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Sobre la prostitución: abolición o barbarie

Escribo este texto aprovechando que en redes han vuelto a reaparecer las polémicas declaraciones de la ministra de igualdad, Irene Montero, sobre la prostitución y el feminismo para rescatar un debate que cada vez reaparece con más frecuencia, intensidad y polarización en la izquierda en general y en el feminismo en particular. Según la ministra, tanto ella como el PSOE son abolicionistas, pero hay algo que le frena a plantear un debate que pueda generar un plan de gobierno encaminado hacia la abolición de la prostitución: que este debate dividiría al feminismo y le debilitaría. ¿Pero acaso no le debilita tener en sus filas contradicciones insalvables?, ¿no le debilita tener entre sus filas a reconocidos proxenetas? Y, aunque se vaya con cierta unidad cada 8-m, ¿no es cierto que el feminismo hace ya mucho que está dividido por esta cuestión entre abolicionistas y regulacionistas?

Desde luego, si la elección es entre un feminismo ‘sin dividir’ o miles de mujeres y niñas sometidas a la prostitución y todo lo que ello supone mi respuesta es clara: avancemos hacia un modelo que nos encamine hacia la abolición de la prostitución.

Así que, sin más, me dispongo a responder a una serie de afirmaciones que suelen realizarse desde las posturas regulacionistas.

Primer argumento: La importancia del sujeto. Mira quién habla: ¿puede un varón de izquierdas defender la abolición de la prostitución, a pesar de que hay mujeres que ejercen y defienden su regularización?

Como es bien sabido, desde hace décadas a la izquierda le preocupa, con razones más que fundamentadas, no sólo de lo que se dice, sino desde dónde se dice. Así que, hablando claro, este que aquí escribe es un varón que jamás ha sufrido el machismo, sino que se ha visto beneficiado por el mismo durante toda su vida. Por ello lo más esperable es que una posible crítica sea la pregunta de, ¿quién soy yo para hablar de este tema?, ¿no sería más lógico que hablaran de ello las mujeres prostitutas? Detrás de este planteamiento subyace la idea de que, en última instancia, el debate entre regulacionismo y abolicionismo deben resolverlo únicamente las personas que ‘ejercen’, ya que el resto opinaríamos desde fuera y desde cierto paternalismo. Esto tiene que ver con que tanto la izquierda como el feminismo han asumido -muchas veces de forma inconsciente- postulados identitarios que vienen a decir que la solución a cada problema particular sólo puede plantearla la parte directamente implicada y afectada. En general considero limitados y estrechos este tipo de planteamientos, pero de forma concreta en el caso de la prostitución me gustaría realizar unas observaciones sobre ella:

A) No todas las prostitutas se encuentran en situación de poder participar en un debate público y político. Debido a las tremendas desigualdades que atraviesan a este grupo –se estima que entre el 80 y el 90% están forzadas y tienen entre 13 y 25 años [1]- es esperable que aquellas vinculadas al lujo sean las que con mayor frecuencia y en mayor cantidad puedan exponerse y expresarse, de modo que serán ellas las que, con toda seguridad, se expresen públicamente, generando la percepción conocida como “el sesgo de confirmación”. ¿Por qué? Porque veríamos que la gran mayoría de las que participan en el debate no están sujetas al proxenetismo, pueden elegir a sus clientes (predominando entre estos determinados perfiles laborales -médicos, abogados, empresarios importantes, etc- y determinados grupos de edad -jóvenes-) y viven más o menos bien económicamente hablando, de modo que son -o tenderán a ser- mayoritariamente favorables al regulacionismo. Este debate, totalmente sesgado, dejaría fuera a la gran mayoría de prostitutas que ejercen bajo condiciones terribles y que han sido víctimas de trata y tráfico.

B) La prostitución no sólo afecta a las prostitutas, sino a todas las mujeres, a unas de forma directa y a otras de forma indirecta. Por dos razones: (1) Las categoriza a todas bajo la lógica dicotómica de “putas o santas”, siendo la madre y la esposa las únicas que quedan como “las santas”. De ahí la frase misógina muy conocida entre hombres de “todas putas menos mi madre”. La prostitución reduce a la mayoría de las mujeres a “putas”, es decir, a objetos de consumo sexual para los hombres que solo quieren mantener sexo con ellas y “quitárselas de encima”, sin tener en cuenta lo más mínimo sus sentimientos, necesidades, deseos, etc.; y mucho menos teniendo con ellas un mínimo de empatía (incluso a la hora del sexo, esa empatía no se tiene y se realizan prácticas no pactadas, ni buscadas e incluso se cometen agresiones sexuales). (2) Debido a la feminización de la pobreza, si sólo opinan y resuelven este debate las mujeres que actualmente son prostitutas (recordemos que en el debate predominarán las que lo son “por elección” y viven relativamente bien), se estaría hablando también en nombre de miles o millones de niñas y mujeres que pueden verse en una situación económica y social tal que les empujase a la prostitución, incluso en un futuro próximo o muy cercano. ¿Es legítimo que un grupo de mujeres -las actuales prostitutas- decidan el futuro de la gran mayoría de ellas, que decidan el futuro y los posibles modos de vida de todas las mujeres, ¡especialmente de aquellas que son pobres, racializadas y migrantes!?, ¿es legítimo que sólo decidan determinadas prostitutas sobre una cuestión que afecta a todas las mujeres?

C) También afecta a los hombres, pues nos convierte a todos en potenciales consumidores de la prostitución y, por lo tanto, en auténticos misóginos al pensar que, salvo nuestras madres hermanas, etc., todas las mujeres son putas. Es decir, meros objetos con los que satisfacer nuestros deseos sexuales. Quizás por eso Engels escribió que “la prostitución envilece el carácter de todo el sexo masculino”. Y si hablamos de los puteros, peor me lo pones. Estos hombres consumen prostitución buscando dominar, humillar y vejar. Es una cuestión de poder, humillación y dominación vinculada a oscuros institutos misóginos.

D) Si creemos que las más adecuadas para opinar sobre prostitución son sus víctimas estaremos teniendo poca inteligencia psicológica. Ojo, creo que hay que escucharlas, y mucho. Y también creo que debemos tener cierto tacto y mucho cuidado. Pues del mismo modo que no es la mujer que vive bajo el maltrato la más adecuada para decidir cómo solucionar su situación, porque precisamente por ser la parte afectada se encuentra bajo una anulación tremenda de su personalidad (con bajísima o nula autoestima), y por ello va a creer que lo mejor es continuar en la relación y luchar por cambiar al maltratador y “salvarle”, una prostituta puede concluir lo mismo: aquí no estoy tan mal. Hay muchos estudios psicológicos sobre los traumas que pasan las prostitutas, y cómo años y años después de haberlo dejado (las pocas que lo han conseguido) ellas mismas confiesan que cuando ejercían no tenían conciencia de su verdadera situación, y que sin haber recibido el respaldo que recibieron posiblemente no habrían salido del sistema prostitucional (claro que hay excepciones de mujeres que salieron por su propio pie, pero ello no niega lo que afirmo). A esto se suma el nefasto papel de las instituciones y la sociedad -especialmente de nosotros los varones-, que al criminalizar a estas mujeres dificultan su salida de este mundo, también se suma el problema de las adicciones que muchas de ellas sufren y las escasas oportunidades para encontrar seguridad económica y empleo. Hay mucho que cambiar. Por eso a veces verter determinadas opiniones desde fuera no es paternalismo. Además, las mujeres que han salido de este mundo son las que con más fuerza luchan por la abolición y con frecuencia lideran este tipo de movimientos. ¿A ellas no hay que escucharlas?

Segundo argumento. La libertad individual, la liberación sexual y la moral católica puritana sobre la sexualidad.

Otro argumento frecuente para defender la regularización de la prostitución es que el abolicionismo impide a las mujeres hacer con su cuerpo lo que les plazca, ya que les imposibilita utilizarlo como ‘herramienta de trabajo sexual’ si así lo decidieran. Esta limitación se considera que guarda relación con la moral católica que se opone a la libertad sexual de las personas en general y de las mujeres en particular, ya que esta cosmovisión puritana condena prácticas sexuales catalogadas como “inmorales” o “pecaminosas”. En consecuencia, desde el regulacionismo se sostiene que es esta visión puritana -cuyo fin es limitar, controlar y censurar la sexualidad femenina- la que empuja al abolicionismo a oponerse a la prostitución. El argumento viene a decir que “el trabajo sexual” es “un trabajo como otro cualquiera”, pero que, debido a nuestro puritanismo religioso, “sacralizamos algo tan natural como lo es la sexualidad humana” y queremos “dejarla fuera de las relaciones laborales”. Veamos por qué estos planteamientos son erróneos:

A) La moral puritana y católica condena la prostitución, pero desde un enfoque muy distinto, ¡prácticamente opuesto de hecho!, al abolicionismo. El abolicionismo parte de la idea de que la sexualidad debe de ser sana y plena. Dicho de otro modo: el abolicionismo defiende que las mujeres, a quien se les ha negado históricamente la sexualidad, tienen el derecho a disfrut ar de ella plenamente. El prohibicionismo (que es lo que defiende la moral puritana) defiende una sexualidad exclusiva para la reproducción de la vida, es decir, para procrear. Y, no se olvide usted, exclusivamente dentro del matrimonio. Este puritanismo desecha el disfrute femenino de la sexualidad, desecha la liberación sexual y desecha la sexualidad sana y plena. Para él lo único que cuenta de la sexualidad femenina es que la mujer “cumpla su deber” y tenga hijos o, mejor dicho, “que le dé hijos a su marido”. Por tanto, lo que defiende el abolicionismo no tiene absolutamente nada que ver con la moral cristiana, y mucho menos con la moral patriarcal que busca limitar o impedir la liberación sexual femenina y el derecho de las mujeres a hacer con su cuerpo lo que decidan (¿hay algo más patriarcal que hombres -sexo opresor- comprando mujeres y niñas -sexo oprimido- para follárselas como desea?). El abolicionismo –ya sea de corte feminista radical o de corte marxista-, defiende que las relaciones entre los sexos sean fraternales, basadas en el compañerismo, en el respeto, en los cuidados, etc. y la prostitución es justamente lo contrario a todo esto. Comprar a una mujer no es sexualidad sana, ni libre. La prostitución no tiene nada que ver con la lucha por la igualdad y la emancipación. Así lo expresaba la comunista rusa Alexandra Kollontai: “Un hombre que compra los favores de una mujer no la ve como una camarada o como una persona con iguales derechos. Ve a la mujer como dependiente de él mismo y como una criatura desigual de rango inferior. El desprecio que tiene por la prostituta, cuyos favores ha comprado, afecta en su actitud hacia todas las mujeres. El desarrollo de la prostitución, lejos de permitir el incremento del sentimiento de camaradería y de la solidaridad, fortalece la desigualdad de las relaciones entre sexos. Pero, más allá de esta cita, existen multitud de ensayos, artículos y estudios muy rigurosos sobre cómo ven los puteros a las mujeres que compran, que dejan bien claro que las ven como inferiores o simples objetos. Dejo por aquí un ejemplo sobre puteros que exclusivamente van a scorts [2].

B) También suele criticarse que es un error plantear una perspectiva moral sobre la cuestión. Sin embargo, la moral es como la ideología, todas las personas tienen y todo el mundo la introduce en los debates. Ya sea 1) la moral liberal: que se mercantilice todo lo que pueda mercantilizarse y quien “quiera” que “trabaje” de ello; o 2) la moral socialista: que se des-mercantilice todo lo que se pueda, y más si se trata del sexo, el cual debe de basarse en el deseo, los cuidados, la ternura y la fraternidad entre iguales, como ya hemos dicho, y no en la compra-venta capitalista y patriarcal.

C) Es falso que la prostitución se elija libremente. Y, en consecuencia, es falso que el abolicionismo esté en contra de la libertad. Plantear que la prostitución femenina es consecuencia de la “libre elección” supone caer en el redil de la ideología liberal. Es decir, no hay un análisis de por qué las “personas eligen” determinados trabajos. No hay reflexión sobre por qué los varones tienden a “elegir” unas profesiones y las mujeres otras -división sexual del empleo- de modo que, en los cuidados, por ejemplo, apenas hay varones. Dicho de otro modo: se elimina toda posible explicación sociológica de cómo la cultura, la clase, los roles de género, el modelo económico, etc. nos empujan a unos trabajos y no a otros. Todo esto se obvia y se plantea un razonamiento individualista sobre la cuestión. Las personas, sin influencias sociales, ideológicas, económicas, culturales etc. de ningún tipo, “eligen libremente”. Es un planteamiento profundamente idealista, en el sentido filosófico de la palabra. Por ello me pregunto, ¿de dónde surge esa “libertad de elección”?, ¿no será del patriarcado, que enseña a las mujeres como sexo oprimido a ser objeto de deseo de los hombres, y que nos enseña a los hombres como sexo opresor que las mujeres son objeto de deseo?, ¿no será del patriarcado que enseña a las mujeres a dejarse comprar de diversas formas por hombres, y nos enseña a los hombres a comprarlas de diversas formas (teniendo un «cochazo», siendo «un buen partido», etc)? acabar con el patriarcado implica, entre otras cosas, acabar con toda esta cultura machista que cosifica a las mujeres. Además, estamos denominando “libertad de elección” a que las mujeres puedan ser compradas y violadas por hombres. Por otro lado, si ‘ejercer’ la prostitución fuera una libre elección habría igual de número de hombres que de mujeres en ella, cosa que sabemos que es falsa, pues, aunque existe la prostitución masculina, ésta es anecdótica en comparación a la femenina. Y también habría el mismo número de mujeres ricas que de mujeres pobres, cosa que también sabemos que es falsa. Además, si la prostitución fuese tan empoderante y liberadora como se llega a decir en ocasiones, habría incluso más hombres que mujeres prostituyéndose, pues sabemos que las profesiones más empoderantes suelen estar copadas por varones, y que las mujeres encuentran un techo de cristal que dificulta muchísimo su entrada a estas profesiones. Pero, mira por donde, resulta que en la prostitución no pasa. Finalmente decir que liberación sexual y mercantilización del sexo son antagónicos. Cuando se afirma desde el regulacionismo “que las mujeres hagan lo que quieran con su cuerpo” y resulta que ese “lo que quieran” es cosificarse y someterse a la mercantilización de su cuerpo en el plano sexual, en realidad se está defendiendo el privilegio masculino de comprar mujeres impunemente. En definitiva, se está aprobando la opresión del sexo femenino, pero pintando esta opresión de violeta y liberadora, al presentarla como fruto de “la libre elección” “la liberación sexual” y “el feminismo”.

D) Es falso que la prostitución sea “un trabajo como otro cualquiera”. La prostitución no es “un trabajo como otro cualquiera” por la sencilla razón de que la prostitución no es un trabajo. Pero no lo es porque yo lo diga (esto lo aclaro para evitar críticas del tipo “¿quién eres tú para decir qué es trabajo y qué no lo es?”). Entonces, ¿por qué la prostitución no es trabajo? El trabajo consiste en la realización de tareas -con esfuerzo, ya sea físico, mental o de los dos- cuya finalidad es producir artículos u ofrecer servicios que atienden ‘necesidades’ humanas (necesidades que pueden ser biológicas o sociales, que pueden ser innatas o construidas). Por eso se suele decir que el trabajo permite la subsistencia, de modo que la humanidad se ve obligada a trabajar para vivir. Esta es la definición sociológica del trabajo, y no es precisamente una definición radical o revolucionaria, sino de la sociología conservadora. Ahora bien, no todo trabajo es un empleo. Un trabajo no conlleva necesariamente relaciones de tipo salariales. Históricamente gran parte del trabajo femenino ha sido un trabajo invisibilizado, no remunerado y no reconocido. Es decir, ha sido trabajo, pero no empleo (y esto sigue ocurriendo). Hablo del trabajo reproductivo -cuidados, tareas del hogar, comprar la comida y cocinarla, etc.- que, con frecuencia, se hace absolutamente gratis. Si el sexo fuera un trabajo, entonces, cuando una pareja heterosexual tiene sexo, ¿están trabajando los dos o solo ella? Si los dos trabajan, la razón para llamar ‘trabajo’ a la prostitución desaparecería, pues entonces habría que llamar “trabajadores sexuales” también a los clientes, pues ellos también se esfuerzan en el sexo, aunque su “trabajo” no esté remunerado salarialmente (es decir, no se considera empleo). ¿quizás los clientes deberían reivindicarse también como trabajadores sexuales y exigir también un salario? Es un disparate. Quien conoce mínimamente la noción de trabajo, sabe que la prostitución no es tal cosa. Y, entonces, ¿por qué el regulacionismo sostiene que la prostitución si es un trabajo?, personalmente considero que esto se debe a que caen, nuevamente, en la trampa liberal, en el redil del liberalismo. La trampa liberal consiste en confundir trabajo con empleo (¡aunque en realidad todo empleo remunerado es trabajo, pero no todo trabajo es empleo remunerado!), de modo que se considera que en realidad el trabajo no es el esfuerzo que supone realizar una actividad, sino el hecho de que se pague dinero por tal actividad. Desde este punto de vista, cuando una madre le hace la comida a su hijo no está trabajando, de hecho, los economistas liberales no reconocen esto como trabajo, ya que no se hace a cambio de dinero. En la economía liberal, para reconocer un trabajo es necesario el intercambio de dinero, así que sólo si esa madre vendiera esa comida a su hijo lo considerarían trabajo. Ya he explicado por qué esto es falso: es trabajo no remunerado, es decir, es trabajo pero no es empleo. De todas formas, ganarte la vida con una actividad tampoco convierte a dicha actividad en trabajo. De ser así traficar con drogas habría que considerarlo trabajo y debería de regularizarse. Del mismo modo, habría que regularizar robar, pues mucha gente vive de robar y vender lo robado. Pero aunque mucha gente se gane la vida de estos modos, la realidad es que no están trabajando, a pesar de que reciben dinero a cambio de tales actividades.

Tercer argumento. La función social de la prostitución. Pobres hombres, ¿qué será de nosotros?

El tercer conjunto de argumentos que veremos apelan directamente a los postulados funcionalistas. El funcionalismo es un paradigma sociológico que defiende que los distintos fenómenos sociales y los diversos grupos sociales tienen una serie de funciones sociales que generan cohesión social. Por lo tanto, el funcionalismo valora los distintos fenómenos sociales (por ejemplo, la desigualdad económica) en base a si tienen una función social o no (la desigualdad social permite que el obrero se vea impelido a trabajar, por lo tanto, es positiva; algo así afirmaría un funcionalista). En ocasiones con el debate de la prostitución se evoca a este tipo de argumentos. La prostitución, para los machistas declarados, cumple una función social: “evita violaciones en masa”. Al parecer los varones somos seres incapaces de controlar nuestros impulsos y deseos sexuales, y si no se nos permite consumir prostitución violaremos descontroladamente en masa. No creo que haga falta contraargumentar ante semejante disparate. Sin embargo, desde la izquierda, se lanza un argumento más elaborado: gracias a la función social de la prostitución los varones con dificultades para ligar (los que son “muy feos”, los que tienen diversidad funcional, los que son extremadamente tímidos, etc.) pueden tener una vida sexual que, de no existir la prostitución, jamás tendrían. Este planteamiento, en lugar de evaluar al sistema prostitucional por las crueldades a las que somete a las mujeres, lo evalúa colocándonos en el centro a los hombres y nuestras “necesidades”, reproduciendo la lógica funcionalista. Pero este argumento es reaccionario y profundamente erróneo. Si juzgáramos cualquier sistema de explotación injusto desde esta perspectiva no tendríamos más remedio que defenderlo. Pongamos un ejemplo: la esclavitud. ¿O acaso no es cierto que gracias a los esclavos muchos esclavistas, que eran personas mayores o con diversidad funcional y por ello incapaces de realizar las tareas básicas de la vida cotidiana, tuvieron una mejor vida, una mejor vejez, etc.?, ¿será, pues, que debemos defender la esclavitud para que las personas mayores tengan una vejez digna, “ya que sin la esclavitud no podrían haberla tenido”?, ¿o para que los esclavistas con diversidad funcional reciban ayuda y apoyo de sus esclavos?, ¿acaso no es cierto que muchas personas esclavistas tuvieron ciertas necesidades cubiertas gracias a la función social de la esclavitud? Como se ve, planteamiento erróneo a todas luces. Además, plantear que un varón con diversidad funcional o sin capital erótico, etc. jamás tendrá vida sexual me parece bastante atrevido, aunque entiendo que esto es bastante discutible.

Cuarto argumento. La diversidad del feminismo y la prostitución. No todas las feministas deben opinar lo mismo sobre la cuestión.

Obviamente hay tramos de verdad en este argumento, el feminismo es muy diverso. Pero no se puede confundir la diversidad con la ausencia de unos pilares ideológicos fundamentales y comunes a todas las vertientes del feminismo. Para ilustrar esto tomaré prestada una lúcida comparación de la brillante Ana de Miguel [3] y pondré, como hizo ella, un ejemplo con el marxismo. Éste también es diverso y amplio, podemos ver debates y confrontaciones en multitud de cuestiones entre marxistas, pero siempre desde la base de que se comparten unos principios esenciales que son comunes. Por lo tanto, planteamientos como “existen tantos marxismos como obreros marxistas” o “existen tantos feminismos como mujeres feministas” son erróneos y convierten las corrientes y tradiciones ideológicas, claramente definidas y delimitadas, en una cosa individualizada y subjetiva. De este modo la afirmación “el marxismo es esto” se convierte en “para mí el marxismo es esto” y como “hay tantos marxismos como personas que se declaran marxistas” se podría decir que oponerse a mejoras salariales o defender mayores cuotas de explotación es “marxismo” siempre y cuando haya alguien que subjetivamente así lo considere. He aquí el error al que nos enfrentamos. Aunque, es cierto, hay cierta subjetividad e interpretación, aunque hay diversidad de marxistas, también hay un núcleo de ideas duro comunes a todos los marxistas, entre los que encontramos la defensa de la clase trabajadora y la oposición a la explotación laboral. Del mismo modo, esto ocurre en los feminismos. En todos ellos hay ideas comunes, como la oposición al machismo, a que las mujeres sufran opresión, discriminación, acoso, vejaciones, agresiones sexuales o físicas, etc. Y, si en los feminismos hay unanimidad a la hora de rechazar relaciones sexuales en la pareja no deseadas pero consentidas como fruto de la presión de la pareja masculina entonces, ¿por qué se apoya a la prostitución en nombre de la diversidad del feminismo?, ¿no es contradictorio? ¿Cómo se defiende el “no es no” y al mismo se busca regularizar la prostitución (en ella hay ‘consentimiento’ pero no deseo, como en el ejemplo que puse de la pareja heterosexual)? ¿Cómo se puede sostener al mismo tiempo que se es de izquierdas y/o feminista y defender al sistema prostitucional que es cruel y doloroso hasta la médula? No lo veo razonable, y menos si para hacerlo se basan en la minoría de mujeres prostitutas a las que les va bien. Aquí veo otra contradicción importante en la que se dice una cosa y se hace la contraria. Por un lado, se dice “estar con la teoría interseccional”, y de otro se posicionan sobre la prostitución basándose exclusivamente en lo que dicen las prostitutas jóvenes, guapas, occidentales, que no están sometidas al proxenetismo, que pueden elegir a sus clientes, que les va económicamente bien, que suelen vincularse al lujo, etc. es decir, basándose en lo que dice una ínfima minoría de las mujeres que están en el sistema prostitucional, obviando a todas las mujeres pobres, migrantes, racializadas, etc. que son violentadas sistemáticamente y que suponen la gran mayoría de las mujeres prostitutas a lo largo y ancho del mundo. Por ello creo que, aunque se declaran interseccionales, en los hechos vemos que mucha gente cae en lo mismo que Betty Friedan. Este error parte de que “hay prostitutas a las que les va bien, ¿acaso a ellas no hay que escucharlas?», a lo que respondo: y también habían esclavos a los que les iba bien (en EEUU a los esclavos de casa de los grandes terratenientes les iba bastante bien, tenían buena ropa, buena alimentación, sabían leer y escribir, etc.), y también hay obreros a los que les va bien (aristocracia obrera, clases medias…), y también hay mujeres a las que les va bien (empresarias, banqueras, dirigentes, jefas, etc.), y también hay racializados y migrantes a los que les va bien, y también hay homosexuales a los que les va bien… ¿estos casos excepcionales niegan la existencia de una injusticia estructural? no, no niegan nada de ello, y en consecuencia nuestra posición no debe basarse en aquellos a los que les va bien, sino en los más desfavorecidos, excluidos, empobrecidos, buscando que “nos vaya bien a todos y todas”.

Además, la diversidad del feminismo debe plantearse también históricamente. Desde mi punto de vista la penetración de postulados regulacionistas en la izquierda y en el feminismo revelan que hemos sufrido una derrota ideológica a manos del liberalismo. No olvidemos que el socialismo y el anarquismo históricamente han sido abolicionistas, al igual que el feminismo. En el caso del tercero, el regulacionismo está fechado hacia finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX, en los EEUU de América. Luego, se fue expandiendo por el mundo. Pero toda la literatura feminista anterior -incluso del feminismo liberal como el sufragismo- era abolicionista. Las feministas anarquistas (Emma Goldman, Federica Montseny, etc.) eran abolicionistas; las socialistas y comunistas (Elizabeth Gurley Flynn, Clara Zetkin, Ilse Thiele, Jeanne Dambendzet, Josephine Ouedraogo, Rosa Luxemburgo, etc) también; las liberales (Josephine Butler, e incluso un varón liberal varón como John Stuart Mill, etc) también. Pero con la llegada de las “prosex” (que yo más bien denominaría “promercantilización del sexo”) una rama del feminismo empezó a defender la prostitución y la pornografía como actividades que se eligen libremente y empoderan a las mujeres porque “transgreden la moral católica” (pero asumen la moral capitalista-mercantilista, que es la realmente hegemónica, así que de transgresor no tiene absolutamente nada). Por ello las pro-sex llevaron la cuestión sexual a un plano individualista que minimizaba las relaciones de poder y negaba las estructuras sociales que nos constriñen y nos socializan a los sexos imponiéndonos un sistema sexo-género que explica el fenómeno de la prostitución. Para el regulacionismo todas esas estructuras existen para explicar todo lo que tiene que ver con las mujeres, excepto la prostitución. Ahí, de repente, hablan únicamente de la libre elección. Lo demás desaparece. Por otro lado, mientras el feminismo liberal era abolicionista, los varones burgueses se oponían a ello y defendían la regularización. Desde el siglo XIX los hombres ricos han defendido la prostitución (y siguen haciéndolo), es más, en multitud de países llegó a estar regulada y a ser una actividad gestionada por el Estado incluso. Por poner un ejemplo, en la Francia del siglo XIX existían las casas de tolerancia, reguladas por ley, así como un registro de prostitutas a las que se les hacían chequeos médicos periódicos, no para protegerlas a ellas, sino para evitar que los puteros se contagiaran de sífilis. La prostitución ha estado regulada a lo largo de la historia en numerosos países. Es a partir del surgimiento del movimiento feminista, sobre todo a partir del sufragismo, cuando se empieza a poner sobre la mesa la necesidad de su abolición. Por ello es falso que el “abolicionismo es capitalismo y neoliberalismo” y también es falso que “el abolicionismo es fascismo”, de hecho, Mussolini era regulacionista y, como señalaba Antonio Scurati, “Mussolini es putero y violento porque la relación del varón fascista con la mujer era como el de un comando en la guerra: era un asalto a la mujer, había que someterla«.

Quinto argumento. Lo que no se nombra: el putero y el proxeneta.

En las posturas regulacionistas el argumentario se edifica a partir de la mujer prostituta que “elige” serlo. Y nunca se nombra ni al putero ni al proxeneta. Como hombre encuentro que esto es crucial. Ya he hablado de que ser “potenciales consumidores” nos convierte en misóginos. Es decir, no hace falta que consumamos prostitución, pues su mera existencia nos hace ver al conjunto de las mujeres como “putas”, “golfas” y “guarras” a las que usar y tirar. Y ahora, encima, hasta tenemos el privilegio de presentar esta actitud misógina de progresista e incluso revolucionaria diciendo “que no queremos compromisos” o, si esta no funciona, siempre podemos decir que “somos poliamorosos”. El daño emocional que causamos ni nos interesa, ni nos lo planteamos. ¡Es que estamos muy pero que muy ocupados deconstruyendo la monogamia patriarcal!

Es vital que hablemos de los puteros. Es vital que hablemos de cómo los grupos de amigos se juntan, ponen dinero entre todos y compran a una mujer para “acostarse con ella” (violarla prácticamente). Es vital que hablemos de las cenas de empresas, despedidas de solteros, etc. Es vital que hablemos de cómo los hombres todavía vemos, y con total naturalidad, a las mujeres como ‘territorio de conquista’ y como objetos usables. Sin hablar de los varones el debate sobre la prostitución es parcial e incompleto. Y, encima, cuando se nos nombra se hace para legitimar la prostitución haciendo referencia a varones que “necesitan de la función social de la prostitución” para poder “desarrollar una vida sexual”. En esta elección interesada de la muestra se obvia a miles de millones de hombres que simplemente son unos depravados sexuales que acuden a la prostitución para descargar sus instintos de violadores y pederastas. Y sin embargo el consumo masculino de prostitución apenas está censurado y criminalizado en nuestra sociedad, he aquí otra prueba del privilegio masculino, mientras que la prostituta es criminalizada, perseguida, discriminada y excluida de la sociedad.

¿Y qué decir de los proxenetas? Un perfil que en España puede resumirse en: hombres sin escrúpulos dispuestos a explotar a niñas y mujeres. Los proxenetas son criminales, delincuentes y con frecuencia mafiosos y/o reconocidos ultraderechistas, falangistas, fascistas y neonazis. De hecho, uno de los grandes proxenetas de España es José Luis Roberto, un neonazi que lidera España 2000, un partido político de ideología hitleriana. Según Joan Cantarero [4], autor del libro «los amos de la prostitución en España» (libro basado en una ardua investigación periodística), el líder de España 2000 es el cabecilla de Anela (conglomerado de empresas que agrupa a los 112 clubs más grandes de alterne de España), es decir, es el pez gordo por excelencia en la prostitución:

Las vinculaciones entre la extrema derecha y el mundo de la prostitución son muchas. Específicamente, las vinculaciones entre España 2000 y Anela, la patronal de los empresarios del alterne son evidentes. El secretario general de España 2000, José Luis Roberto, es secretario general técnico de Anela. En las elecciones municipales de 2003 fue cabeza de lista para el Ayuntamiento de Paterna. El número dos de esa candidatura, Anselmo Domínguez, más conocido como Rubén El Gallego, es miembro de Anela y ejerce como dueño de varios locales de alterne tales como Punto G y Las Palmeras —en Castellón—, La Rosa —en Valdepeñas— y otros muchos. Por otra parte está el abogado Manuel Salazar Aguado, casado con la hija del General Escandell, abogado del General Milans del Bosch durante el proceso a los golpistas del 23-F y a quien se le atribuye la redacción del bando militar de la asonada en la ciudad de Valencia.”

Si los proxenetas son criminales, mafiosos y fascistas, debemos combatirles, no regularizar su negocio esclavista, por ello, ¡abolición de la prostitución! Por todas las mujeres y niñas, ¡abolición de la prostitución! Para erradicar la misoginia de los hombres, ¡abolición de la prostitución! Para combatir la cultura de la violación, ¡abolición de la prostitución! Para construir un mundo en el que las mujeres puedan vivir dignamente, ¡abolición de la prostitución!

Cristian Sima Guerra

Notas

[1] “Tres de cada cuatro tienen entre 13 y 25 años de edad. La policía estima que el 80% de ellas son víctimas forzadas, aunque no existen cifras oficiales” de:

https://elpais.com/sociedad/2018/09/07/actualidad/1536339196_130672.html

[2] Mito: los hombres respetan a las mujeres que compran. De:

https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/mito-los-puteros-respetan-a-las-mujeres-que-compran

[3] “Hay feministas mediáticas, o que creen serlo, que dicen cosas cómo: «¿Cuántas mujeres hay aquí? ¿Cien mil? Entonces hay tantos feminismos como mujeres». Eso es una banalización y un error teórico de lo que es el feminismo y de lo que ha permitido a las mujeres salir de la opresión. El feminismo no puede ser la única teoría en la que valga lo mismo una afirmación y su contraria. Tiene que tener un núcleo duro de creencias que apoyemos todas las que decimos ser feministas. Si no sería como declararse comunista y que dentro del grupo unos pensaran que los obreros son unos vagos y el salario mínimo una injusticia porque no permite la libre elección de trabajar 14 horas por poco dinero” (Ana de Miguel, 2017) de:

https://smoda.elpais.com/moda/actualidad/ana-miguel-filosofia/

[4] Joan Cantarero publica Los amos de la prostitución en España (Ediciones B), libro que recoge cuatro años de intensa investigación periodística dentro de la ANELA. Entrevista completa en:

https://www.elsaltodiario.com/hemeroteca-diagonal/una-fortuna-del-negocio-de-la-prostitucion-va-a-un-grupo-minoritario-ultraderechista




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