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“Si es de aquí, no es tan bueno”

Todo comenzó hace algunos años, cuando mi camino me llevó a viajar desde Tenerife a Gran Canaria por causas que ni siquiera recuerdo bien. Pasaba por una de esas crisis existenciales, en las que la vida se me tornaba cíclica y sin salida, sin objetivos claros ni gustos concretos que pudieran llevarme a la formación de oficio alguno. Cada vez me veía más presionada por las lógicas preguntas de mis seres queridos acerca de mi futuro profesional. Tener el silencio como respuesta me abrumaba más a mí que a ellos. Así que barajé muchas opciones; no cabe duda de que existen miles de disciplinas interesantes, pero ninguna era para mí.

Me encontraba perdida académicamente cuando viví unas de las experiencias más especiales que he tenido en el ámbito de la historia del arte y la cultura. No ocurrió en el Museo del Louvre ni en el Prado -sin ánimo de desprestigiar tales edificios de placer-. Mi historia comenzó al aire libre y lejos del bullicio.

Comenzó en Cuatro Puertas. Realmente no recuerdo los detalles que hicieron que yo estuviera en ese lugar aquella oscura noche. He de agradecer la compañía que tuve, de quién ama su tierra y su legado, de quien supo vivir aquella simbiosis con nuestro pasado con tanta admiración como lo hice yo. Parece ser que las ideas más casuales y las personas más inesperadas pueden cambiarnos la vida.

Antes de adentrarme en el mencionado yacimiento de Cuatro Puertas1, sentí una extraña emoción interior. La zona estaba completamente vacía, y quizás por ello el valor cultual del lugar fue fácilmente perceptible. Poco a poco mis ojos veían la hermosa estructura de la cueva principal. En ese momento estaba siendo capaz de imaginar in situ la existencia irrevocable de aquellos aborígenes canarios de los que poco sabía, aunque quizás es más acertado decir que yo, allí, me llegué a sentir uno de ellos.

Continúe el camino, y lo siguiente que recuerdo es estar sentada al lado de cazoletas aborígenes talladas en el suelo, mirando hacia el mar, esperando la salida de Magek2. Más tarde sabría que ese lugar formaba parte del almogarén, lugar destinado para hacer ofrendas a los dioses y posiblemente para depósito de libaciones3.

El silencio era el dueño del lugar y yo no quería perturbar esa paz. La disfrutaba. Contemplación y fusión, luz y oscuridad, presente y pasado. Me invadía la sensación de nostalgia, y la sed del saber.

Mientras iba amaneciendo pude ver más cuevas por las que continuamos andando: eran curiosas hazañas arquitectónicas, formadas a través de estructuras cavadas en la roca. Algunas de ellas, como la de los Papeles o la de los Pilares tienen especial relevancia. Hice algunas fotografías y vídeos, que aún conservo, aunque la verdadera huella de aquel lugar quedó en mi retina y en mi creciente interés por aprender más.

Poco después lo supe, quería estudiar más acerca del pasado a través del legado que conservamos hoy en día. Por ello estudié Historia del Arte, donde conocí mucho de las maravillas de fuera y absolutamente nada acerca del pueblo que originó mi vocación.

Prácticamente recién egresada, me encuentro en el comienzo de un largo camino de aprendizaje, en el que veo que la materia concreta de la disciplina que me cautivó es poco importante para la sociedad actual, donde dedicarse a ella se convierte en todo un reto. En un país donde el respeto por el patrimonio brilla por su ausencia, ¿qué iba yo a esperar de la política colonialista que se lleva a cabo en Canarias?

En nuestras Islas prima el desarrollo del sector terciario y la explotación del territorio, este último destinado especialmente para llenar el bolsillo de políticos sin escrúpulos y para la satisfacción de un turismo low cost -sin importar las consecuencias ambientales o sociales-. La conservación y el estudio de «lo viejo» parece no ser importante, y menos lo que forma parte de la historia prehispánica, ya que quizás estos conocimientos pudieran despertar un atisbo de identidad canaria en nuestra gente. No interesa demasiado promover, difundir y conservar la herencia de un pueblo torturado y colonizado, ya que, a pesar de las evidentes diferencias, actualmente a Canarias tampoco se le trata demasiado bien. Si todos nos diéramos cuenta de nuestra situación presente, tal vez la sublevación del pueblo podría ser un problema para España.

Podemos ver a diario como una buena parte de la sociedad de nuestro archipiélago tiende a pensar que «lo de aquí no es tan bueno, lo de fuera es mejor»; es casi un dogma. Desmontar este pensamiento ayudaría a otorgar una dignidad y una identidad reforzada que no le conviene al Gobierno central. Para los que manejan nuestra colonia, es más positivo que nosotros mismos desprestigiemos nuestra música y folclore, nuestras universidades, nuestra cultura, nuestro arte, nuestras ciudades, incluso a veces nuestro propio acento. Ese complejo que genera en nuestra sociedad el sentirse parte de una «Región ultraperiférica de la Unión Europea» cuando Europa nos queda tan lejos, permite que sigan jugando con nosotros, explotando nuestros recursos. Mientras, nosotros intentamos imitar la cultura y el estilo de vida de lugares que están a tantos kilómetros y no quedar atrás en las cuestiones de modernidad. De esta forma, una parte de los canarios olvidan sus variadas señales de identidad y se apropian de las de otros sitios, desvinculándose con su propia tierra, aunque alguna vez estos mismos mencionen el típico #quesuerteviviraqui en alguna publicación de Instagram, con la misma consciencia sobre el Archipiélago que el extranjero que viene de visita unos días y se toma una foto en la playa de las Teresitas. A través de múltiples herramientas, como por ejemplo, sirviéndose del sistema educativo, se ha conseguido que este sentimiento de desarraigo se interiorice, y esto ha jugado un papel clave en el devenir de nuestra sociedad.

No obstante, en el camino voy coincidiendo con personas que se mantienen atentas, que intentan despertar a una sociedad dormida, cuyo objetivo es demostrar que la fuerza del pueblo canario es más grande de lo que creemos, desmontando el insularismo, luchando para que nuestro territorio algún día se libere del yugo español y pueda autogestionarse, para que de esta forma ni el pasado ni el presente continúe en el olvido.

Quizás entonces, divulgar y difundir la historia del aborigen canario y su herencia no sea tan complejo, y de esta forma todos podamos disfrutar y valorar los restos culturales de los antiguos habitantes de Canarias, valorando su legado y siendo conscientes de la importancia de sus manifestaciones. Que no quepa duda que estas son tan relevantes como el de otras culturas de la antigüedad, de las que incluso poseen una fuerte influencia, solo que nos han enseñado que, “si algo es de aquí, no es tan bueno”.

 

Sara García

 


 

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