A rastras con los 20 N y el hispano fascismo
Estoy algo asqueado, y por qué no decirlo, cabreado con la danza y contradanza que se traen Gobierno, Iglesia y nietos del asesino dictador enterrado, al menos aún, en la Basílica de Cuelgamuros en espera de su traslado, dicen que al adefesio arquitectónico que es la Almudena madrileña. Al parecer, la familia tiene en la Cripta de esa catedral un agujero de su propiedad donde meter a la moderna momia del “Caudillo”, con la insana y no oculta intención de convertirlo en lugar del culto fascista al dictador. Vista la sempiterna hipocresía vaticana que Bergoglio exhibe y como los Papas, según ellos, en materia de fe y costumbres son infalibles, supongo que Francisco –Franciscus PP– habrá heredado algo del pensamiento de su antecesor, Ratzinger o Benedicto XVI, que visitó España en 2010 y cuyas “jugosas” declaraciones avalaban la tesis de que los monarcas españoles tendrían que declarar una nueva cruzada contra los enemigos de la Iglesia, y de la Patria, of course.
Como no quiero dedicar más tiempo a los berringallos del fascismo español, por lo que, teniendo encima otra vez un 20N, me limito a transcribir de nuevo un artículo al respecto que hice hace 8 años. Vale igual porque, aparte de que Bergoglio sustituyó a Ratzinguer que es el que figura en el artículo reproducido, de facto y a este respecto, nada ha cambiado y si algo es diferente es por puro gatopardismo. Cambiar algún fisquito para que todo siga igual
El neofascismo y los 20 N
Los 20 de noviembre de mi infancia lagunera venían marcados por redobles de tambor, caralsoles, brazos en alto y camisas azules con correajes calle Carrera arriba, camino de la Concepción. Allí, un catafalco embanderado esperaba a la raquítica comitiva y los escasos acompañantes para que el cura repartiera algunos hisopazos al vacío ataúd y rezara sus responsos por “El Ausente”, de nombre civil José Antonio Primo de Rivera, al que todos conocíamos por los retratos ya algo descoloridos que, con los de Franco, flanqueaban los crucifijos en todas las aulas escolares.
Era el llamado “Día del Dolor”, aunque no parecía doler mucho a nadie. Más tarde, cuando entre el yerno y otros guirres prolongaron la agónica vida del dictador español, para hacer coincidir la fecha su muerte con la del “Ausente” y llevárselos juntitos – bajo palio, por supuesto- a la Basílica del Valle de Cuelgamuros, rebautizada como “de los Caídos”, aunque debería ser “Cuelgamuertos”, el 20 N vino a demostrar que, en el estado español, aparte del propio y ya extinto “Generalísimo”, de Carrero Blanco, aquel criminal de guerra que subió en coche al cielo por obra y gracia de la ETA, de Fraga el dueño de la calle, del llorón Arias Navarro y del Rey que lo sucedía, no existían franquistas. Todos eran demócratas y centrados políticamente por lo que el “Día del Dolor” pasó a ser de cierto júbilo más o menos disimulado, unos por puro sentimiento de liberación y otros por heredar la satrapía que no era poco negocio.
Todos pensábamos que fechas como esa del 20N, o las del “Día de la Victoria”, habían pasado al rincón de los malos recuerdos junto con las del 18 de Julio, con sus pagas extras ad hoc y con los nombres fascistas de calles incluidos, salvo, por supuesto, la Cruz de los Caídos y la chicharrera estatua a Franco en la Avenida Anaga que son inamovibles por obra y gracia de un consistorio afuchado. Pero de eso, nada. Parece que han recibido nuevas ínfulas a partir de las palabritas del Papa desde el avión en que, a costa nuestra, viajó a España para oficiar de inaugurador de Basílicas y poner en marcha ese nuevo “dicasterio” –nombre que la Curia aplica a las “Congregaciones”, que son algo así como los ministerios del gobierno papal- dedicado a la “Nueva Evangelización” que, por lo visto, necesitamos los descreídos y las víctimas de la pederastia eclesial.
El señor Papa se dejó caer diciendo “que en España -suponemos que colonias incluidas- ha nacido también una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años 30” y eso ha bastado para que todo el mundo se ponga a adornar la frasecita con relatos de feroces turbas rojas quemando iglesias y destripando curas. Yo, por supuesto, aún era nonato con la República Española, aquella que obligó a la Santa Iglesia a declarar como “Cruzada” a una guerra de un millón de muertos y de innúmeros “desaparecidos” en ignominiosas fosas comunes.
No conocí lo que pasó en la metrópoli aunque se encargaban en la escuela de retratárnoslo diariamente, pero si viví en la lluviosa Aguere monacal los plúmbeos años de la post-Guerra de España. Allí, en La Laguna, era fama lo “dura” que fue para la Iglesia esa etapa republicana. Además de la sensible baja en los cepillos eclesiales y en los estipendios de bautizos y bodas, cuentan y no acaban de cómo las hordas rojas tiraron un piano por la ventana del tercer piso de la Juventud Católica, al lado del Obispado, aunque las malas lenguas lo achacan a los mismos católicos jóvenes no sé si por algún enfado con el pianista o como un acto de “Propaganda Fidei”. ¡Terrible pecado por el que los huesos de miles de canarios terminaron en pinares, pozos, simas, apotalados …, mientras se entonaban los tedeums victoriosos y enanos dictadores entraban bajo palio a las catedrales! También conocí, de primera mano, a rojos asustados que no querían ni oír hablar de Gando o de Fyffes, o a desgraciados homosexuales a los que el nombre de Tefía hacía estremecer; a niños formados y pasados lista para la obligatoria misa dominical; a personas -mi padre mismo- que no entraban a los cines hasta después de pasado el NO-DO y a los apestados de la sociedad que convivían maritalmente sin sacramentos previos al lado de las bienvistas barraganas oficiales de los muy católicos maridos de misa de doce.
Supongo que es eso lo que el señor Papa quiere resucitar, ya que por dinero recibido del estado no creo que sea, ni por falta de Concordato privilegiado, pero ha servido de incentivo para que varios miles de fascistas y neonazis vayan a rezarle a las tumbas del “Ausente” y del “Caudillo” en lo que ahora llaman la Basílica del “Valle de la Cruz”. Parece ser que la Guardia Civil metropolitana impidió en la explanada el despliegue de banderas españolas con la gallina fascista, pero como en la Iglesia mandan papas, obispos, abades y curas, el día antes se despacharon a gusto con una misa por los dos ilustres caballeretes, con otros ídem allí asistentes como Blas Piñar y la Duquesa de Franco.
Los oficiantes de la ceremonia no se han cortado un pelo. Así, un mogollón de curas, rodeados de banderas españolas de las del franquismo -gallina negra incluida- y en la mejor línea del pensamiento papal soltaron en la homilía perlas como que “aquí está la España auténtica, la que evangelizó América, la que hizo frente a la herejía protestante y al Islam y luego a las Revoluciones liberales, venciendo siempre. No hay que tener miedo ante la actual persecución, sabiendo que Dios está con nosotros y que volveremos a vencer”. La verdad es que, aunque mire a todos los lados de este estado ateo no veo a nadie persiguiendo curas ni violando monjas, pero a lo mejor es que lo hacen a la escondidilla.
Menos mal que estamos a 3.000 Km de esa ilustre morada del pensamiento hispano y de que, aquí, en la Canarias colonial, tenemos otro 20N diferente. Para nosotros nunca ha sido un día que recuerde esos dolores fascistas. Aquí la memoria es más antigua. El 20 de noviembre de 1487 Pedro Hautakuperche atravesó con su astia a un travestido Hernán Peraza que cubría su cota de malla con un sayal de Iballa y en toda Gomera saltó de risco en risco el silbido que anunciaba a los masacrados gomeros que “ya se rompió el gánigo de Guahedume” iniciando así la “Rebelión de los Gomeros” contra el poder colonial. Caro lo pagaron los isleños cuando los sicarios del gobernador de Gran Canaria, Pedro de Vera y de la ninfómana Bobadilla, exmanceba de Fernando “El Católico” y futura del criminal Alonso de Lugo, civilizaron la isla y a sus habitantes con el expeditivo y cristiano método que nos cuenta el cronista Gómez Escudero que “… a todos los de quince años para arriba, que no se perdonó a nadie, ahorcó, empaló, arrastro con caballos, mandó a echar a la mar vivos con pesas en los pescuezos, a otros cortó los pies y las manos vivos….”
Lo que parece claro es que los Vera, Lugo y toda esa caterva siguen teniendo calles dedicadas con la complacencia del “nacionalismo” canario, el mismo que mantiene las estatuas y monumentos que el franquismo nos ha dejado como recuerdo.
Y es que a estos caballeretes Dios los cría y ellos luego se arrejuntan, incluso a través de los tiempos que para eso poseen un alma inmortal, o eso dicen.
Francisco Javier González