Abrir negocios, confinar personas
“¿Por qué se habla tanto de las medidas que hay que tomar en bares y cafeterías, y absolutamente nada de un plan de reencuentros familiares controlados? ¿Por qué se insiste en la urgencia de abrir los aeropuertos y hoteles, y no en la urgencia de testear a todo el personal sanitario y trabajadores esenciales de Canarias? ¿Por qué nos informan tanto sobre las terribles consecuencias de no tener guiris en los hoteles, y tan poco sobre la posibilidad de visitar a nuestros familiares en otras islas?”
“Tenemos que aprender a vivir con el virus”. Es el nuevo mantra argumental que esgrimen los entusiastas de una desescalada del confinamiento, cuando todavía no hemos cumplido 50 días del estado de alarma. Es necesario recordar que la ciudad china de Wuhan, primer epicentro de la pandemia, levantó gradualmente las restricciones -que continúan en muchos aspectos- después de 76 días de un confinamiento mucho más estricto que el impuesto por el Estado español. En el momento de escribir estas líneas, Wuhan celebra orgullosa el gran logro de llevar 24 horas sin casos de Covid-19, al dar de alta a los últimos pacientes ingresados hace pocos días.
En torno a ese mensaje machacón se han aliado prácticamente todas las fuerzas que alguna vez han administrado las miserias de esta tierra. Resulta bastante elocuente ver a Ana Oramas, a Pedro Quevedo o Ángel Víctor Torres reclamar con entusiasmo ese calendario propio para Canarias.
Mientras los gobiernos de Alemania y Reino Unido ya dan por hecho que sus ciudadanos no podrán venir de turismo, el Gobierno español -también el canario- no para de amenazar nuestra salud con una campaña mediática que roza, o directamente desborda, el terrorismo informativo. Se insiste en la necesidad de recuperar el turismo y las actividades vinculadas a la hostelería, puesto que de ahí se extraen los ingresos que nos permitirán comer.
Por lo que se comprueba, el turismo parece ser un muy mal negocio, ya que no permite un pequeño parón de dos meses, que podría haber sobrevenido por otras causas ajenas a una enfermedad vírica, sin ir más lejos, la actividad volcánica recurrente en estas islas, y en otras partes del mundo, que puede llegar a interrumpir seriamente el tráfico aéreo. Es decir, se propone recuperar actividades que implican, por fuerza, la aglomeración de personas en espacios más o menos cerrados, con objetivos nada esenciales. Tomarse una caña detrás de una mampara, después de hacer cola para respetar el nuevo aforo de los locales, es de todo menos esencial. Mucho menos una discoteca, o un hotel en el que no puedes ni bañarte en la piscina.
Lo que pasa es que, supuestamente, si no abrimos ese tipo de negocios ya mismo, se nos avecina una catástrofe humanitaria sin precedentes en la historia moderna de Canarias. En torno a ese mensaje machacón se han aliado prácticamente todas las fuerzas que alguna vez han administrado las miserias de esta tierra. Resulta bastante elocuente ver a Ana Oramas, a Pedro Quevedo o Ángel Víctor Torres reclamar con entusiasmo ese calendario propio para Canarias. Un calendario descaradamente dictado por la patronal turística, por mucho que pataleen algunos expertos que nos quieren convencer de su gran objetividad, rigor, y persuasión política acudiendo a ranking de citas que tanto “bien” hacen a la ciencia. También resulta muy elocuente el hecho de que se cambien las caras protagonistas de la gestión coronavírica en Canarias, como quién se cambia de pijama en confinamiento: cada dos días, por el uso.
Es elocuente porque evidencia, de forma muy clara, como gentes tan dispares pueden llegar a asumir como propios los intereses de esa pequeña minoría oligárquica que desangra Canarias. Algo especialmente preocupante es el caso de los que creen que un calendario de desconfinamiento propio es una victoria frente al centralismo español, y no una jugada maestra de la patronal para convencer a este pueblo de jugar a la ruleta rusa con el turismo.
¿De verdad creemos que podremos “convivir” con un virus que ha puesto a los sistemas sanitarios de todo el mundo contra las cuerdas, con especial contundencia en Europa occidental y Estados Unidos? ¿Tenemos que aprender a “vivir” con una horquilla de 200-500 muertos diarios para que no se resienta aún más la economía? ¿Hay que acostumbrarse a eso? ¿Tenemos que aceptar en silencio que una generación entera sea masacrada por el virus, que mueran gradualmente en las residencias, aislados? Según mucha gente, sí, es necesario. Además, esta nueva realidad a la que hay que acostumbrarse, requiere de situaciones bastante paradójicas. Hay que abrir bares, cafeterías y tiendas, y mezclarnos con desconocidos en estos locales, siguiendo toda una serie de medidas de higiene y seguridad. Hay que reactivar aeropuertos y puertos, y que empiecen a desembarcar turistas, previamente testeados con test que no hay ni para los sanitarios en Canarias. Hay que ir a los hoteles a trabajar, a limpiar habitaciones de guiris, a servirles desayunos y copas. Los que puedan ir a trabajar, claro, porque las reducciones de plantilla con las nuevas medidas van a ser el pan nuestro de cada día. Y si no hay mucha gente trabajando, tampoco puede haber mucha gente consumiendo, a no ser que obliguen a la población a ir una vez al día a echarse un cortado, ya podemos esperarnos cualquier cosa.
Algo especialmente preocupante es el caso de los que creen que un calendario de desconfinamiento propio es una victoria frente al centralismo español, y no una jugada maestra de la patronal para convencer a este pueblo de jugar a la ruleta rusa con el turismo.
Hay que hacer todo eso, y luego, tenso para tu casa, que como te desvíes un poco te multan. Es decir, tenemos que recuperar la normalidad, pero la normalidad es trabajar y vuelta al confinamiento. Podremos ir a una cafetería a echarnos un cortado, pero no podremos ir a ver a nuestros familiares o amigos. Podremos entrar en contacto con desconocidos para comprarnos una camisa, pero no podemos ir a comer a casa de un amigo. A veces uno lo piensa y cree que es la Canarias ideal para la patronal turística: el guiri de paseo por nuestras calles vacías, limpias y tranquilas, bañándose en playas convenientemente vacías de molestos nativos; y los canarios y canarias, del trabajo a su casa, de su casa al trabajo, y los mayores y personas de riesgo encerraditas y aisladas. Maravilloso panorama para los Marichal de turno.
¿Por qué se habla tanto de las medidas que hay que tomar en bares y cafeterías, y absolutamente nada de un plan de reencuentros familiares controlados? ¿Por qué se insiste en la urgencia de abrir los aeropuertos y hoteles, y no en la urgencia de testear a todo el personal sanitario y trabajadores esenciales de Canarias? ¿Por qué nos informan tanto sobre las terribles consecuencias de no tener guiris en los hoteles, y tan poco sobre la posibilidad de visitar a nuestros familiares en otras islas?
Pues por eso, porque se trata de recuperar actividades económicas, no la normalidad familiar y social. Porque se trata de rescatar negocios, no de salvar personas. La prioridad es que el sistema siga su curso, no que recuperemos nuestras vidas. Y la vida no es poder ir de tiendas, es comer con tu familia. La vida no es emborracharnos en una discoteca, es reunirnos con nuestros amigos. Deberíamos tenerlo más que claro, después de casi 50 días de confinamiento. Yo no echo de menos gastar dinero en bares y tiendas, echo de menos a mi gente.
Ayose Santana