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Si queremos partido (y II)

Seguramente en una primera reacción algunos pueden llegar a desmoralizarse oyéndonos hablar de debilidades y errores. Pero, después de pensarlo, comprenderán la importancia vital de este paso.

Ludo Martens

En Canarias necesitamos organización, es decir, necesitamos tener un partido que sea referencia para el nacionalismo de izquierdas. Es algo que a ningún independentista se le escapa. Pero, ¿cómo conseguirlo?, ¿cómo crearlo? No tengo la respuesta certera y absoluta a estas cuestiones, pero sí me gustaría realizar una reflexión que espera ser a todas luces constructiva.

Creo que debemos mirar críticamente hacia nuestra historia y hacia las organizaciones que hemos tenido. ¿Qué errores se han cometido? Desde mi punto de vista, uno de los principales errores es la falta de unidad y cohesión ideológica de las mismas. Posiblemente, en muchos casos hablamos de organizaciones que formal y aparentemente tenían un alto grado de cohesión, pero en los hechos me temo que estaban carcomidas por dos fenómenos inseparables el uno del otro: el amiguismo y la lucha descarnada entre facciones. El amiguismo conlleva, entre otras cosas, la adopción y defensa de ideas, líneas de trabajo, propuestas, etc. con las que no necesariamente estamos de acuerdo sencillamente porque son propuestas por alguien a quien le tenemos estima personal y con quien no queremos tener diferencias o con quien las tenemos, pero no deseamos expresarlas públicamente. En consecuencia, se acaban gestando en el seno de las organizaciones grupúsculos de amigos (o facciones, si se prefiere) que confrontan los unos con los otros, llegándose incluso a la verdadera conspiración para aplastar a la “facción” contraria y conquistar la hegemonía dentro de la organización de la que se trate. Seguramente la experiencia de los militantes independentistas que llevan mucho más que yo hable a favor de mi exposición, y no en contra. Por lo tanto, estamos hablando de que no existe cohesión ideológica ninguna. Desconozco la forma de superar este error. O, mejor dicho, no tengo la solución absoluta para ella. Aun así, permítanme que al menos proponga una posible solución: que cada militante asuma su responsabilidad para con la organización y los principios recogidos en los estatutos (elaborados democráticamente, faltaría más), de forma honesta y sincera (y expulsión de quien demuestre no hacerlo, no debemos temer a la depuración cuando es necesaria). Esto debe acompañarse de un debate ideológico interno honesto. También requiere del abandono total y absoluto de prácticas como no confrontar ideológicamente con un compañero de militancia que está errando (o se cree que lo está haciendo), para tratar de no dañar la amistad o el vínculo que tenemos con esa persona, evitando de este modo tener la discusión y el debate, permitiendo estos errores que, con el tiempo, no dejarán de acumularse. Además, habitualmente esta no confrontación honesta en las reuniones y espacios adecuados suele ir unida a la crítica privada a las espaldas de dicha persona. Y esto daña a la organización. Las críticas deben hacerse en los lugares, espacios, momentos y formas adecuadas, desde el compañerismo, el respeto y el espíritu constructivo (ello no significa que la crítica en determinadas ocasiones no deba ser contundente e incluso brutal).

El caudillismo

Otro problema ha sido el caudillismo de los líderes o jefes. Es cierto que muchos de estos líderes eran personas totalmente entregadas a la causa, pero eso no les da ningún derecho a sortear las decisiones democráticas tomadas por la mayoría de la militancia, imponiendo una línea de trabajo que no cuenta con respaldo más que su propio capricho individual. Las decisiones adoptadas por la mayoría en un proceso democrático interno deben ser respetadas en todo momento, incluso si son opuestas a nuestras opiniones. Y eso no significa que se deba rechazar la idea del liderazgo. Un liderazgo tiene muchas características positivas. El problema es el liderazgo caudillista, especialmente si es desmovilizador y se dedica a boicotear todas las iniciativas de la militancia que, al líder de turno, por el motivo que sea, no le gustan. Me temo que no son pocos los militantes que se han ido de organizaciones precisamente porque su trabajo ha sido anulado por este tipo de liderazgos. Frente a estos liderazgos, el resto de la militancia tiene el deber de alzarse. No se puede tolerar que ningún líder boicotee iniciativas, se salte la democracia interna, machaque a una persona militante, etc., como si estuviera por encima del bien y del mal, sea quien sea la persona lideresa en cuestión. Los acuerdos adoptados por la militancia, la democracia interna y los estatutos están por encima de esa persona y de cualquier otra.

Otro error -quizás más reciente- es la debilidad y la incapacidad de realizar una lucha política activa a lo largo del tiempo. Queremos resultados (electorales, todo sea dicho) inmediatos tras participar en algunas movilizaciones concretas. Pero la historia es compleja y un conjunto de manifestaciones o reuniones no tienen por qué incidir de forma significativa en la realidad más inmediata. Debemos comprender los ritmos de transformación de la sociedad y ser realistas sobre hasta qué punto somos capaces de tener alguna incidencia, pues hasta que acumulemos fuerzas (y sin trabajo político militante real tal cosa no ocurrirá, por muchas campañas de afiliación que hagamos), será escasa o muy limitada (y posiblemente incluso indetectable e inexistente). El trabajo político cotidiano debe convertirse en un hábito del militante independentista, incluso cuando las condiciones sean adversas. Es más, en esas condiciones es cuando más necesario es ese trabajo y más crucial es no desmoralizarse y buscar ganas y tiempo para la lucha. Pues sin luchar en estos tiempos de decaída y descomposición no habrán tiempos de victorias y crecimiento.

Otra de las grandes debilidades que encuentro en el independentismo es que hay mucha gente que se posiciona ideológicamente como independentista, pero reniega de la lucha política y se niega a participar en ella “porque trae conflicto” o “no va a servir de nada” o motivos similares o relacionados, y acaba trabajando únicamente en el campo de la cultura. El trabajo cultural, durante mucho tiempo, fue una cosa que jamás comprendí. Años después vi con claridad el potencial que tiene la lucha cultural en “la fabricación de nuevos independentistas”. Pero no debemos caer en el error de abandonar el frente político. La lucha cultural si no va unida a la lucha política se queda incompleta, coja. La lucha cultural puede generar, y de hecho genera, nuevos independentistas, pero si éstos no son llevados al frente político, entonces las filas de las organizaciones independentistas no crecerán. Además, a menudo estos independentistas asumen postulados políticos excesivamente románticos e incluso esencialistas. Por tanto, necesitan también curtiste políticamente y adquirir formación histórica, política, social, etc.

Estudio y formación

Y aquí viene otra cuestión esencial: la necesidad de estudio y formación. Para superar las debilidades, tenemos que crear dentro de nuestras posibilidades escuelas de formación (se puede empezar por grupos de debate en los que se trabajen textos sencillos al principio y luego aumente gradualmente el nivel de complejidad de dichos textos). Si seguimos dejando la formación ideológica a la “iniciativa individual” habrá mucha gente que no pueda formarse (por motivos muy variados, ya sea por falta absoluta de tiempo debido a los ritmos de vida laboral y familiar de nuestra sociedad, ya sea por falta de iniciativa e interés, ya sea por dificultad…). La formación no sólo debe ser teórica sobre qué es nacionalismo, nación, colonia, socialismo, feminismo, anarquismo, etc. Necesitamos también formación práctica: cómo participar en las instituciones como ciudadanos, cómo organizar una manifestación (dónde se comunica la manifestación, con cuanto tiempo de antelación debe de hacerse, etc) cómo se participa en un pleno de ayuntamiento, cómo se puede presentar una iniciativa popular en un ayuntamiento, etc. Y me gustaría decir que nunca se debe atacar a otra persona militante por no tener esta o aquella formación. Si creemos que alguien está falto de ella en algún campo se le debe indicar con respeto y sensibilidad. El compañerismo pasa por abandonar prácticas vejatorias de todo tipo hacia el resto de la militancia.

La incapacidad de recibir críticas. Confundimos las críticas que pueden contribuir a que corrijamos errores con “ataques del enemigo españolista” y con “boicot” a esta o aquella organización. Debemos entender que ¡incluso las críticas provenientes de nuestros mayores enemigos! a veces son certeras y tenemos que tenerlas en cuenta seriamente para corregir un error que nos impide, no avanzar (no voy tan lejos), sino empezar a trabajar para comenzar a existir. Por tanto, la crítica debe ser vista de otro modo. Hasta ahora hemos caído en la trampa de ver cualquier crítica como boicot, incluso las más respetuosas (sin embargo, nosotros hemos criticado a los demás con una crueldad notable, y seguimos haciéndolo). Y eso no significa que toda crítica valga. Seamos razonables.

La polémica en torno al discurso

Finalmente, me gustaría señalar el problema o la polémica en torno al discurso. Desde hace algunos años, fruto de la irrupción de Podemos en la política, se ha visto con buenos ojos la idea de moderar el discurso para llegar a más gente, pues se interpretó que si a Podemos le funcionaba, a nosotros también nos podía funcionar. En contraposición, otros sectores han reaccionado defendiendo la radicalización extrema del discurso, buscando diferenciarse del moderado y cayendo en un profundo izquierdismo. Desde mi punto de vista, lo inteligente es ser pulcros con los objetivos, los principios y el programa político e ideológico, mientras tácticamente aplicamos un discurso u otro en función del contexto; sabiendo, en base a la observación y la reflexión, qué discurso es requerido, necesario, útil, productivo y positivo en cada momento y contexto. Es decir, se trata de saber qué discurso hay que enarbolar en cada contexto específico para fortalecer la lucha y la organización, sin vacilar sobre los objetivos de nuestra lucha, sin traficar con los principios y sin mentir sobre los mismos, es decir, siendo honestos. Se trata de saber transmitir y expresar nuestras ideas en distintos ambientes, contextos y momentos para que sectores no independentistas vean nuestras ideas como legítimas, racionales y comprensibles, aunque no las compartan. Porque si a la mínima sacamos cierto radicalismo y confrontamos (y, por ejemplo, acusamos de “acomplejado” o “canarigodo”) a una persona progresista que o bien desconoce, o bien no comprende o bien no comparte el independentismo, no vamos a llegar a nada, más que a ser vistos como personas embrutecidas e ignorantes incapaces de argumentar y fundamentar nuestros postulados políticos. Y así jamás saldremos de la marginalidad. Los independentistas debemos ser “personas normales” si se me permite la expresión. Debemos debatir con naturalidad sobre nuestras ideas y explicarlas con paciencia y de manera pedagógica.

Espero que esta reflexión sirva para algo. Por mi parte pedirles que me disculpen por la ausencia del lenguaje inclusivo en este texto y, sin más, comunicar que estoy dispuesto a participar en la construcción de la organización que necesitamos.

Cristian Sima Guerra




2 comentarios en «Si queremos partido (y II)»

  • De nuevo, excelente. Bordas la primera parte. Te felicito.

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  • Totalmente de acuerdo con tu escrito,Organización y Unidad.

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