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Ecofeminismo para salvarnos

Sara Hernández, portavoz de Drago Canarias en La Palma

Llevo meses sintiendo angustia, impotencia, frustración, rabia… Desde que empezó el año ya se ha vuelto casi imposible leer las noticias sin pensar: ¿pero a dónde vamos? ¿Acaso no hay solución ante una distopía que parece estar haciéndose realidad? Como especie estamos con el pie en el acelerador hacia un abismo que los propios seres humanos hemos creado y, paradójicamente, parece que la vida sigue como si nada.

Violencia y más violencia hacia las mujeres, hacia la tierra y quienes la veneran y protegen, hacia nuestros propios cuerpos, hacia quien no piensa como nosotras, hacia nuestros mayores, hacia las personas migrantes, hacia los animales, hacia sociedades enteras.

Violencia que duele. Violencia que asfixia. Una violencia cada vez más inaguantable y, a la vez, más normalizada.

Y una se pregunta: ¿qué podemos hacer contra ella?

El ecofeminismo nos dice que si conseguimos entender las violencias sistemáticas de manera conjunta, también seremos capaces de combatirlas de manera más eficaz.

Esta corriente de pensamiento y movimiento social, punto de encuentro entre el feminismo y el ecologismo, nos enseña que todos los sistemas de opresión generadores de violencia están vinculados a través de “la lógica de la dominación”, esto es: los hombres dominan a las mujeres, los seres humanos a los animales, la ciencia a la naturaleza, y la clase dominante —valga la redundancia— al resto de la humanidad.

Los objetivos del movimiento son la justicia social y la justicia climática, revirtiendo el proyecto cultural, económico y político actual que se está llevando a cabo en occidente que considera que unas vidas valen más que otras, y que aplasta violentamente todo lo que se interponga en el camino hacia el lucro. Una cultura dominante basada en la explotación de las mujeres y de la naturaleza.

Para ello, el punto de partida que propone el ecofeminismo es el reconocimiento de que somos seres ecodependientes —todo lo que necesitamos para sobrevivir lo sacamos de la naturaleza— e interdependientes —desde que nacemos hasta que morimos dependemos unas personas de otras—.

Todo esto puede parecer muy complejo, pero no lo es.

Hace poco más de un año di mi primera charla en La Palma sobre ecofeminismo, para un foro creo que casi enteramente ajeno al término. Por ello, intenté aproximarme a su filosofía desde lo cotidiano, planteando las siguientes reflexiones: ¿cómo se reparten las tareas en casa? ¿De qué fuente proviene la energía que consumo? ¿Cómo se cultivó el aguacate de este bote de guacamole y a cuántos kilómetros de aquí? ¿Tienen condiciones de vida dignas las personas que producen lo que como? ¿Cuántas mujeres directivas hay en mi empresa? ¿Cómo se extrajeron los materiales del móvil que tengo en mis manos? ¿Cuánto cobró la mujer bangladeshí que fabricó la camiseta que llevo puesta?

Al terminar la charla, una mujer se me acercó, me agarró la mano y me dijo “dime cómo ser ecofeminista, porque quiero empezar mañana”.

Con hacer ese sencillo ejercicio ya nos volvemos más conscientes de nuestra posición en el mundo: somos capaces de ver de repente todo lo que nos oprime a nosotras y a lo que nos rodea, pero más importante aún, nos vemos, por primera vez quizás, como quien ejerce otras opresiones.

Y así de simple, ahí es donde siento que está la clave, en ese cambio de perspectiva desde la que ver la realidad que propone el ecofeminismo. O al menos esa fue la clave para mí: tener las herramientas para analizarme a mí y a mi entorno, poder distinguir las desigualdades, ubicar las dinámicas de poder, y trabajar para erradicarlas.

Luchar contra las violencias que presenciamos y sufrimos día a día no es tarea fácil, pero no dejemos que lo angustioso de la realidad que nos está tocando vivir nos paralice. Puedo sonar ingenua, pero, para mí, lo único que nos queda es comenzar la revolución desde una misma primero, revisando nuestros privilegios y reflexionando a qué o a quién oprimimos con nuestra forma de vivir. Y cuando ya estemos recorriendo ese maravilloso y difícil camino, rodearnos de gente buena y seguir la revolución sin perder nunca el foco de que en el centro tiene que estar, siempre, el sostenimiento de la vida.

 

Sara Hernández

portavoz de Drago Canarias en La Palma

 

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