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Una primavera nada silenciosa

Sara Hernández, portavoz de Drago Canarias en La Palma

Los movimientos sociales están de enhorabuena.

Bueno, no sé si “estar de enhorabuena” es la mejor manera de expresarlo, pero ¿por qué no? A veces hay que permitirse respirar un fisquito y celebrar varias cosas estos días.

La semana pasada se admitió a trámite la ILP promovida por “Regularización Ya” con la asombrosa cifra de 700.000 firmas para la regularización de 500.000 personas que se estima viven y trabajan en el estado español sin acceso a derechos básicos.

Con pocas horas de diferencia, otro triunfo ciudadano: en Suiza, una asociación de unas 2000 mujeres, en su mayoría jubiladas, consiguió que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenara a su país por incumplir sus propios objetivos en la lucha contra el cambio climático.

Más cerquita, aquí en casa, movimientos sociales y ciudadanía en general, hartos de que políticos, caciques y la élite empresarial sigan apostando por el modelo suicida actual que ha sumido nuestra tierra en una situación crítica tanto a nivel social como ambiental, hemos conseguido algo importantísimo: situar NUESTRO DEBATE en la agenda política, y ese éxito tenemos que saborearlo, porque es nuestro.

Ya en La Palma, hace dos semanitas, el TSJC desestimó un recurso del Consejo Insular de Aguas de La Palma, que se había negado a facilitar al colectivo ciudadano “Agua para La Palma” información sobre el agua que llega al Valle de Aridane para consumo humano procedente del Túnel del Trasvase. El argumento del CIALP para justificar esta flagrante vulneración del derecho que tenemos la ciudadanía palmera al acceso a la información fue que la asociación solo la pedía para “desprestigiar” a la institución pública. Increíble.

Y para acabar esta bonita lista primaveral de motivos de celebración, los movimientos sociales palmeros conmemoraron el pasado 4 de abril que hace 11 años el TSJC anuló el Plan Territorial Especial de Ordenación de la Actividad Turística de La Palma (un plan promovido por CC en 2007 y aprobado definitivamente en 2016 con el PSOE en el poder), que incluía hoteles sobre suelo rústico de alto valor agrícola y ambiental, puertos deportivos y campos de golf (¿les suena La Pavona?), algunos de ellos planificados en el interior de un Espacio Natural Protegido o en una zona ZEPA pero, cómo no, sin haberse realizado previamente una evaluación sobre su impacto ambiental.

Aquel logro de las asociaciones ecologistas tuvo el respaldo de varios miles de firmas contrarias a los cinco campos de golf y más de mil doscientas alegaciones provenientes de la ciudadanía palmera.

La lucha social en La Palma y en Canarias en general no es para nada algo nuevo, aunque el resurgir que estamos viviendo en los últimos tiempos esté resultando felizmente abrumador.

Sus inicios se remontan a finales de la década de los 60, cuando los conflictos ecosociales derivados de la apuesta por un modelo socioeconómico marcado por una oligarquía poderosa que controla los recursos, una baja calidad democrática de nuestro sistema político —sin mecanismos de participación social—, una sucesión de monocultivos extractivistas de exportación y la especulación derivada del boom turístico, resultaron en el surgimiento de los primeros colectivos ecologistas, a los que pronto se unieron movimientos sociales, estudiantiles, feministas o antimilitaristas.

Durante cuatro décadas se sucedieron luchas en todo el archipiélago que pasarían a la historia como la de Veneguera, Malpaso, el movimiento anti-OTAN, Tindaya, Vilaflor, el puerto de Granadilla, la batalla contra las prospecciones petrolíferas, el macromuelle de Agaete, La Tejita o Cuna del Alma.

No hay que perder de vista que detrás de todas estas luchas no hubo solo una motivación ambientalista, sino que progresivamente han tenido como trasfondo el cuestionamiento cada vez más fuerte del modelo productivo e, inevitablemente, la exigencia de una mayor equidad social y la reivindicación de un sistema más democrático y participativo.

Y aunque las bregas de la sociedad canaria hayan tenido sus altibajos, puede que nos encontremos ahora mismo ante un cambio de paradigma, un momento histórico en el que la defensa del territorio ha sobrepasado lo meramente ambiental, se ha salido de los colectivos propiamente activistas, y ha saltado a la sociedad canaria con un consenso muy amplio y como un concepto amplio también.

Me explico: ahora, cuando hablamos de territorio ya no nos referimos estrictamente a algo físico o terrenal, hablamos también del arraigo, de las tradiciones, de nuestros propios cuerpos, del patrimonio material e inmaterial, de nuestro acento, de lugares que evocamos, pero ya no encontramos, de nuestros antepasados, de recuerdos de la infancia… y siento que es porque vemos que el modelo actual ya no solo amenaza lo puramente tangible, sino todo lo demás.

Aprovechemos para la brega este miedo a que nos sea arrebatado lo que nos queda, pero hagámoslo con alegría. Permitámonos disfrutar la alegría de esta lucha colectiva, y del poder multiplicador de compartirla.

El 20 de abril todas a la calle, porque #CanariasTieneUnLímite.

 

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