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Las Toscas del Guirre (La Gomera). El solsticio de invierno, Agando y la estrella Conopo

El hallazgo de una cueva en Las Toscas del Guirre con 105 caracteres de escritura líbica-bereber, dado a conocer en 2006, fue todo un acontecimiento periodístico con gran trascendencia social. Era el descubrimiento del siglo hasta ese momento. No fuimos los únicos que nos interesamos por su singularidad e iniciamos una serie de estudios que nos iban revelando destacados acontecimientos vinculados al cosmos. Así en la revista Iruene nº 4 (2012) desvelamos los primeros secretos olvidados que encierra la oquedad.

Una abertura situada en la ladera de un barranco a más de 500 m de altitud, pequeña y relativamente húmeda en invierno, de unos 6 metros de largo, una anchura de 2 metros en el centro y una altura máxima de 2 metros en el extremo occidental, contiene un tesoro colosal: más de cien caracteres de escritura insuloamaziq, una treintena de cazoletas, canales y cúpulas.

¿Cómo podemos catalogar este hecho máxime cuando en la zona se encuentra otras cuevas más espaciosas y mejor acondicionadas para usos domésticos? Evidentemente, nos hace pensar que era un lugar especial que trasciende lo material. En espacio articulado dimensionalmente y concebido como uno de los actores primordiales en la construcción de significados culturales.

Desde la pequeña cavidad, en algún momento, alguien observó y puso orden y sentido al mundo. El espacio interior de la cueva está totalmente saturado de elementos rituales: su suelo fue horadado con cazoletas y pequeños canales; la pared del fondo se encuentra repleta de grafías, cúpulas y cazoletas. Y por si fuera poco, se le abre una pequeña ventana en el techo con una clara función que luego desvelaremos. 

Prácticamente, todos los pueblos y civilizaciones del mundo, desde la más remota prehistoria hasta nuestros días, observaron maravillados el cielo y descubrieron fenómenos cíclicos como el movimiento de los astros. Suponían que lo que veían se conectaba directamente con su mundo y la naturaleza en todas sus formas de vida. Este aspecto práctico de la observación celeste se dio en paralelo con la evolución de conceptos habituales que condujeron a la caracterización específica de deidades con ciertos cuerpos celestes. Miles de años de observación paciente y cuidadosa fueron necesarios para lograr la complejidad de conocimientos que luego fueron plasmados sobre el terreno.

Las antiguas sociedades se ajustaron rigurosamente al ritmo que les imponía la naturaleza creando numerosas efemérides basadas en los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas para regular las actividades o los rituales.

No tenemos ninguna duda en admitir que el pensamiento simbólico se proyecta sobre el paisaje. En un punto muy concreto de las Toscas del Guire, los antiguos gomeros ocuparon y programaron un espacio para dedicarlo a uso ritual, un espacio imaginado en todo el campo visual que fundaron a través de imágenes mentales del pensamiento simbólico. La cueva rompe con lo ordinario para convertirse en algo extraordinario, un lugar especial donde imperan el orden y la armonía cósmica.

La construcción de la realidad gomera, y canaria en general, se basaba en una compleja articulación de formas simbólicas de las que dependía la capacidad de comprender y expresar sus experiencias. Por eso, la orientación en el tiempo era una de las diferentes maneras en que el ser humano experimentaba su presencia en la tierra.

Los indígenas gomeros observaron los astros, estableciendo una relación entre sus evoluciones y los fenómenos meteorológicos de los cuales dependían sus condiciones de vida socioeconómicas. Pero también necesitaron un contexto religioso y, en este sentido, la cosmovisión gomera definió la cavidad de las Toscas del Guirre como un templo (axis mundi o eje cósmico) reorganizado a partir de una serie de orientaciones astronómicas que los religa al cosmos.

Acabamos de estar, en este solsticio de invierno de 2020, en Las Toscas del Guirre para intentar buscar nuevas manifestaciones simbólicas a través de la observación de la luz dentro de la cavidad. Detalles que se nos podían escapar e intentar dar sentido a la proyección de un pensamiento cósmico que llevó a los antiguos gomeros a tallar paredes y suelo de la cueva sagrada.

El sol, fiel a su cita, despunta en su parada mayor sur (solsticio de invierno) por la base de una punta en el relieve cercano, una marca referencial muy precisa. La primera luz entra por la esquina de la cueva y dibuja un rectángulo en el suelo justo donde se tallaron 9 cazoletas que siempre nos habían llamado la atención por su ordenación y originalidad.

A continuación, la luz solar se va desplazando por el suelo y la pared iluminando gran parte del panel de alfabetiformes.  Existe un pequeño grupo de letras, las más altas, que no llegan a iluminarse nunca sin que sepamos responder a ello.

Por la tarde, la luz abandona la cueva y comienza a manifestarse a través de un halo de luz que proviene de una abertura artificial que se dispuso en el techo. A través de dicha ventana, el sol penetra y recorre el suelo, terminando por trepar la pared del fondo y morir en el interior de una cazoleta ovalada expresamente tallada para ese único fin como es albergar el último aliento de luz solar. Y así eternamente.

Por otro lado, a lo largo del ciclo solar (un año), el sol se oculta por detrás del Roque de Agando originando un evento de enorme espectacularidad. Se produce cada 5 de noviembre y 2 de febrero. Hasta aquí podría ser una mera casualidad y, sin embargo, es donde descubrimos la conexión, el nexo que unifica el sol, Agando y la estrella Canopo.

Cuando el sol se desplaza hacia el sur, cada 5 de noviembre se oculta por el Roque de Agando, produciéndose el ocaso de la estrella Canopo frente a la cueva sagrada. Y no queda ahí la cosa, nos llevamos otra sorpresa cuando descubrimos que el 2 de febrero nuevamente el sol, en su recorrido hacia el norte, se volvía a ocultar por el Roque de Agando, coincidiendo con el orto vespertino de Canopo por el horizonte marino frente a la cueva. Ahora podemos abandonar la cautela y/o cualquier atisbo de eventualidad al penetrar en la manifestación de lo más numinoso.

Por último, las dos estrellas más grandes de la noche, Sirio y Canopo se alineaban durante el período indígena delante de la cueva, al alba del 25 o 26 de septiembre, fechas que establecen los días del equinoccio indígena de otoño. Este acontecimiento que ocurría en tiempo tan señalado, anunciaba el inicio de la temporada de lluvias, lo que desencadenaba la celebración de diversos rituales desde la propia cavidad donde las cazoletas del suelo eran portadoras de un ritual de comunión con los dioses al recibir por parte de los humanos el agua o la leche que les devolviera en gracia, la tan ansiada lluvia. Podríamos hablar de rituales de fecundidad o de invocación de la lluvia, provocada mediante derramamientos de líquidos. Lluvias que rieguen la tierra para que crezca la hierba que alimenta a sus rebaños y lluvia que empapen los campos de cultivos antes de proceder a la siembra. Las Toscas del Guirre seguirá sorprendiéndonos siempre.

Miguel A. Martín González

Historiador de las cosmovisiones, profesor, director de la revista Iruene

Nota aclaratoria: es necesario advertir que con el cambio del calendario juliano por el gregoriano en el siglo XVI, se rompe ese equilibrio con un pequeño desfase de días.




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