse a sí mismo acerca del carácter autónomo de su decisión.»

 

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